El infinito en un junco: Los libros como ventana al mundo y a la libertad

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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16 diciembre 2024
La noticia está ahí. Veintisiete libreros independientes españoles han votado por mayoría que El infinito en un junco es el mejor libro en español de este primer cuarto del siglo XXI.

Estimada Irene Vallejo:

No he tenido ocasión de leer el libro hasta hace poco aunque he comprendido enseguida que su amenidad y agilidad supo acompañar a muchas personas en el tiempo de la pandemia. Más allá de las anécdotas históricas o literarias, centradas en la Grecia y la Roma antiguas, o de las abundantes referencias a la literatura de todos los tiempos y al cine, dotadas de gran agilidad e interés, pienso que esta obra es una gran declaración de amor al libro y a la lectura. Es lo que la hará perdurable, la convertirá – si no lo ha hecho ya- en un clásico. Es lo mejor que le puede suceder a una autora que ama a los clásicos y que con un solo libro está haciendo más por su difusión y preservación que muchos gruesos volúmenes de historia de la literatura.

Estas líneas las escribe un zaragozano residente en Madrid, alguien que cree intuir que en tu libro hay encerrada una parte de Zaragoza, esa ciudad en la que, como apuntas, hay muchos lectores que se refugian en casa para disfrutar de un libro, alejados de las inclemencias del cierzo. En los detalles que dejas aflorar de tu vida se puede percibir que los libros han sido para ti una ventana a la libertad. Confirmo que el mucho leer puede crear en un niño fama de empollón y de distante, algo que plantea problemas con sus compañeros. Describes muy bien la situación por la que pasaste en el colegio. A mí me sucedió algo parecido, aunque con algunos años más y con unos compañeros un poco más “misericordiosos”. Pero coincido en que los libros -y algunos profesores- cambiaron mi vida hasta hoy.

En tu libro encuentro una Alejandria idealizada, ciudad de sabios, poetas y bibliotecarios, de imágenes que recuerdan superproducciones de Hollywood y ambientes cosmopolitas, que hoy parecen definitivamente extinguidos. La Grecia de tus estudios clásicos es más Alejandría que Atenas y otras polis griegas. En comparación con ella la Roma que describes es mucho más vulgar y en ocasiones horripilante, aunque al final es salvable por la existencia de una minoría que supo preservar el legado helénico.  Probablemente no tuviera el mismo éxito de este libro, pero opino que sería una magnífica aventura describir en otra obra la preservación del legado clásico desde la Edad Media hasta la época actual. Tomás de Aquino, Erasmo, Tomás Moro, Montaigne o Montesquieu tendrían algo que decir al respecto.

Foto: Editorial DEBATE

Existen muchos libros que se entregan apasionadamente a eso que se llama “la religión de la cultura”, pero les encuentro un defecto: carecer de humanidad. Carecer de humanidad y de humanidades, caer en un individualismo erudito que apenas se comparte con los otros. No es el caso de El infinito en un junco, obra llena de retazos de la propia vida, del mundo exterior y sobre todo del mundo interior, que es el más importante.  Además, se nota que es un libro escrito por una profesora con vocación, y subrayo una de tus frases: “Hay que querer a tus alumnos para desnudar ante ellos lo que amas”. En estos tiempos de burocratización del trabajo, muchos docentes son obligados a cumplir sus tareas como autómatas, inmersos en la contradicción de unas leyes que hablan de conocer mejor la especificidad de los alumnos y una jornada de trabajo en la que no hay demasiado tiempo para conocerlos.

En mi opinión, El infinito en un junco es también una defensa de los saberes. Algunas pedagogías actuales los destierran o los vacían de contenido, y hacen gala de un altruismo equivocado respecto al alumno. Es cierto que ha habido malos ejemplos en el pasado de sabios tiránicos, distantes y encerrados en sí mismos. Pero esas pedagogías no han aprendido que el verdadero sabio es que el comparte su saber. Con su saber puede acoger al otro, por parafrasear a Emanuel Lévinas, que también citas en tu libro con esta esclarecedora frase: “El acogimiento del otro es el hecho decisivo por el cual se iluminan las cosas”.

Finalmente, me gustaría que El infinito en un junco siga despertando en muchas personas los deseos de conocer, de saber, y al mismo tiempo los de amar y compartir.

 

Lee aquí las primeras páginas del libro


Lee también: Las aventuras de la inteligencia

 


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