El desafío mayor es entender lo que nos ha pasado

Carrón · Julián Carrón
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13 diciembre 2022
Conversación con Julián Carrón con motivo del ciclo de conferencias de los “Lunes culturales”.

¿Cuál es la diferencia entre optimismo y esperanza? ¿Qué ha sido de aquel “todo saldrá bien” que veíamos en las ventanas al principio de la pandemia de Covid? [1]

Creo que la diferencia sustancial entre optimismo y esperanza está en el fundamento de la esperanza. La esperanza tiene una razón; y sin embargo el optimismo cuando se ve desafiado por la realidad, si no tiene un fundamento sólido, la realidad lo tumba. Sin embargo, si la esperanza tiene un fundamento adecuado, es decir un fundamento que nos permita llamarla esperanza -algo muy distinto al “esperemos…”- puede afrontar los desafíos de la vida con una consistencia que el optimismo no tiene, ni tampoco el “esperemos…” sin fundamento. En este sentido, al cuestión es si la persona ha hecho un recorrido que le permita tener razones adecuadas para resistir en medio de la tempestad, para no verse abatido por algo inesperado. En estos tiempos no se nos ahorran las tempestades y, por eso, cada uno puede ver hasta qué punto vive de un optimismo sin fundamento o si se sorprende con una consistencia de la que al mejor no era consciente. La realidad se desvela cuando está desafiada. Una amistad es verdadera cuando los amigos están en pie ante lo desafíos. En cualquier tipo de relación humana, la consistencia de la relación se demuestra ante lo inesperado que encierra siempre un desafío. Entonces nos damos cuenta quién es amigo de verdad. Comprobamos quienes no están a la altura, y otros, que no podíamos ni imaginar, los descubrimos amigos. Nos podemos sorprender en todos los sentidos, no solo descubrimos amistades que no eran verdaderas, sino que también se desvelan otras que tenían toda la densidad de una relación verdadera. por eso es estupendo que la vida nos desafíe, porque reconocemos quiénes son nuestros verdaderos amigos, con quiénes puedo caminar hacia el destino. Siempre emerge algo verdadero ante cada desafío que debamos afrontar.

Enumeras cuatro desafíos en tu libro ¿Hay esperanza?[2]: la muerte, el sufrimiento, el dolor, el mal y la incertidumbre ante el futuro. ¿La esperanza resiste también ante estos grandes desafíos?

Que la esperanza emerja en situaciones difíciles es algo que está delante de todos nosotros. Hay personas que emergen desde dentro del sufrimiento con toda su grandeza, mientras que otras, delante de las mismas circunstancias, decaen. Pero atención, aquí no estamos juzgando a nadie, no es un problema de cómo actuar. Muchas veces nos quedamos en un criterio estrictamente moralista, “si la persona es capaz o no”. No nos interesa eso, porque todos somos unos pobrecillos. Este es el primer punto fundamental del que partir: nuestra pobreza. Sin embargo, uso otra expresión que me parece la más adecuada, el fruto del cristiano es una sorpresa. Uno se lo encuentra dentro, no porque se haya entrenado para vivir una enfermedad o ciertas circunstancias, sino que haciendo un camino humano, en un momento dado, emerge la esperanza. Es una sorpresa que uno encuentra dentro de sí, se sorprende de que los desafíos no le derriben, que resista ante el desafío, uno mismo se sorprende por la consistencia de su persona. Veamos lo que dice Giussani en la Escuela de comunidad. ¿Qué significa para la persona que Dios es todo? Todo lo que somos viene dado por Otro, el ser, la vida, el encuentro, todo. Pero podemos ver que para algunos esta frase es una repetición mecánica -no juzgo a nadie-. Lo dicen sinceramente, pero la verdad de una frase así se ve delante de los desafíos de la realidad, y esta es una de las cosas más bonitas que implica el seguimiento a la presencia de Giussani: él siempre nos pone delante un signo para ver si lo hemos seguido en el camino que nos propone. Siempre nos pone alguna pista, no para hacer un juicio moralista, sino para verificar si hemos seguido. Porque si lo seguimos, tendría que suceder algo. Hay tres signos evidentes que no los podemos generar previamente, es decir que no son imaginables: la alegría, la paz y la esperanza que emergen en las circunstancias de la vida.

Cada uno puede ver, delante de los desafíos que vive, si se dan estas tres cosas. Y, al revés, también hay signos cuando esto no sucede, es decir, cuando esto aún no ha llegado a convertirse en experiencia.  Y, entonces, el hombre es esclavo de cualquier circunstancia, del poder: “cuántos dueños tienen los que no reconocer al único señor”. Para alguien que quiera hacer un camino verdadero, don Giussani siempre deja pistas. Identificarse con él no es algo sentimental, sino una experiencia tal que tú te sorprendes, siguiendo y lo reconoces por cómo estallan estos signos, estas pistas en tu vida. Vemos gente que delante de la enfermedad vive de manera excepcional. Mucha gente va a visitar a los enfermos solo para ver su cara, para poder vivir a la altura de lo que ve en ellos. Hay personas que participando en la misa que don Eugenio celebra con los enfermos cambian. Llegan “quemados” y hacen un camino. También me he encontrado con personas que han caído en las drogas y, haciendo un camino, se han encontrado con una intensidad de vida, han recuperado su propia vida de un modo que deja sin palabras. Por eso, no estamos hablando de fantasías, de ilusiones optimistas, estamos hablando de un camino humano. Esto no sucede en el ciberespacio ni en el mundo imaginario de algunos, sino que se puede tocar con los dedos y deja sin palabras. Se impone la experiencia que se ve vivir. Y ahí precisamente es donde uno, al ver esto en otros, percibe que también hay esperanza para él, no porque cumpla no sé qué requisitos humanos, si no que uno puede partir del punto en el que está, del lugar en que se encuentra, incluso puede estar quemado con el Misterio y, poco a poco, hacer un camino que le lleve a sorprenderse de sí mismo. Por tanto, la esperanza nace muchas veces de toparse con estas personas que son iguales que nosotros. Por eso no podemos justificar su esperanza, fruto de un camino, diciendo que son personas excepcionales o que tiene cualidades especiales. Eso son justificaciones para no ponernos nosotros en juego y verificarlo. Pero estas justificaciones caen por sí mismas al ver cómo personas normales pueden llegar a vivir la vida con esta intensidad.

«Un duelo cada mañana»

¿Cómo se sostiene este camino todos los días? Porque todos podemos hacernos siempre la pregunta que le hace Jesús a los apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos?

Por supuesto. Lo más bonito del Evangelio es que nos dice que este problema ni siquiera se le ahorró a los discípulos con Jesús. Es decir, no basta con tener delante al testigo, con estar delante de Jesús. Nada es mecánico, nada se puede dar por descontado. Hay un texto (de Giussani) que me parece especialmente pertinente para responder a esta pregunta: El encuentro con un maestro y con un testigo despierta y favorece la toma de conciencia de uno mismo, pero el hombre aprende reflexionando sobre sí mismo, en su propia experiencia”. Muchas veces decimos: “yo no hago esto porque me falta el testigo”. No, a veces tenemos delante al testigo. En el caso de los discípulos, no tenían a cualquier testigo, sino al Testigo. A Jesús no le faltaba nada, ni tampoco a su testimonio. Pero los discípulos también tuvieron que verificar si les bastaba con el testigo o no. Habían encontrado a una persona excepcional, habían visto milagros excepcionales, es decir, parecía que lo tenían todo. ¿Pero cuándo lo comprobaron? ¿Cuándo lo verificaron? Cuando la vida no les ahorró nada. ¿Cómo comprobaron quién era? A través de una cosa banal: se les olvidó el pan y se pusieron a discutir como locos entre ellos, olvidando lo que habían visto. ¿Y esto qué tiene que ver con la verificación? Sus ojos habían visto, pero era como si no hubieran visto nada de nada. Jesús estaba allí, en la barca, y se pelean entre ellos, como si no estuviera. Y Jesús habría podido resolverlo enseguida, pero les hizo tres preguntas: ¿Cuántos panes sobraron la primera vez?, ¿Cuántos sobraron la segunda? y ¿Qué significa esto? Si no entendemos lo que había pasado, no entendemos el camino. Si ellos no comprenden a partir de los signos que han visto, cuando llegan a la siguiente circunstancia no han crecido, y se ponen a discutir como si no hubiera sucedido nada, como si no quedara nada de lo que ya habían vivido. Este es el aspecto más decisivo de la fe, es decir, si genera personas que, cuando se les presenta un desafío, son capaces de afrontarlo mejor que la primera vez. Sin embargo, discuten como locos, como si no hubieran visto nada (su excepcionalidad no sirve para nada, los milagros de la multiplicación de los panes ni los mencionan). ¿Y por qué Jesús hace esto? ¿Por qué les desafía con esas preguntas? Porque si no entendéis lo que os ha pasado, seguiréis discutiendo. Por tanto, para hacer un camino no basta con el testigo (justificaciones que solemos poner, “es que necesito a la compañía”, “es que necesito un testigo”). A los discípulos no les valía con tenerlo.

“Ni siquiera el encuentro con un maestro puede suplir el trabajo de la razón que él nos propone”. Es difícil no escuchar entre nosotros hechos espectaculares, que dan escalofríos, ¿pero hasta qué punto eso genera a la persona? ¿Cómo nos sirven para hacer un camino? Cada uno podrá comprobarlo cuando llegue el siguiente desafío que tenga que afrontar. Cuánta falta hace un camino para no acabar desperdiciando todas las circunstancias y no bastan las justificaciones que quiera añadir. Lo digo porque hace falta hace dejar de vivir malgastando todas las circunstancias, todas las circunstancias que el Misterio nos da para crecer, porque de lo contrario no quedará nada. Y si no queda nada, ¿por qué íbamos a quedar nosotros? Alguien que al cabo de unos años ve que no crece, que no se sorprende del camino que hace, se preguntará: ¿por qué me voy a quedar? Sin embargo, se puede crecer en una relación igual que crecen los niños con sus padres, no necesitan un doctorado en Harvard sino hechos que generan un apego tan grande que se ve. Pongo un ejemplo: Un padre y una madre fueron a ver a la maestras de la guardería para hablar sobre su hija. Estaban preocupados porque no pasaban tiempo suficiente con su hija. (El padre trabaja doce horas al día y la madre está haciendo la tesis). Ante su preocupación, la maestra les dijo: “No deberíais estar preocupados por vuestra hija, porque ella ha interiorizado vuestra presencia”. “¿Cómo lo sabe?”, preguntaron. “Porque quien ha interiorizado la presencia de sus padres es libre, vuela, quien no lo ha hecho sigue pegado a mi falda y no quiere volar porque no está seguro. El que está seguro es libre. Vuestra hija es libre porque está segura, porque lleva dentro vuestra presencia”. Otros niños se comportan de otra manera -no quiere decir que no estén a la altura moral-, pero el matrimonio que preguntó vive un tipo de experiencia humana que les permite vivir con libertad. No es que actúen mejor o peor, no se trata de un juicio moral, es algo que tiene que ver con la pertenencia, con la manera en que las relaciones constituyen al niño. Igual que la presencia de Jesús constituía a los discípulos. Aquí es donde nos jugamos la vida, si uno no se da cuenta del alcance que tiene aquello a lo que pertenecemos.

Esa toma de conciencia no es algo que adquieres de una vez por todas. El duelo comienza cada mañana y cada uno puede verlo cuando se despierta por la mañana. El desafío que nos atañe a todos se produce si al despertar aparece la lucha que se libra entre el ser y la nada. Cuando uno se despierta y no tiene tiempo para llenarse de corazas y se despierta completamente desarmado y se ve de qué vive. Se ve cuál es la conciencia que tenemos y no nos hace falta ningún tipo de moralismo para percibirlo, basta con que uno se enamore para ver cómo se despierta a la mañana siguiente. La partida se juega en la ontología, no en la ética. El enamorado vive determinado por la presencia que constituye su yo esa mañana, que es distinta a la del día anterior, no porque haga un esfuerzo moral, sino porque su persona está constituida en su origen, en su punto original, por una presencia y eso lo cambia todo. Por eso, si todo lo que vivimos no es para que crezca esta presencia en la manera en que vivimos la ontología, es decir, en nuestro ser de hombres, será inútil. Porque al fin y al cabo somos unos pobres hombres. Pero eso no depende de nuestro esfuerzo personal. A la niña de la guardería no se le pasa ni por la cabeza que deba hacer no sé qué tipo de esfuerzo titánico para ser libre en la guardería, como tampoco que los demás sean unos pobrecillos porque no sean capaces de hacerlo. Ciertas presencias constituyen mi yo –o el de otro– y otras personas permanecen simplemente con su soledad de fondo y cada uno ve lo que pasa en su vida cuando vive de una manera o de otra.

El testigo puede hacer más inmediata la percepción de uno mismo, pero la percepción de uno mismo es insustituible y sucede cuando entra en las entrañas del yo, dentro de mi manera de estar en la realidad. Por eso, la relación con la realidad es decisiva para captar de qué manera estamos haciendo el camino, porque no es en nuestra habitación o en nuestra burbuja donde verificamos, sino en la realidad, en la realidad real, esa que nos desafía constantemente. Por eso “no solo el niño, en su dinámica infantil, sino el adulto debe juzgar los encuentros que hace desde la correspondencia que le suscitan. La samaritana, Natanael y los demás percibieron esa correspondencia como una experiencia que nunca habían hecho antes y que por tanto es decisiva”. El hecho de estar delante de una presencia excepcional no nos ahorra esta toma de conciencia de uno mismo que es insustituible por la belleza de la que formas parte. Por eso la correspondencia que Jesús suscita en los discípulos se ve en el “sí” de Pedro, donde estalla esta pertenencia, esta generación de un yo. No porque deje de hacer estupideces, sino por lo que le diferencia de todos los que se marcharon después de la multiplicación de los panes. En este episodio, Jesús vuelve a ser leal con el destino del hombre y no les toma el pelo. Él multiplicó los panes por amor a ellos. La multitud no tenía pan y la gente estaba tan entusiasmada que volvió a buscarlo y querían hacerlo rey. Pero Jesús no se conformó con ese reconocimiento. ¿Por qué? Porque Jesús no nos toma el pelo. Y dice: “fijaos en que con este pan no resolveréis el problema de la vida, porque el problema de la vida es mucho más profundo, porque vuestro deseo infinito no tiene límites, es infinito y por eso este pan no puede satisfacer todo el deseo que os constituye como personas. Si no bebéis mi sangre y no coméis mi carne, no resolveréis el problema de la vida”.

«Conciencia del deseo»

Pero hoy, ¿ese deseo se percibe o se oculta?

Lo percibe quien lo aferra. Lo percibe alguien que tenga conciencia de la naturaleza del deseo humano. Algunos se conformarían con comer pan hasta la próxima ocasión. Pero Jesús, que conoce al hombre, que tiene familiaridad con la naturaleza humana, sabe que eso no es suficiente. Entonces se adelanta al problema valiéndose del impacto que ha tenido, ¿para qué? Para mostrarles cuál es la verdadera naturaleza del deseo. Ellos lo tenían dentro, pero no eran conscientes. Si uno no es consciente de lo que desea, cuando el otro le hace una propuesta que supera su capacidad de entendimiento, no comprende (“¿cómo va a darnos de comer su cuerpo y su sangre?”). Como no habían captado la naturaleza de su necesidad, no se lo podían ni imaginar. No es que la samaritana entendiera algo más de su deseo, pero intuyó que había algo que superaba su entendimiento. Hasta tal punto es verdadero que la reacción de la samaritana fue muy diferente de la de los demás. La samaritana, ante el anuncio de un agua que podía saciar una sed que cinco maridos no habían saciado, dijo: “¡dame de esa agua!”. Los demás, la multitud, en vez de decir “dame de ese pan”, cuando Jesús eleva la apuesta reaccionan de manera espontánea. Cuando les da a entender de qué pan está hablando, todos le dicen: “ya te escucharemos otra vez”, y, entonces, se encuentran ante el siguiente desafío, que Jesús no les ahorra. Pero Jesús no les desafía para humillarles, sino para que custodien lo que han visto. No ahorrándoles la pregunta, les hace retomar la experiencia del camino que han hecho con él para ver si queda algo. Todos los que no le habían seguido, los que no habían compartido su vida, se escandalizaron. Sin embargo ellos, sobre todo Pedro en aquel momento, justamente por haber retomado el camino que había hecho con él, no es que entendiera cuál era el pan de la vida, pero dice: “si nos alejamos de ti, ¿adónde iremos?”. Y añade: “nos hemos fiado de ti y eso nos ha permitido conocer, y hemos creído y reconocido que tú eres el Hijo de Dios”. Se ve que esa presencia empieza a ser suya y por tanto tiene una razón para quedarse, mientras que el resto, la multitud, no tiene razones para quedarse. Y cuando la vida los vuelva a desafiar, tendrán que empezar de cero.

Hablas de dejar abierta la posibilidad de que suceda algo, es decir, dejar abierta una grieta. Si no he entendido mal, es como cuando el hijo pródigo vuelve al padre. Esa es la posibilidad que debemos dejar abierta. Mientras quede al menos una grieta, sigue abierta la posibilidad.

Siempre nos han dicho que la categoría de la razón es la categoría de la posibilidad porque sabemos que en el cielo y en la tierra hay más realidad que en nuestra filosofía. Por tanto, esa grieta es por la que puede entrar la luz. Eso siempre es posible mientras quede abierta esa grieta. El hijo pródigo se sentía tan constreñido en casa que se imagina que en cualquiera otra parte será más libre. Por su parte el padre le diría toda una serie de cosas sabias, que no surtieron efecto alguno porque se marchó. A partir de ahí, el hijo tuvo que verificar su hipótesis, porque no hay vida humana que no parta constantemente, queramos o no, de una hipótesis para verificar dónde se encuentra la plenitud de uno mismo. De modo que el padre tiene dos opciones: o lo ata a la silla y le cierra la puerta, o lo deja ir. ¿Qué hacéis con vuestros hijos? El padre lo deja ir porque es la única manera de que pueda usar su experiencia para entender. ¿Pero para qué sirve la experiencia del hijo pródigo? No basta con decir “te equivocas”, sino que equivocándose, entendió algo, algo que el otro aún no había entendido (no había roto un plato y todavía no había entendido nada). De modo que le deja ir porque solo podrá entender a través del ejercicio de su libertad. Y se encuentra delante de esa experiencia que describe el evangelio, comiendo algarrobas. El evangelio dice: entró dentro de sí. Un salto en la conciencia de sí mismo. Este es el factor insustituible. No basta con tener padres. Llega un momento en que uno da un salto en la conciencia de sí mismo (“el encuentro con un maestro no puede sustituir el trabajo de la razón”), puede hacer más inmediata la percepción de sí, pero la percepción de uno mismo como acto propio es insustituible. Nadie puede hacerlo en nuestro lugar (ningún padre, ningún amigo, nadie, ¡nadie!). Porque esa es la percepción de uno mismo, y es insustituible. Es la relación de cada uno de nosotros con el Misterio, y por tanto es insustituible. El hijo pródigo tiene ese momento, ese gesto insustituible que es tomar conciencia de sí mismo. Ese momento es decisivo para él porque lo libera de todas las imágenes que tiene en la cabeza. Y entiende qué es lo que necesitaba, sobre todo a quién necesitaba. Nadie le obligó, no vino ningún ángel, no vino ningún padre a sacarlo de su situación, el padre tuvo que esperar a que ese momento de conciencia de sí mismo, insustituible, sucediera en su hijo. No necesitó ningún moralismo del tipo “vuelve que si no te pierdes y vas al infierno”. Sencillamente esta conciencia de sí mismo lo aclaró todo. Y volvió libremente. Por ello, este es un paso insustituible que nadie puede dar en nuestro lugar, y quien no lo dé se quedará atascado. Puede que no sean algarrobas sino el éxito: “En Roma apoteosis, ¿y qué?”, decía Pavese después de haber recibido el premio Strega. O pensemos en los discípulos que volvieron con Jesús emocionados por su éxito misionero: pero chicos, no os alegréis por haber visto caer demonios, ¡¡alegraos porque vuestros nombres están escritos en el cielo!! Si uno quiere librarse cada vez más de la imagen de plenitud que cada uno pueda tener en su cabeza, tanto del fracaso como del éxito, debe llegar a esta conciencia insustituible de sí mismo. El problema es cuando las cosas van fenomenal, cuando la vida te responde positivamente. Cuando uno fracasa puede pensar: “cuando tenga éxito, será la bomba”. El problema es cuando tienes éxito. Porque si ni siquiera el éxito me basta, ¿Qué me basta? ¿Quién soy yo que nada me basta? Ahí descubro que todo es pequeño para la capacidad de nuestro ánimo. Entonces, si veo que con las algarrobas no funciona, no digo: “vamos a ver si cambia algo ganando este premio”. Ahí sucede algo que desvela, de una vez por todas, la naturaleza del yo, la naturaleza del yo, no de Dios, y entonces empieza a entender quién es Dios. Empieza a entender que lo único que necesita es volver con su padre. No como se imaginaba, como el último de los jornaleros, pues el padre lo recibe con toda su capacidad de afecto, confirmándole que eso es lo que necesita para poder vivir a la altura de su deseo. Esta es la gran cuestión, que la puede generar hasta un error. Todo sirve en el camino y esto muestra la naturaleza de la experiencia, porque los factores que juzgan lo que hemos probado emergen con toda su potencia y comprendo quién soy yo. Esta es la conciencia de uno mismo y es el resultado de un camino. Es el resultado de la autoconciencia. “La fuerza de un sujeto radica en la intensidad de su autoconciencia”. Podemos participar en la vida del movimiento y que esto no crezca, y cada uno verá las consecuencias que tiene en su vida, independientemente de lo que haga, la vida de cada día, de las circunstancias, la vida de las relaciones, la vida del trabajo, la vida delante de la guerra, delante del Covid, delante de todo. Sin esto no hay esperanza.

«En la cumbre de la razón»

Dices que la esperanza se vive en un lugar que es físico, un lugar al que se puede pertenecer.

Me gustaría leer una cita. Cuando deseamos hacer un camino, las cosas que suceden casualmente, como las lecturas de la misa por ejemplo, te hablan. Hay una lectura del profeta Oseas que dice que el primer gesto de Dios ha sido una iniciativa totalmente gratuita.

“Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales, ofrecían incienso a los ídolos. Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer”[3].  Dios, a pesar de que se alejaran, a pesar de la distancia, vuelve a tomar la iniciativa. Igual que la testarudez de los hijos, consigue sacar todas sus entrañas de madre, Dios es exactamente igual. ¿Por qué los padres no estrelláis la cabeza de vuestros hijos contra un muro? ¡¡¡Porque sois padres y madres!!! Dios se desvela en este movimiento entre el amor y la distancia. No se cansa, vuelve a empezar con una iniciativa nueva. Desvela todo su sentimiento hacia nosotros. “Se conmueven mis entrañas” (se le conmueven las entrañas), “Mi corazón está perturbado”. Esta lucha se libra en un padre con su hijo. Existe un lugar donde uno se ve desafiado constantemente, cada vez  con una iniciativa nueva,  así se desvela la naturaleza de Dios y la naturaleza  de los padres. “Porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira”[4]. Si ha sucedido este hecho insustituible, esta toma de conciencia de uno mismo y de Dios, el hijo puede crecer verdaderamente y cuando llegue la vida con sus  desafíos, podrá tener una esperanza con fundamento. Como dice san Pablo, “pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad (…) podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. O hacemos un camino así, o será difícil afrontar los desafíos con esperanza.

Hablas muchas veces de la “razonabilidad de la fe”. Una fe que se apoya en algo convincente…

La esperanza florece en la cumbre de la fe. Dice Giussani que es como una flor de la fe. Tengo esperanza ahora porque he visto cómo me cuida mi madre. La certeza del futuro se apoya totalmente en la razonabilidad del afecto de la madre. Si el niño no crece con esta conciencia, ante circunstancias nuevas se encontrará desarmado. Mientras que cuando todo sucede dentro de esta relación, se ve capaz de afrontar cualquier cosa. No porque tenga superpoderes sino porque nunca está solo. “En todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado”[5]. San Pablo lo documenta porque él tuvo que afrontar todas las dificultades que describe con pelos y señales en sus cartas. Él tuvo muchísimas ocasiones para ver vencer a Cristo. Cada fibra de su ser está plasmada por esta certeza que le constituía. Si la experiencia cristiana no genera una persona así, no sirve para nada. Es a este nivel donde se juega la seriedad con que vivimos el camino que proponemos. Por eso, Giussani no tenía otra cosa que comunicar más que la razonabilidad de la fe porque la razonabilidad de la fe puede desembocar en la esperanza. ¿Y qué es la esperanza? La esperanza es una presencia que cuando está dentro, nos hace libres.

«La crisis como oportunidad»

¿Dónde se juega la libertad en esta perspectiva de la esperanza como una presencia?

La niña es libre porque su libertad está generada por el hecho de tener una conciencia de sí misma cargada de la memoria de sus padres. Cuando Dios nos propone este vínculo, no es para esclavizarnos sino para liberarnos. Dice Péguy: “Preguntad a un padre si el mejor momento no es cuando sus hijos empiezan a amarle como hombres, a él, como a un hombre, libremente, gratuitamente, de hombre a hombre. Preguntad a un padre si no sabe que nada vale tanto como una mirada de hombre que se cruza con otra mirada de hombre. Yo soy su padre y conozco la condición del hombre. Todas las sumisiones de esclavos del mundo no valen lo que una hermosa mirada de hombre libre. O más bien todas las sumisiones de esclavos del mundo me repugnan y lo daría todo por una bella mirada de hombre libre. Por esa libertad, por esa gratuidad lo he sacrificado todo, dice Dios, por esa afición que tengo de ser amado por hombres libres, libremente, gratuitamente, por verdaderos hombres, viriles, adultos, firmes. Nobles, tiernos, pero de una ternura firme. Para conseguir esa libertad, esa gratuidad, lo he sacrificado todo, por esa afición que tengo de ser amado por hombres libres. Para hacer actuar esa libertad, esa gratuidad”.[6] ¿Pero de dónde nace esta libertad? Nace justamente de esta conciencia de uno mismo ligada a una presencia. Solo puede ser libre quien crece en esta conciencia de uno mismo ligado a otro. La libertad es un bien muy escaso. Solo quien decide secundar este camino podrá sorprenderse realmente de vivir libremente en la realidad. De lo contrario estaríamos sometidos.

Citas un diálogo entre Testori y Giussani: “Paradójicamente, este momento en que la crisis toca fondo es el momento de mayor esperanza”. Suena contradictorio.  

Toca fondo como el Hijo Pródigo tocó fondo, y entonces comprendió qué era lo que constituía su verdadera necesidad, pero él ya era así. ¿Cuál es la diferencia entre el antes y el después? Que antes no era consciente y, por eso buscaba,  la realización de su libertad en otra parte. Solo cuando tomó conciencia de sí mismo comprendió quién podía hacerle libre y volvió a aquel de quien había huido. ¿Por qué volvió a casa? Porque lo percibió más consonante, más correspondiente, no por un moralismo sino por una toma de conciencia de sí; por eso toca el fondo de sí mismo. Por eso este momento es insustituible. O se da o no se da. Uno puede quedarse pero sin esta conciencia (como el otro hijo, que está siempre en casa: “pero tú nunca me has dado ni un cabrito”. ¡Vete por ahí! ¡Lo tiene todo pero no ha entendido nada!). Falta esta conciencia de uno mismo. Esa es la grandeza de Dios, que puede valerse hasta de un error para que podamos tomar conciencia de nosotros mismos. El otro no se equivocó pero tampoco tiene esta conciencia de sí, y se queda en casa pero le pasa factura al padre por no darle esto o aquello.

Pensad en Juan y Andrés. Durante toda su vida, el presente más presente fue el presente de aquel día. No hay nada más renovable que el presente de aquel día, por el nexo que todo lo que hacían tenía con Él. Esta es la cuestión. El nexo de los milagros del pan con la falta del pan. Cuando seguían a aquel hombre por la calle, ya no había espacio para otro en su corazón. Cuando a Andrés se le muera la madre, o un hijo, había algo invencible: la alegría, que era posible por el hecho de ser libre. Era libre, es decir, estaba ligado a ese hombre, a ese hombre que decía “mujer, no llores”. Era libre porque estaba ligado, como esa niña está ligada a sus padres, y por eso es libre. Tenía una relación con ese hombre y estaba alegre. Esas son las pistas que nos dejan ver el camino (la alegría, la libertad, el vínculo). Estaba alegre por la relación que tenía con ese hombre, incluso delante de su madre muerta. Lloraba, pero estaba alegre. Este es el resultado de ese reconocimiento en el que florece la esperanza. La esperanza se documenta en la alegría delante de cualquier cosa.

 

Lee también «Para el humano cumplimiento»

 

Entonces podemos quitar el interrogante del título de este encuentro: hay esperanza.

No, porque el drama no queda resuelto. Cada uno debe responder si hay esperanza o no. Es un problema de toma de conciencia de uno mismo insustituible. En la experiencia de cada uno de nosotros.

Que haya esperanza o no depende de la toma de conciencia de uno mismo. Ese es el gran error que podemos cometer. Los dos hermanos están juntos, pero pueden vivir una experiencia totalmente distinta. El camino lo podemos hacer juntos, pero en ciertos aspectos ni siquiera el testigo puede sustituir la toma de conciencia de uno mismo, y eso habla del valor que tiene cada uno delante de Él porque el yo es esta relación única, insustituible, con el Misterio. No somos una manada. Somos personas y cada uno tiene este valor único e insustituible delante del Misterio. Este es el valor único de la persona. Por tanto, no es un menos. Esto no es individualismo. Porque el individualista esto ni lo sueña. Si pensamos en el problema de la persona o del yo como si fuera individualismo, es que no hemos entendido nada. El individualista ni se imagina lo que hemos oído esta noche. Sin embargo, cuando esto no es una experiencia personal, un acto propio e insustituible, solo puede decir la frase “hay esperanza” con interrogantes. Solo quien se sorprende con esta conciencia de sí mismo podrá responder cargado de razones delante de cualquier desafío. Esta es una sorpresa que uno se encuentra dentro, no es una capacidad. Por gracia, por un camino que ha secundado y que descubre como flor de gracia de la fe.

 

[1]  El presente texto es fruto de un diálogo que tuvo lugar en la localidad italiana de Cesenatico  en el ciclo de conferencias de los “Lunes Culturales” organizado por la Parroquia de san Giacomo Apostolo.

[2] Se refiere a  J. Carrón, Hay Esperanza, Huellas, 2021.

[3] Os. 11, 1-4. 8c-9

[4] Ibidem.

[5] Rom. 8, 36.

[6] Ch. Péguy, EI misterio de los santos inocentes, en Los tres misterios,  Ediciones Encuentro, Madrid 2008.

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