EL ROSTRO DE LA GENTE-GENTE

`El inmigrante viene a aportar, no a quitar nada`

Mundo · Francisco Medina
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21 noviembre 2018
Dialogamos con Ángel Misut, de la Casa de San Antonio, que nos cuenta su experiencia en la acogida de inmigrantes.

Dialogamos con Ángel Misut, de la Casa de San Antonio, que nos cuenta su experiencia en la acogida de inmigrantes.

Vamos a empezar por tu historia. ¿Por qué te lanzas a esta iniciativa de la Casa de San Antonio?

En realidad, la Casa de San Antonio surgió en 2005. Nosotros teníamos una asociación que daba soporte a determinadas actividades de tipo cultural o social, pero empezar a trabajar con la pobreza, con gente necesitada, empezó en 2005. Y no empezó porque tuviéramos un programa sino porque, en un momento dado, en la parroquia donde estábamos, y yo vimos la necesidad de empezar a hacer algo para las personas que venían buscando un refugio, un sitio donde poder dormir. No había más plan que ese. De hecho, en un inicio habíamos pensado en montar un pequeño albergue para transeúntes.

¿De dónde nace esta inquietud?

Yo llevaba años colaborando con distintas obras, pero, al final, la inquietud surge porque ves cosas y empiezas a hacerte preguntas. Conocía el movimiento de Comunión y Liberación desde hacía unos años. Ese carisma provocó en mi vida el hecho de empezar a hacerme preguntas por todo lo que me sucedía. Empezó a venir gente que no tenía dónde dormir y yo me preguntaba qué tenía eso que ver conmigo, qué podía hacer yo por ellos. Estas preguntas las empecé a compartir con un amigo. Empezamos, simplemente, a hablar acerca de si era simplemente una pretensión absurda o realmente podía tener sentido. En un cierto momento, decidimos contarlo a otros amigos e hicimos una reunión con unas cincuenta personas, les contamos lo que queríamos hacer, que era ofrecer a esta gente un lugar donde dormir. Eran transeúntes que estaban de paso y nosotros nos limitábamos a darles dinero para que subieran al metro y se fueran al albergue de San Isidro de Madrid.

Empezamos a preguntarnos qué podíamos hacer: ¿eso tenía algo que ver con nuestra vida o no? Y decidimos intentar abrir un pequeño albergue. Se lo propusimos a un montón de amigos, después de estudiar el tema durante cinco o seis meses, viendo posibilidades, dificultades, inconvenientes, etc. La mayoría nos dijo que no, que eso era imposible, que trabajar con este tipo de personas era muy difícil y que no sabíamos dónde nos estábamos metiendo.

Este era el primer reto, el de la acogida…

Sí. Pero hubo cuatro o cinco que se sumaron y seguimos dando pasos. Recuerdo que teníamos ni un euro en la cuenta para empezar. Es más, aquella noche, que habíamos preparado una cena, recuerdo que les dije a todos –porque todos preguntaban de dónde íbamos a sacar el dinero–: “la cena ha costado tres euros, así que ponemos seis y ya tenemos un excedente para empezar a dar pasos”. Y así fue como empezamos. Surgió la necesidad de la acogida, empezamos a cuidar esta necesidad de acoger a la gente que no tenía dónde dormir y, aproximadamente, un año después abrimos nuestra primera casa de acogida; dada la demanda que teníamos, se dirigió a mujeres sin hogar. Hoy tenemos cuatro, dos para mujeres sin hogar con sus hijos, otra a hombres sin hogar y otra a familias. Ahora tenemos a 30 personas acogidas, y en lo que va de año han pasado 53.

¿Todos eran inmigrantes?

Inmigrantes y españoles. Es verdad que los primeros que venían eran inmigrantes pero también hemos tenido españoles. En el proceso de la acogida, podemos decir que nueve de cada diez han sido inmigrantes; probablemente, porque ellos no tienen la red familiar que tienen los españoles, que cuando se quedan en la calle siempre hay algún familiar que te puede echar una mano.

Vayamos a los inmigrantes. ¿Quiénes son aquéllos a los que acogéis? ¿De dónde vienen?

En realidad, es muy variopinto. Ahora tenemos gente de 16 nacionalidades distintas. Al principio, pusimos en marcha el programa de acogida. Posteriormente, nos dimos cuenta de que había gente que, teniendo casa, no llegaba a fin de mes, había niños que se iban a la cama sin cenar… Y comenzamos, después, con un programa de sostenimiento alimentario, que lleva ocho años en funcionamiento, y que atiende actualmente a más de cuatrocientas familias todas las semanas, con alimentos no perecederos, lácteos, fruta y verdura. Reciben del orden de unos 20-25 kilos cada familia, lo que supone una ayuda objetiva, que les soluciona el problema alimentario.

Hoy estamos distribuyendo 18 toneladas de comida al mes y lo podemos hacer gracias a que tenemos un equipo de voluntarios muy bueno. Con el tiempo, a medida que vas profundizando en a relación con estas personas, te das cuenta de que, en muchísimos casos –la mayoría–, la dificultad que tienen, no tener un sitio dónde dormir o no tener alimentos suficientes, viene por provocada por una falta de empleo, justo con la crisis, que empezó en el año 2007. Detrás de los rostros que vimos era la falta de trabajo. Así empezamos una tercera vía, que es la búsqueda de empleo. Hoy aproximadamente 250 personas vienen periódicamente a actividades relacionadas con este programa.

¿En qué se concreta esta búsqueda de empleo?

En primer lugar, hay un proceso de alfabetización informática, pues la mayoría de estas personas no tienen conocimientos mínimos. Les enseñamos a utilizar un ordenador para que puedan buscar ofertas de trabajo. Pero cada persona tiene un proceso de evaluación y vamos haciendo con ellos su propia hoja de ruta. Vemos qué carencias tienen y trabajamos en tres líneas: primero, esta alfabetización informática, mayoritariamente para mujeres e inmigrantes que, en muchos casos, no saben utilizar ni siquiera el teléfono móvil. Esta línea es una herramienta fundamental en este momento para buscar empleo.

La segunda es la alfabetización, porque muchos tienen problemas con el idioma: hay que enseñarles el castellano. Para nosotros, es fundamental que aprendan el idioma.

El tercero es la formación, a través de talleres de habilidades personales. Son personas que se han quedado en el margen del camino, llevan mucho dolor y hay que recuperarlos, que vuelvan a sentirse útiles, habilidades sociales, autoestima. Una vez al mes tenemos el “café de inmigrantes”. Nos sentamos a tomar café con pastas con un grupo de inmigrantes que vienen y nos plantean cómo viven, es decir, buscamos mucho la interrelación con ellos y entre ellos. Además, ofrecemos formación técnica; un ejemplo: ahora empezamos uno de limpieza doméstica y de oficinas, para que aprendan a limpiar de manera profesional, y van a hacer prácticas. En todos los cursos formativos buscamos un mes de prácticas en empresas donde se enfrentan al trabajo real y los empresarios pueden verlos en acción.

¿Esta iniciativa vuestra ha encontrado apoyo en la Administración y en la sociedad?

Hay ciertos apoyos tanto en la Comunidad de Madrid como en el Ayuntamiento de Fuenlabrada. Aunque es verdad que, a las entidades pequeñas, la práctica que viene realizando la administración de dilatar en el tiempo la resolución de convocatorias y pagos nos pone a los pies de los caballos. Últimamente hay muchas organizaciones que han tenido que cerrar porque se asfixian económicamente. Pero se suele conseguir ayuda para sostener todo esto.

Nosotros somos una entidad fundamentalmente de voluntariado, pero todo este tipo de actividades, sobre todo las relacionadas con el empleo, que requieren una actividad fija, diaria, la resolvemos con profesionales contratados, vinculados a los proyectos. También muchas actividades –como casi toda la acogida– se resuelven con voluntarios. O como el reparto de alimentos. Y todas estas toneladas de alimentos no solo las repartimos, sino que hay que ir a buscarlas a distintos puntos. Por ejemplo, hay gente que los viernes se levanta a las seis de la mañana para subir a una furgoneta e irse a la carretera de Colmenar, al Banco de Alimentos, a por fruta y verdura; o a Alcalá de Henares para venir con un camión con 15.000 kilos de comida.

Se ha hablado mucho sobre la cuestión de la integración de los inmigrantes. Muchas veces, en el sentido de descargar sobre ellos la obligación de adaptarse a la cultura. ¿Cuáles serían, a tu juicio, los retos a los que nos enfrentamos como sociedad y los presupuestos o ingredientes que podrían articular una verdadera integración sin que ellos renuncien a su identidad?

En primer lugar, hay que partir del hecho de que el emigrante viene a aportar, no a quitar nada. Viene con una historia, con una tradición -nosotros ahora hacemos un pequeño boletín de noticias mensual y una de las cosas que introducimos es una entrevista con un inmigrante para que cuente su vida, su proceso migratorio, y también una receta de cocina extranjera-. El emigrante trae cosas, nunca se las lleva. Todos esos postulados que se proclaman desde posiciones de racismo y xenofobia, que el inmigrante viene a quitar el trabajo y consumir los recursos es radicalmente falso. Los recursos sociales y sanitarios los consumen más los españoles que los inmigrantes; entre otras cosas, porque el inmigrante si no trabaja, no come, mientras que el español puede buscar alternativas.

Hay estudios más que suficientes que reflejan esto. Nosotros consideramos que un inmigrante se ha integrado cuando tiene amigos autóctonos. Sin embargo, la tendencia social de la cultura dominante es a crear guetos. En Fuenlabrada, por ejemplo, hay un barrio que le llaman “el barrio marroquí”. En nuestras actividades intentamos romper ese esquema, y que todos se mezclen con todos. El emigrante está integrado cuando tiene amigos españoles y de otras culturas. Amigos en el sentido de una relación cotidiana personal.

Es verdad que integrarse significa dejar algo de lo que traes, pero no todo. Pero algo tendrá que dejar, es evidente, cualquiera cuando se va de su país tiene que dejar algo, no puede tratar de vivir en otro sitio como si estuviera aquí. Es uno de los problemas que vemos, por ejemplo, con muchas comunidades africanas, que tratan de vivir en España exactamente igual que como viven en África, en todos los aspectos, empezando por la alimentación y siguiendo por las costumbres. Pero el inmigrante tiene que integrarse. No es que la sociedad tenga que adaptarse a él. La sociedad tiene que acogerlo. Pero no somos nosotros los que nos tenemos que integrar, eso es una estupidez. El inmigrante viene y nosotros debemos acogerle como un hermano que llega. Y al hermano que llega le ofreces lo que tienes. Tú no puedes cambiar tu concepción de la vida para adaptarte a cómo la tienen en su tradición africana. ¿Se pueden integrar? Sí. Y, para ello, hace falta una apertura por parte de todos, de los autóctonos, pero también de los que vienen.

El Papa Francisco, frente a la “cultura del descarte”, ha insistido continuamente en una cultura de acogida a los refugiados e inmigrantes. ¿Falta cultura de la acogida?

Sí, pero yo conozco algunos países europeos y creo que España probablemente sea el país más acogedor de toda Europa. Pero aun así, nos falta. Nosotros no somos perfectos, pero acogemos más que en otros sitios, más que en Francia o Inglaterra. Lo que pasa es que en momentos de dificultad, con gente española a la que también atendemos nosotros -que hay mucha-, el 30% de las personas a las que atendemos en el programa alimentario son españoles. Alguna vez hemos tenido algún diálogo que intentamos que sea constructivo con alguien que se queja de que hay mucho inmigrante, y nosotros les decimos: te estamos dando lo que pides, y a ellos exactamente igual. No tenemos por qué discriminar.

Siempre percibimos que esa queja que un español formula viene del dolor que está sufriendo en su vida porque las cosas no van bien. Uno tiene un hijo en paro, va al centro comercial y ve que la mayoría de los cajeros son inmigrantes, pero también la mayoría de los que limpian las calles, que recogen la basura, que son trabajos que nosotros no solemos querer hacer. Además, desde algunos medios y desde algunas opciones políticas se exacerba esta postura. ¿Qué sucede? Que algunos medios de comunicación y algunos partidos políticos lo exacerban.

En este sentido, esta cuestión de los inmigrantes y refugiados parece suscitar posiciones encontradas en nuestro país. Ya algún partido político ha propuesto medidas para controlar su llegada, algo que parece haber tenido acogida en algunos sectores de la sociedad… Hemos acogido menos de los que debíamos.

Una de las características que, bajo mi punto de vista, tiene Europa es que ha perdido la memoria. Tengo muchos amigos en Italia que ahora votan a la Liga Norte y yo discuto con ellos. Este verano nos hemos ido juntos de vacaciones y yo les recordaba que a principios del siglo XX, 14 millones de italianos fueron a Estados Unidos, seis millones a Argentina, tres millones a Brasil, y nadie se quejó, nadie les pidió que volvieran a su país. Y se marcharon porque en el sur de Italia no había oportunidades, pasaban hambre y se iban buscando un futuro. A nosotros nos pasó, con México, Francia… y nosotros lo hemos olvidado. Una de las maldades o perversiones que tiene el Estado del Bienestar es que pierdes la memoria, y te crees que esto siempre ha sido así, que siempre hemos nadado en la abundancia. No es así.

Hemos dado por hecho lo que hemos recibido…

Exacto. Perdemos la memoria. Y de ahí surgen estas posiciones, imitando a Trump diciendo “los españoles primero”; y eso me parece de un egoísmo descomunal. No podemos olvidar lo que hemos sido. Nosotros hemos llevado nuestra cultura y nuestra fe a América, a Filipinas y África, y eso se ha hecho a través de la emigración. Españoles que han navegado muchos kilómetros a través del mar para buscar un futuro. Y de eso nos estamos olvidando.

¿Cuál ha sido tu relación con estas personas que han venido? ¿Qué conciencia surge en ti cuando experimentas el ‘human touch’ con estas personas que pasan necesidad?

Mi experiencia es la experiencia del equipo que sustenta esta obra. Mi experiencia es que son hermanos, en el sentido más amplio de la palabra. Y como hermanos se les acoge. Eso no quiere decir que no tengamos dificultades porque los hermanos a veces también se pelean, y con algunos tenemos dificultades. Pero, en general, lo primero que queremos hacer es abrazarles, imitando el abrazo de Cristo a cada uno de nosotros.

¡Ojo! Que en nuestro equipo de voluntarios hay gente de otras confesiones, evangélicos, musulmanes, también varones, que no es habitual. ¿Por qué están? Evidentemente, porque son personas que, primero, han sido ayudadas y ahora ayudan. Han querido estar con nosotros, mano a mano. Nuestra experiencia es, por tanto, la del abrazo hacia ellos. Sabemos que no les vamos a solucionar sus problemas, tampoco queremos: no sería positivo para ellos ni para nosotros. Lo que queremos ser es una compañía en su vida, estar a su lado y dar pasos con ellos para ir a donde Dios quiera que tengamos que ir. Pero estar a su lado.

Sin embargo, está siempre la tentación de resolver…

Eso es asistencialismo y no es bueno. De hecho, nosotros ponemos como requisito para que puedan recibir comida que vengan aquí a buscar empleo. Somos una entidad de alta exigencia en ese sentido. Hay varias ONG que reparten comida y sólo nosotros, para que puedan venir a recoger comida, exigimos que, al final de la semana, tienen que venir y demostrarnos su interés por intentar salir de la situación en la que están. Esto algunos lo critican. Nosotros estamos convencidos de que tienen que ponerse en marcha. De hecho, nuestro programa de empleo se llama “Ponte en marcha”. No queremos que echen a andar, queremos que echen a andar y nosotros ir a su lado. Y cuando no quieren caminar, les tenemos que decir: “lo siento, es mejor que busques ayuda en otro lado”. La persona tiene que integrarse, inmigrante o español, tiene que volver a ser activo, tiene que sentirse de nuevo que es útil para esta sociedad.

Ahora estamos en unos tiempos en que, a través del asistencialismo y el subsidio, se intenta que un grupo importante de personas no tengan que hacer nada para poder vivir. En Extremadura y Andalucía se lleva haciendo unos cuarenta años con el PER y estamos viendo los resultados. Con el asistencialismo, vemos que muchos de ellos van a dejar de trabajar; y esto no es positivo, fundamentalmente para ellos, pero tampoco para nosotros.

¿Tienes constancia de que el hecho de que se obliguen a buscar trabajo resulta un bien para ellos?

Uno de los espectáculos más bonitos que presenciamos es el rostro de la gente que ha encontrado un trabajo. Siempre que esto sucede, te invita a recordar cómo era su rostro cuando llegó a nosotros. Llegó serio, abatido, roto. En cambio, cuando encuentra un trabajo, el que sea, aunque sea para tres meses, el rostro florece, aparece la sonrisa, todo se suaviza. Es una de las experiencias más bonitas.

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