Para el humano cumplimiento
Moderador: Querido Julián, acabamos de ver un breve video de don Giussani y siempre impresiona la pasión, incluso física, con la que transmitía el hecho más importante y decisivo de su vida: Cristo presente, Cristo hecho hombre y experimentable. ¿Quién era don Giussani para ti? [1]
Carrón: Me alegra poder compartir con vosotros esta velada para hablar de la persona que más me ha fascinado en la vida. Para nosotros, para mí, para todos los que lo trataron, don Giussani era una figura con una pasión desbordante que hacía vibrar todo nuestro yo. Conocerlo despertó, potenció, el deseo que llevaba dentro –deseo de plenitud, de felicidad. Desde que le conocí, no deseé otra cosa que identificarme con esa manera de vivirlo todo, con esa pasión ¿A quién de nosotros, después de escucharle aunque solo hayan sido unos instantes, no le gustaría poder encontrarse con alguien que –pase lo que pase en la vida– viva con esa intensidad, con esa manera de decir yo, de decir Tú, con esa percepción de su persona que contagiaba a cualquiera que encontrara? Todavía tengo en la memoria qué pasaba cuando me invitaban a los gestos “normales” de la vida del movimiento. No recuerdo mucho del contenido de las jornadas que pasé con él. Al principio no entendía bien el italiano. Pero nunca he podido olvidar que percibía una gran diferencia. Normalmente, en esos gestos todas las mañanas se empezaba rezando el Ángelus, una oración que nos resulta familiar a todos los cristianos. Antes de empezar el Ángelus, Giussani hacía un breve comentario para que la oración no fuera simplemente una repetición de algo formal, de algo que se repite mecánicamente, sin que suceda, en el fondo, nada significativo. El pronunciaba unas primeras palabras que hacían presente su persona, su intensidad, su mirada. A mí me cambiaban el día. En ese gesto, nada más oírlo ya me cambiaba, me daba una capacidad de abrazar mi vida, a mí mismo, de la que no había sido consciente al levantarme. Cada mañana se llenaba así de una presencia que hacía la vida… ¡vida! Tal vez se pueda imaginar una experiencia tan elemental como esta cuando alguien se enamora. Cuando alguien se enamora no se puede despertar como si nada hubiera pasado. Cuando uno se da cuenta de lo que le ha sucedido –que está al alcance de cualquiera si se enamora– todo lo que hace durante la jornada –también las preocupaciones que le asedian, todo lo que tiene que hacer…– está marcado desde por la mañana. Hasta el punto de que los compañeros de trabajo preguntan: “¿pero qué te pasa?, ¿te has enamorado?”. Es algo que marca. Pongo este ejemplo porque cualquiera puede reconocer en su experiencia. Cuando una presencia entra en la vida lo vuelve todo distinto. Ver a una persona, como hemos visto ahora en el video de don Giuss, no es ver a alguien que se haya topado con un factor afectivo o sentimental como el enamoramiento. En su vida ha entrado tan poderosamente una presencia que todo su ser, la percepción de sí mismo, la conciencia de sí, el sentimiento de sí mismo han quedado totalmente determinados por ella. Decía el canto que hemos oído: “su voz, sus palabras, sabía todo de nuestro corazón” (se refiere a Giussani). No era así porque nos explicara qué es el corazón, sino porque con su manera de estar respondía a todas las exigencias con las que uno se levanta por la mañana. Por eso comunicaba a Cristo y nosotros no lo percibíamos como una palabra, ni como un conjunto de reglas, ni como una Presencia que te espera en la puerta para juzgarte cuando te equivocas. Lo percibíamos como una Presencia que marcaba la vida.
Cuando sucede esto, el evangelio te empieza a hablar de un modo distinto ¡Cuántas veces he releído después, con una conciencia que antes no tenía, lo que dice el evangelio: “nunca habían visto nada igual”¡. ¿Qué habían visto los que estaban con Jesús? Un hombre que cuando tomaba la palabra en la sinagoga leía el mismo texto que los demás, que los doctores de la ley o los escribas. Pero todos veían la diferencia entre los que solían hablar y Él. Hablaba con autoridad, con una potencia, con una “εξουσία”, en griego, con una capacidad de fascinación que no encontraban en los escribas. Igual que ahora. Puedes ir a la iglesia y el cura puede usar la palabra “Cristo”, y no mover nada en ti, no afectarte. Sin embargo, otro, usando el mismo texto, es una presencia tan significativa que comunica algo que percibes con una intensidad única.
Era un hombre, un hombre en el que todo estaba unido. Por eso, cuando yo escuchaba la frase del salmo “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”, pronunciada por él, la respuesta a esa pregunta la encontraba en la intensidad con la que hablaba –“¿pero quién soy yo para que te acuerdes de mí?”–. Era una intensidad que ponía delante de mis ojos, de mi vida y de mi deseo esta Presencia que explica la vida. “Tú tienes palabras que llenan la vida”[2], dice el evangelio. Entonces el evangelio, que ya conocía por mis estudios, adquirió tal intensidad que podía entenderlo sin reducirlo a un simple formalismo o a palabras repetidas con devoción. Empecé a entender que lo que había pasado hace dos mil años seguía presente, no como un devoto recuerdo del pasado, por justo y verdadero que fuera. Era lo que había dicho Jesús: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. No está con un conjunto de reglas, Jesús no ha venido a decirnos lo que debemos hacer para luego volver a pedirnos cuentas y hacernos un examen, ¡no! La frase “sigue presente”, muchas veces era una frase dicha o repetida formalmente. Podemos pensar “Él se fue… ¿y qué hacemos ahora?”. No es lo mismo que cuando lo encontramos. Los discípulos tuvieron la fortuna, la gracia, el don de estar delante de Alguien que constantemente les desplazaba porque su Presencia les dejaba sin palabra. (Y nosotros podemos pensar) que tenemos que conformarnos con leerlo. La diferencia es la misma entre alguien que se enamora y otro que lee una novela. Es totalmente distinto, porque ni la mejor de las novelas es capaz de narrar con lealtad la experiencia de enamorarse, no es capaz de producir un enamoramiento. ¡No es lo mismo cuando sucede! En este caso, en cambio, vuelve a suceder, y eso lo hace todo distinto. Uno de vosotros me contaba en la cena que la primera vez que se topó con esta realidad, en unas vacaciones, le impactó una frase: “existe lo que tu corazón busca”. Pudo entenderlo no porque alguien le explicara la frase, sino porque veía cómo su vida estaba llena de lo que su corazón deseaba. “Me comunicaba –decía– un gusto por vivir, una intensidad de vida, una manera de disfrutar de la vida, de adentrarse en el canto o en la poesía con una belleza que yo, aunque desde pequeño fui al seminario, no había visto nunca”.
Desde que me encontré con Giussani no deseé otra cosa que vivir a la altura de lo que vivía. No he deseado otra cosa que identificarme con lo que comunicaba. No tuve un camino preferencial porque normalmente lo veía una vez al año desde lejos, en los gestos comunes. Después volvía a Madrid, donde vivía y no podía verlo a menudo. Aquello en lo que él me adentraba –a través de lo que me llegaba de sus palabras de sus gestos o de los momentos en que venía a vernos en Madrid– empezó a determinar mi vida. Por eso me sorprendió mucho el Papa el 15 de octubre en Roma cuando describió el carisma, como una diferencia que nos ha fascinado. “Ciertamente fue un hombre de gran carisma personal, capaz de atraer a miles de jóvenes y de tocar su corazón -dijo Francisco-. Nos podemos preguntar: ¿de dónde venía su carisma? Procedía de algo que había vivido en primera persona. Era algo tan suyo que lo comunicaba en todo lo que hacía porque “de joven, con solo quince años, le había impresionado el descubrimiento del misterio de Cristo. Había intuido –no solo con la mente sino con el corazón– que Cristo es el centro unificador de toda la realidad”. ¡Y se veía! No se ponía a explicar la frase “Cristo es el centro unificador”, sino que en él todo estaba unido porque, tocara lo que tocara, lo llenaba de esta novedad.
Se puede entender con el ejemplo que le oí muchas veces sobre la relación amorosa: si vas a visitar una ciudad con la persona amada todo es distinto; comer o dar un paseo es totalmente distinto, ir a trabajar con la persona amada en la mirada lo hace todo distinto. Todo está lleno de esta presencia que marca la diferencia, no porque estés siempre físicamente con el otro sino porque hace toda la realidad única, distinta, intensa, llena de algo que hace todo diferente. Entonces se empieza a intuir, como dice el Papa, que “es la respuesta a todos los interrogantes humanos, es la realización de todo deseo de felicidad, de bien, de amor, de eternidad presente en el corazón humano. El estupor y la fascinación de este primer encuentro con Cristo ya no lo abandonarían”[3].
Viví con él los últimos meses porque me pidió colaborar en la guía del movimiento, y pude ver, como dice el Papa, que “el estupor y la fascinación de este primer encuentro con Cristo ya no lo abandonarían”, ni siquiera durante la enfermedad que tuvo que soportar y atravesar. Recuerdo que, cuando los dolores le permitían volver a ser él mismo, te miraba con una mirada tan penetrante que te llegaba hasta la médula. La fascinación (por Cristo) realmente nunca le abandonó. ¿Y eso por qué? Porque, como dijo el papa Francisco, citando a Ratzinger en la homilía de su funeral, “don Giussani siempre tuvo la mirada de su vida y de su corazón dirigida hacia Cristo. Así, comprendió que el cristianismo no es un sistema intelectual, un conjunto de dogmas, un moralismo; que el cristianismo es un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento”. “Aquí –continúa el Papa– está la raíz de su carisma. Don Giussani atraía, convencía, convertía los corazones porque transmitía a los otros lo que llevaba dentro después de su experiencia fundamental (de quedar deslumbrado por Cristo): la pasión por el hombre y la pasión por Cristo como cumplimiento del hombre. Muchos jóvenes lo han seguido porque los jóvenes tienen un gran olfato (para descubrir dónde se encuentra lo que buscan). Lo que decía venía de su vivencia y de su corazón, por eso inspiraba confianza, simpatía e interés”[4].
Lo que vivía era la fuente de lo que sucedía. No iba la vida por un lado y lo que decía por otro, ¡no! En lo que vivía estaba todo unido, de ahí nacía todo el atractivo, toda la fascinación que sentíamos al mirarlo, asombrados –yo al menos– porque nunca había visto nada igual.
Moderador: Decía el Papa Francisco: “Don Giussani fue padre y maestro, fue servidor de todas las inquietudes y las situaciones humanas que iba encontrando en su pasión educativa y misionera. La Iglesia reconoce su genialidad pedagógica y teológica”[5]. ¿Por qué se le define como uno de los grandes educadores de nuestro tiempo y cuál es el núcleo de su mensaje educativo?
Carrón: Creo que lo que señalaba antes pone de manifiesto por qué don Giussani fue “padre”. Como decía el Papa Francisco al empezar su intervención, “gracias a su paternidad sacerdotal apasionada en el comunicar a Cristo, (todos los que se encontraron con él) crecieron en la fe como don que da sentido, amplitud humana y esperanza a la vida”.
Esto es lo que todos vemos cuando en la vida, conociendo a un profesor, a una personalidad relevante, reconocemos todo su valor pedagógica. Muchas veces pregunto: “¿tú a qué profesor recuerdas?” Recordamos a los que han marcado nuestro camino en el instituto, en el colegio. Es evidente que no nos acordamos de todos los profesores que hemos tenido ni de todas las personas que hemos conocido. Recordamos sustancialmente a las personas que han tenido eso que llamamos “genialidad educativa”, su capacidad de comunicar de manera fácil, pedagógica, al alcance de cualquiera, cosas que son complejas. Es algo que siempre me impactó de Giussani. Él nos ofrecía, nos comunicaba, una experiencia para que pudiéramos entender las cosas de manera sencilla. Porque el método con el que Dios hace las cosas es sencillo. Él no nos da una gran lección sobre el amor para que entendamos qué es el amor. Nos hace nacer en una familia de modo que podamos entender lo que significa ser amados. Al nacer, desde el primer instante, nos hace entender qué significa ser abrazados, ser queridos. Desde que alguien está en el seno materno hasta que da los primeros pasos, se siente totalmente invadido por la ternura de su madre. Basta ver –esto me impresiona siempre mucho– a una madre con el bebé recién nacido entre sus brazos. Se contempla toda la ternura con que la madre mira a ese niño, la madre está completamente asombrada por esa criatura que tiene entre los brazos.
Luego (Dios) hace que seamos amigos de alguien para que entendamos qué significa ser valorados, ser queridos. Y después hace que nos enamoremos. Así aprendemos las grandes palabras de las que está hecha la vida, no mediante una lección sino a través de una experiencia. Esto es lo que nos permite entender. No hacen falta estudios especiales en una universidad importante, no hace falta tener una inteligencia particular para sentirse queridos, no hay que tener una gran moralidad ni ser santos o no cometer errores. Cualquiera puede distinguir si alguien le quiere. No hace falta nada de lo que normalmente nos parece necesario para que uno pueda ser él mismo, ¡no!
Vemos que Jesús, sencillamente, lo comunica todo mediante una relación. Por ejemplo, Pedro, que tantas veces “se salía del camino”, que “en la primera curva ya estaba fuera”, constantemente era devuelto a ese camino por su Presencia, por su ternura, por su manera de salir a su encuentro una y otra vez. Esta es la pedagogía que Dios ha usado, habría podido enviar por correo “instrucciones para el uso” de la vida, ¡pero no hizo eso! Se plegó a la forma humana mediante la que podemos entender. ¿Cuál es esa forma humana? La que nos adentra en el aspecto más elemental de la vida. Por eso se hizo carne.
El Verbo se hizo carne a través de su Presencia histórica, carnal, concreta, a través de su manera de abrazar, de mirar, de llenar la vida con su misericordia. Pensemos con qué mirada se dirigiría a la Samaritana, con toda su sed. Pensemos con qué mirada se dirigiría a Zaqueo, al que todos miraban solo por su incoherencia. Pero entonces llega Uno que trastorna a todos y le dice: “Baja, que voy a tu casa”. Bastaría imaginar que esto sucediera hoy. Mientras alguien va paseando se encuentra con Jesús, que le dice: “esta noche voy a tu casa”. Toda nuestra vida quedaría invadida por esta Presencia.
El Dios que nos ha hecho, que ha hecho el cielo y la tierra, el Dios infinito se ha hecho carne para hacer fácil (la relación con ÉL), accesible para todos, para cualquier temperamento, para cualquier tipo de situación moral, -ya seas un ladrón como Zaqueo o una pecadora que le lava los pies con sus lágrimas -para cualquier situación intelectual – como todos los que lo escuchaban y no entendían a los fariseos, pero cuando hablaba Él todo les parecía claro, hasta el punto de decir: “este habla con autoridad y no como los escribas”-. Todos estaban impactados por su forma (de hablar). Esta es la pedagogía que usó Jesús y esta es la pedagogía de Giussani. Como dice el Papa, “lo que decía venía de su vivencia y de su corazón, por eso inspiraba confianza, simpatía e interés”.
Había llegado a ser tan suyo que invadió su vida y su pedagogía era la Jesús. Brotaba de las entrañas de su persona, de su mirada, de su manera de abrazar, de su manera de mirar, de su manera de hablar, de beber, de reír, de comer, de bromear… de todo. Por su pedagogía es genial. ¿Cuántos hemos encontrado que nos hayan introducido en los aspectos más fundamentales de la vida con esta facilidad? ¡Que cada uno diga! Como los discípulos. Habían oído muchas veces a gente que hablaba en la sinagoga, habían escuchado los mismos textos, habían participado en los mismos gestos, pero aquello era algo distinto, se encontraban ante una diferencia que les abrumaba. Eso es justo lo que decía el Papa: “Don Giussani atraía, convencía, convertía los corazones porque transmitía a los otros lo que llevaba dentro”[6].
No era algo aprendido, ya sabido. Era algo que le salía de dentro. Lo que más favorece el entendimiento es que hoy vuelva a suceder lo que sucedía antes. Eso explica que, en ciertos momentos, el propio Giussani decía: “lo que falta ahora no es la repetición verbal de las palabras cristianas –porque hemos oído muchas, pero no nos han cambiado–, lo que falta es toparse con personas cambiadas por este encuentro, por esta experiencia que hace posible que todo sea distinto”[7].
Por eso el Papa, hablando de Giussani como educador, dice que nutría “su pasión educativa, su amor por los jóvenes, su amor por la libertad y la responsabilidad personal” mediante su propia experiencia. Esa es la gran contribución que el Papa, en la plaza de San Pedro, como Pastor universal delante de toda la Iglesia, ha reconocido a don Giussani. Es el reconocimiento oficial de algo que hemos visto y sabemos qué es. El Papa sencillamente ha reconocido algo que ha marcado nuestra vida, algo que ya vivíamos, no porque estemos a la altura sino porque no podemos quitarnos de encima esta mirada que ha entrado en nuestra vida.
Moderador: Veo, tanto en mis preguntas como en tus respuestas, que la audiencia del 15 de octubre fue realmente un hecho excepcional. El papa Francisco animó al pueblo de Comunión y Liberación a «encontrar los modos y los lenguajes para que el carisma que don Giussani os ha entregado alcance nuevas personas y nuevos ambientes, para que sepa hablar al mundo de hoy, que ha cambiado respecto a los inicios de vuestro movimiento»[8]. Don Giussani comenzó su misión educativa en 1954, cuando fue a dar clase de religión al liceo Berchet de Milán. Se dio cuenta de que las nuevas generaciones empezaban a ser indiferentes ante el mensaje cristiano. Hoy la secularización parece haber vencido, cada vez se quiere relegar más el aspecto religioso a la esfera íntima y privada. Además, los jóvenes viven inmersos en una realidad completamente distinta, en un mundo hiperconectado, bombardeados por imágenes e informaciones de todo tipo, hasta tal punto que a los adultos nos parece que están totalmente desconectados de la realidad, a menudo apáticos e indiferentes ante cualquier propuesta. ¿En qué sentido el mensaje educativo de Giussani puede seguir siendo actual para los jóvenes de hoy?
Carrón: Este es uno de los mayores desafíos que el Papa nos ha lanzado porque justamente es lo propio de nuestro carisma. Diciendo esto, el Papa reconoce lo que sucedió en la historia de don Giussani. Se dio cuenta de la situación que se estaba produciendo en la Iglesia cuando los templos estaban abarrotados, como pasaba en los años 50 del siglo pasado. Las procesiones, la participación en la misa y en los sacramentos, las asociaciones católicas, las realidades asociativas de la vida de la iglesia estaban llenas de gente. Parecía inútil hacer otra cosa porque la participación en esos gestos estaba a la vista de todos. En cambio, don Giussani, en ese preciso momento, con su genialidad, empieza a vislumbrar los síntomas de algo que no va bien (como les pasa a veces a los genios). Es lo mismo que cuando empieza a encenderse un piloto en el coche –una luz roja o amarilla–. Nos parece que no sucede nada porque el coche funciona. Pero si miras para otro lado como si nada ocurriese, llega el desastre.
¿Qué señales empezó a ver don Giussani de que algo no iba bien? Veía que algunos jóvenes, que al principio participaban en la vida de la iglesia –bautismo, catequesis, confirmación, oratorio, gestos de la vida cristiana– , al cabo de unos años esa vida les era indiferente. Empezó a detectar que algo no funcionaba. Ahora es evidente para todos pero entonces solo pocos genios atentos a estos síntomas lo notaron. Aquellas señales querían decir algo.
La indiferencia que empezó a percibir le llevó a pedir al obispo el traslado para pasar de ser profesor de Teología a dar clase en un instituto. Habría podido ser un profesor de Teología reconocido, pero su pasión por el hombre le llevó a tomar esta decisión. Prefirió dejar la carrera académica para dedicar sus esfuerzos educativos a los jóvenes de un liceo público de Milán, para comunicarles la fe de tal manera que la percibieran como algo pertinente en la vida.
Todo su objetivo lo expresa al comienzo de su tarea. Los primeros días de clase dice: “no estoy aquí para convenceros de mis ideas. No quiero que aceptéis de manera mecánica lo que os voy a decir. Quiero enseñaros un método verdadero para juzgar las cosas que os diga porque solo si usáis este método y hacéis experiencia de lo que os diga, podréis convenceros”. Había visto que la forma de enseñar la iniciación cristiana no había generado fascinación por la fe. Veía a sus alumnos apáticos ante la fe. Desde el principio quiso mostrar sencillamente , a los que se encontraba, la pertinencia de la fe con las exigencias de la vida, es decir, que la fe cristiana respondía al deseo que tenían de vivir todo intensamente. No basta desear la intensidad para llegar a vivirla realmente de manera cotidiana. A menudo vemos que lo cotidiano nos «corta las piernas” –como dice Pavese-.,. Si no percibimos la pertinencia de la fe en esa vida que nos corta las piernas, ¿por qué nos iba a interesar?
Muchos abandonaron la Iglesia pensando que no se estaban perdiendo significativo para su vida, solo ciertos gestos. ¡Ese es el drama! El drama es que la gente abandonó la Iglesia sin tener la sensación de perder algo para levantarse por la mañana, para afrontar el trabajo, para mirar a los hijos, a la mujer o al marido. Ya no se veía su pertinencia. El cristianismo era algo que no tenía que ver con la vida, reducido a un conjunto de reglas o de prácticas que llevar a cabo. La vida, con sus problemas, iba por otro lado. Con la vida que nos corta las piernas, las prácticas religiosas y las reglas –ir a misa, confesarse, etc–, ¿para qué sirven? Poco a poco la gente se fue hartando y las iglesias que estaban llenas empezaron a vaciarse. Es el fenómeno de la indiferencia ante la fe que nosotros llamamos secularización. Ese es el drama que el cristianismo afronta hoy. Lo vemos en los padres que no logran comunicar a sus hijos de manera atractiva la fe. No es que no sean creyentes, pero no tienen esa capacidad de fascinación. Igual que las parroquias, asociaciones, movimientos o escuelas católicas. Esa es la cuestión –no una cuestión– sino la cuestión decisiva para el cristianismo en este momento. Por eso la referencia que hacía el Papa en la audiencia resulta crucial.
Don Giussani decía: “Por mi formación primero en la familia y en el seminario, y por mi propia meditación después, me había convencido profundamente de que una fe que no pudiera percibirse y encontrarse en la experiencia presente (es decir, que si uno no pudiera vivir la experiencia de esa fascinación en el presente, si no estuviera confirmado en la experiencia ahora, no en el Medievo o en el siglo XVII o en los años 50, sino en el presente) que no pudiera ser útil para responder a sus exigencias, no podía ser una fe en condiciones de resistir en un mundo donde todo, todo, decía y dice lo opuesto a ella”[9].
Quien no haya podido vivir una experiencia presente de esto, con el tiempo dejará de interesarle. Lo decía don Giussani desde el principio. ¡Con qué conciencia vivió este desafío que ahora es evidente para todos¡ Me parece que es justo el problema al que apunta el Papa: “Al respecto os preguntaréis: ¿cómo podemos responder a las exigencias de cambio del tiempo presente custodiando el carisma?”.
Este es el desafío que lanzó a todo el movimiento de Comunión y Liberación el 15 de octubre en la plaza de San Pedro: cómo poder “encontrar los modos y los lenguajes para que el carisma que don Giussani os ha entregado alcance nuevas personas y nuevos ambientes, para que sepa hablar al mundo de hoy, que ha cambiado respecto a los inicios de vuestro movimiento”[10].
En mi opinión, lo único que puede superar esa falta de fascinación del cristianismo es que haya personas como nosotros, que han recibido la gracia de un encuentro, que podamos tener una experiencia que nos permita comunicarlo a otros. Si no es así, nosotros también podemos acabar repitiendo como algo formal lo que hemos recibido de don Giussani. Podemos intentar hacer ciertos gestos que él nos enseñó, pero sin la fascinación del inicio. Se vuelve a plantear que solo si llega a ser cada vez más nuestra la gracia del carisma, colmando nuestra vida de tal manera que llevemos esta “vivencia” en la cara, en la manera en la que hacemos las cosas, en cómo afrontamos la vida, en cómo vivimos las cosas más sencillas de la vida, podremos mostrar que la vida adquiere una intensidad nueva. Solo así las personas con las que convivimos pueden ver y tocar con sus manos (el cristianismo) , y les darán ganas de secundarlo. De lo contrario nosotros seremos una de las realidades de Iglesia que ya no interesa a nadie.
Este es el desafío que nos lanzó el Papa en la plaza de San Pedro. Nos ha puesto delante cuál es el desafío recordándonos, como hacía don Giussani –porque el problema es siempre el mismo, desde el principio–, que el cristianismo se comunica viviendo, no es un conjunto de reglas, un conjunto de gestos, un conjunto de indicaciones de uso. El cristianismo es solo una vida que se comunica–dice Giussani–viviendo. Sin esto, no conseguiremos compartir el cristianismo con nadie.
En este año que celebramos el centenario del nacimiento de don Giussani, si estamos dispuestos a dejarnos tocar por esto siendo fieles a la gracia que hemos recibido, los demás podrán verlo- De otro modo nosotros también seremos arrastrados por la secularización aunque sigamos haciendo ciertos gestos que ya no interesarán a nadie.
[1] Conversación con Julián Carrón con motivo del centenario don Giussani y la audiencia del Papa con Comunión y Liberación el 15 de octubre de 2022. Transcripción y traducción del encuentro transmitido aquí https://www.youtube.com/watch?v=qGJfqcYwsxw. El texto no ha sido revisado por el autor.
[2] san Juan, 6, 61-70:
[3] Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros de Comunión y Liberación. 15 de octubre 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2022/october/documents/20221015-comunioneeliberazione.html
[4] Ibidem.
[5] Ibidem
[6] Ibidem.
[7] Intervención de Luigi Giussani en el Sínodo de los Obispos. Roma, 9 de octubre 1987.
[8] Ibidem.
[9] Giussani: Educar es un riesgo, Encuentro, Madrid 2006,
[10] Ibidem.