Ejercicio de verdadera laicidad

Mundo · José Luis Restán
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20 febrero 2009
La mejor forma de defender la laicidad es ejercerla. Es lo que sucedió ayer con la primera cita del nuevo foro "Cristianismo y Sociedad", organizado por la Fundación Pablo VI  con el impulso lúcido y valiente de su presidente, Mons. Fernando Sebastián. El diálogo que mantuvo Monseñor Sebastián con el profesor socialista García Santesmases, ante una cualificada audiencia en la que estaban presentes políticos socialistas y populares, y personalidades del mundo universitario y de la cultura católica, demostró que la experiencia cristiana es un factor vital para la construcción del bien común en la sociedad española.

Decir las propias razones frente a un interlocutor que pertenece a otra tradición cultural obliga a no dar las cosas por supuesto, nos mueve a ir hasta el fondo de la propia experiencia y a medirla con las objeciones y preguntas que el otro nos plantea. Eso permite deshacer malentendidos y encontrar espacios comunes, como también nos hace más conscientes de la verdadera dimensión de los problemas. Frente a un mundo crecientemente plural y en muchos aspectos hostil, los católicos no podemos ceder a la tentación del autismo. Nuestra palabra tiene como destinatario al mundo tal como es, y es preciso hacer el esfuerzo de decirla teniendo en cuenta las coordenadas culturales del momento.

No se trata de dibujar una arcadia feliz. El coloquio entre Sebastián y García Santesmases demuestra que estamos lejos de concordar el significado de esa laicidad positiva que propugna Benedicto XVI. La izquierda española está predominantemente ligada al modelo laicista francés que parte de una radical desconfianza respecto de la religión y prescribe su marginación en el ámbito público. Además, como el propio Santesmases reconoció, esta izquierda se ha decantado por la transformación cultural de la sociedad con la batalla de la extensión de derechos, lo que ha abonado el campo para la confrontación social. En su intervención, cordial y bien documentada, anidaban aún los tópicos sobre la supuesta pretensión de la Iglesia de imponer su moral a través de las leyes en una sociedad democrática, un asunto que merecería un capítulo aparte. Apenas se abrió camino para un diálogo auténticamente laico sobre el tratamiento legislativo de la vida naciente o sobre la libertad en la escuela, y el profesor socialista ni siquiera quiso acercarse a las últimas propuestas de Habermas que reclaman un protagonismo de las tradiciones religiosas en la configuración de la base ética del Estado democrático.         

Por su parte Fernando Sebastián reivindicó la plena ciudadanía de los católicos en la sociedad plural y democrática, a cuyo bienestar y prosperidad han contribuido y contribuyen de manera significativa en España. En su intervención mostró cómo la fe cristiana es amiga de la razón y de la libertad, y genera un sujeto comprometido con la justicia y con el bien común. Denunció que la laicidad en la que el Gobierno pretende avanzar está transformándose en confesionalidad antirreligiosa, haciendo que la democracia degenere en tiranía cultural. Especialmente dura fue su crítica a la pretensión del Estado de transformar el tejido ético de la sociedad. Frente a esto, y reconociendo el creciente pluralismo religioso y cultural, propugnó el reconocimiento de un orden moral compartido y previo a la acción política, cuyas normas estén ancladas en nuestro patrimonio histórico, aunque fueran revisadas y actualizadas en un debate permanente y sereno entre todos los sujetos de la vida nacional.   

El Foro Cristianismo y Sociedad nace de la inquietud de activar ese diálogo permanente y sereno en el que la Iglesia, por su vocación, por su arraigo y por su historia, debe ser un protagonista esencial, como la propia vicepresidenta Fernández de la Vega vino a reconocer durante la reciente visita a Madrid del cardenal Bertone. Para los católicos españoles, demasiado condicionados quizás por una larga historia de hegemonía cultural, será además una magnífica ocasión de dar razón de su esperanza frente a interlocutores más o menos lejanos, pero en todo caso compañeros en la aventura de la vida y de la construcción de la ciudad común. El movimiento se demuestra andando.

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