´Educación´ con E mayúscula y entre comillas

Mundo · Jesús Pueyo
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27 octubre 2016
A propósito de la cercanía de un próximo gobierno, no está mal recordar a aquellos que en breve tomarán las riendas de este nuestro país que, aun sabiendo de las muchas preocupaciones que seguro tendrán, no deben olvidar una compartida por muchos: la “Educación” con E mayúscula y entre comillas.

A propósito de la cercanía de un próximo gobierno, no está mal recordar a aquellos que en breve tomarán las riendas de este nuestro país que, aun sabiendo de las muchas preocupaciones que seguro tendrán, no deben olvidar una compartida por muchos: la “Educación” con E mayúscula y entre comillas.

A pesar de que hablar de política es hablar de ideología, todavía algunos confiamos en que el sentido de Estado se imponga en cuestiones tan vitales como la que nos ocupa, porque queremos pensar que nadie olvida que la “Educación” es la base del futuro de una sociedad, y no podemos caer en las tendencias de un debate interesado para olvidarnos de construir.

Es momento entonces de dejar a un lado los rifirrafes banales que llenan portadas e informativos y llamar a la responsabilidad y a la coherencia, limando diferencias y mirando hacia un mismo horizonte.

¿De verdad el problema de nuestro sistema educativo es la existencia de una doble red formada por escuelas públicas y escuelas concertadas? Está claro que no. En contra de las tesis que algunos se empeñan en defender sobre que la enseñanza pública se ve afectada por la existencia de centros concertados que le restan financiación, nada más lejos de la realidad, puesto que ambas fórmulas son complementarias y, tal y como ha dictado recientemente el Tribunal Supremo, en ningún caso la segunda subsidiaria de la primera. De hecho, a estas alturas, y sin conocer el coste real del puesto escolar, nos atrevemos a decir que los centros concertados cuestan menos a las arcas públicas que los públicos, ofreciendo una alternativa a las familias que los siguen demandando. Y es esta demanda, por otra parte, la que los hace necesarios si queremos salvaguardar el derecho fundamental recogido en el artículo 27 de nuestra Constitución y que garantiza la libre elección de los padres de la educación que deseen para sus hijos.

Y esto nos lleva a enlazar con otro de los temas candentes: la Religión. ¿De verdad es la responsable de los problemas que tiene nuestros sistema educativo? Nos atrevemos a decir que tampoco. La Religión es de oferta obligatoria para los centros educativos, pero de libre y voluntaria elección por parte de las familias y los alumnos. Suprimirla, como algunas voces proponen, no es sino atacar nuevamente el derecho a elegir que antes mencionábamos, abocándonos a una educación única, pública y laica. No decimos que no se deba replantear el contenido de la asignatura, pero recordamos que el hecho religioso como tal, su conocimiento y su aprendizaje desde un ámbito ecléctico y multidisciplinar, es patrimonio cultural.

¿Entonces? ¿Qué es lo realmente importante? No hace falta ser una mente privilegiada para saber qué es lo que, dejando a un lado las cuestiones ideológicas, debe servir para trazar una hoja de ruta que realmente contribuya a atajar los problemas que aquejan a nuestro sistema educativo. En primer lugar, pongamos la meta a la que nos queremos acercar. Eso pasa por aspirar a una “Educación” apoyada sobre los pilares de la calidad, la excelencia, la equidad y la inclusión. Una “Educación” que fije su objetivo en formar a generaciones preparadas para una sociedad moderna, que parta de la igualdad de oportunidades para todos y que reconozca los diferentes talentos, sin menospreciar capacidades.

Con este objetivo claro, debemos pensar en acabar con los problemas que hoy por hoy minan el sistema y, entre ellos, como prioritarios, la tasa de abandono escolar prematuro y la de fracaso en nuestras aulas. A este respecto, y viendo las experiencias que en países cercanos se llevan a cabo para ofrecer a los jóvenes la preparación adecuada de cara a ser competitivos en un mundo laboral cada vez más exigente, nos planteamos la necesidad de extender la obligatoriedad de la formación, que no de la escolarización, de los 6 a los 18 años, buscando fórmulas que permitan compatibilizar teoría y práctica, escuela y empresa.

Pero, ¿cómo hacer que nuestros jóvenes sean competitivos si dependiendo de dónde estudien sus conocimientos varían? Dejémonos de suprimir asignaturas y pensemos en definir el mejor currículo de la formación básica y obligatoria en todo el territorio nacional. Si buscamos la equidad y la igualdad de oportunidades no podemos diferenciar a nuestros alumnos por razón del lugar donde cursen sus estudios. Por eso, sin despreciar el contenido adicional que cada comunidad autónoma pueda decidir para sus pupilos, el abanico de posibilidades en asignaturas troncales debe ser único e intocable por las administraciones autonómicas.

Está claro que queda mucho por hacer, pero para hacerlo es esencial contar con el apoyo, la implicación y el conocimiento de todos los que forman parte de la comunidad educativa, y entre ellos, muy especialmente, con los profesores. Si queremos la mejora del sistema educativo, y tenemos clara la meta, no podemos olvidarnos de las herramientas que nos permitirán lograrlo. Los docentes son pieza clave en un proceso de transformación que nos concierne a todos, pero no podemos dejar que sobre ellos recaiga la responsabilidad de algo tan decisivo. Si es al profesor a quien confiamos la “Educación”, hagamos de él el mejor de los profesionales posibles, pensemos en cuáles deben ser sus capacidades, busquemos las fórmulas para una formación inicial adecuada y formémosle de manera continua para que se acomode a los tiempos y a las nuevas demandas, mejoremos sus condiciones laborales y permitámosles desarrollar su carrera profesional con las suficientes garantías. Devolvámosle su autoridad y cuidémosle.

Y como sin política parece que nada de esto sería posible, intentemos lo “no imposible”, intentemos desideologizar lo ideológico para quedarnos con lo realmente importante. Aprovechemos las oportunidades y no las dejemos pasar, hablemos, negociemos, alcancemos el tan deseado Pacto Educativo, pero no lo vistamos de ningún color, porque la “Educación” con E mayúscula y entre comillas, sin duda, lo merece.

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