¿Dónde se encuentra la sabiduría?
Querido Pascual,
Afronto mis últimos días en Harvard. De hecho, cuando recibas esta carta ya estaré camino de Roma, mi siguiente etapa. Es inevitable empezar a hacer balance después de casi nueve meses de investigación. El otro día una persona me preguntaba si no me sentía solo en la biblioteca, donde debo pasar la mayor parte del día. Te confieso que fui el primer sorprendido de la espontaneidad de mi respuesta: “¡Yo no estoy solo!”, le dije. Me salió del alma porque durante estos meses mi investigación sobre la relación entre los manuscritos de la Peshitta (la traducción siríaca de la Biblia) ha formado parte de mi diálogo con el Misterio de Dios desvelado en Jesucristo.
En efecto, hay una continuidad nada forzada entre mi diálogo, nada más despertar, con el que me ha creado y me sostiene en el ser, el rezo de laudes con mis compañeros sacerdotes, y mi deseo de penetrar en el árbol genealógico de los mencionados manuscritos de la versión siríaca de la Biblia. Toda la realidad está sostenida por Dios y Él conoce todos sus misterios, todos los factores, incluidos aquellos que están escondidos para nosotros. Mi estudio es apasionante porque intenta penetrar en esa realidad (¿cuál es el manuscrito más original? ¿Quién introduce las variantes? ¿En qué época? ¿Podemos llegar a reconstruir el texto que salió de la pluma del traductor?) que por ahora nos está velada. ¿Y cómo no dialogar todas las mañanas, cuando me dirijo a la biblioteca, con el que conoce todo y entiende todos los vínculos que sostienen la realidad? A Él le pido que me abra la razón, que me haga estar atento a los factores que me salen al paso en la investigación, que esté abierto a lo que los datos me sugieren, sin imponer mis hipótesis como quien hace trampas en el solitario. ¡Y la realidad se está desvelando, me está entregando sus secretos, al menos algunos de ellos! ¿Cómo puedo decir que estoy solo?
En realidad, y sin darme cuenta, te estoy describiendo ya el vínculo que el pueblo de Israel vivía de forma natural entre la sabiduría de las cosas “profanas” y la sabiduría de las cosas “divinas”. La semana pasada quedamos en que hoy intentaríamos entender el origen de esa sabiduría tan “fina” sobre las cosas del mundo que tenía Israel. Algunos estudiosos han querido establecer una neta separación entre la reflexión sobre las cosas del mundo, que Israel compartiría con la sabiduría que encontramos en algunos textos de Mesopotamia o Egipto, y las máximas de carácter religioso.
En realidad, estos estudiosos no hacen más que proyectar sobre la literatura bíblica la dicotomía entre razón y fe tan propia de nuestra época. Esa dicotomía va asociada a una regla “evolutiva”: en la medida en que la fe religiosa se retira, el conocimiento racional ocupa su campo. Se trata de una regla que ha ejercido un gran atractivo, sobre todo en Occidente, y que sin embargo no se tiene en pie cuando uno estudia con seriedad la historia de la ciencia y el conocimiento. Después pondremos algún ejemplo, pero ahora es necesario avanzar con orden.
Ante todo, hay que decir que Israel nunca vivió esa dicotomía razón-fe. En la primerísima experiencia que vivió Abrahán, con la que comienza la Revelación, ya estaba implicada la razón, llamada a verificar las promesas que el Patriarca recibe de parte de Dios. Una vez que Dios entra en la historia como un factor de la historia de los hombres, la razón está llamada a darse cuenta según su propio método, un método que la fe no hace más que exaltar. Pero veamos esta relación estrecha razón-fe en la búsqueda de la sabiduría en Israel.
En efecto, una de las cosas más interesantes de la reflexión sapiencial del pueblo elegido es que no simplemente ha indagado para conocer sino que se ha preguntado sobre el mismo origen del conocimiento. ¿Cuál es el principio de la sabiduría? Imagina que alguno de tus profesores en la universidad hace esa pregunta en clase. ¿Cómo les responderían sus alumnos? “Mucho estudio, la investigación, la experimentación, un coeficiente intelectual alto, mucha lectura, acumular datos…”, serían algunas de las respuestas. Vamos a comparar con lo que dice Israel. Para ello escogeremos entre los muchos textos en los que se plantea la pregunta, el capítulo 28 del libro de Job, un curioso poema que bien podría estar en el libro de Proverbios o Sirácida:
“Pero ¿dónde se encuentra la sabiduría?,
¿dónde el yacimiento de la prudencia?
El ser humano desconoce su camino,
no se encuentra en la tierra de los vivos.
Dice el Océano: «No está en mí»;
responde el Mar: «No está conmigo».
No puede adquirirse con oro
ni comprarse a peso de plata;
(…)
¿De dónde se saca la sabiduría,
dónde se encuentra la prudencia?
Se oculta a los ojos de las fieras
y se esconde de las aves del cielo.
Muerte y Abismo confiesan:
«De oídas conocemos su fama».
Solo Dios encontró su camino,
él llegó a descubrir su morada,
pues contempla los límites del orbe
y ve cuanto hay bajo el cielo.
Cuando señaló su peso al viento
y definió la medida de las aguas,
cuando impuso su ley a la lluvia
y su ruta al relámpago y al trueno,
entonces la vio y la calculó,
la estableció y examinó a fondo.
Entonces dijo al ser humano:
«Temer al Señor es sabiduría,
apartarse del mal es prudencia»” (Job 28,12-15.20-28).
Es precioso cómo los primeros versos expresan el deseo sincero del sabio de Israel de penetrar en los misterios de la naturaleza. Y a la vez conmueve el realismo con el que el mismo sabio reconoce que el conocimiento de la realidad entera le excede, de ahí la pregunta, ¿dónde se encuentra la sabiduría? La respuesta que da este libro crearía un silencio embarazoso en tu clase, y supongo que alguna risa de fondo: “Solo Dios encontró su camino, él llegó a descubrir su morada (…) Entonces dijo al ser humano: «Temer al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia»”. Dios, como creador de todas las cosas, conoce los entresijos de la realidad. Y ha revelado al ser humano el camino de la sabiduría: “principio del conocimiento es el temor del Señor”. Esta última es la fórmula más repetida en los libros sapienciales. ¿Qué quiere decir que el principio del conocimiento es el temor del Señor? ¿Podemos seguir manteniendo esto hoy en día?
En primer lugar hay que entender a qué se refiere la Biblia cuando habla de temor del Señor. Nosotros identificamos rápidamente temor con miedo, por eso esa frase nos resulta problemática. Obviamente Israel no pretende decir que el miedo es el principio del conocimiento. En el contexto en el que se usa ese término, ligado al Señor, temor significa reconocer que algo/alguien importante está presente y determina nuestra vida. Cuando estamos ante una Presencia así, todos nuestros actos están determinados por ella. En este sentido, y aunque parezca mentira, la palabra más cercana a temor es amor, especialmente cuando se trata del amor más potente, a la mujer/marido o a los hijos: nuestros actos están determinados por ellos. Por eso Israel no ve ninguna contradicción entre el temor del Señor, como principio de la sabiduría, y el gran mandato que se expresa en el Shemá:
“Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales” (Dt 6,4-9).
No hay texto que mejor exprese el temor del Señor que este: reconocer la Presencia de Dios que sostiene toda la creación; amarla porque nos ha creado y se nos ha revelado y temerla en el sentido de que cada uno de nuestros actos la tenga en cuenta, esté determinado por ella. Ahora estamos en las mejores condiciones para entender la afirmación: “principio de la sabiduría es el temor del Señor”. No hay conocimiento que no tenga que ver con el principio que unifica la realidad y ha creado todos sus vínculos. Conocer ese Principio (que para Israel significaba amarlo, visto que se les había revelado) nos pone en las mejores condiciones para conocer su obra.
Es el momento de poner un ejemplo de cómo este principio, que hoy nos escandalizaría si lo formuláramos en un aula universitaria, ha permitido el avance de la ciencia y no ha sido, como algunos piensan, su freno. En el desarrollo de la experimentación científica, especialmente a partir de la tardía Edad Media, fue decisiva la percepción, hija de la revelación judeo-cristiana, de que toda la realidad era buena, había sido creada a partir de un único Principio, y se ofrecía al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios creador, para descubrirla en todos sus vínculos a partir de su razón (¡puedes volver a leer el primer capítulo de Génesis!). Antes de esta revelación, los hombres y mujeres tenían miedo de indagar en la realidad: ¡quién sabe si el dios de turno te cortaba la mano por entrar en su campo!
Te aseguro que ese principio que ha formulado Israel es decisivo en mi investigación, como lo ha sido en la obra de tantos científicos que han intentado penetrar en un aspecto de la realidad en un diálogo admirado con el Creador. ¡Es una gran promesa para ti! ¡Quién te iba a decir hace algunos años que la fe te iba a facilitar el acceso a esa realidad, la biología, que tanto te apasiona!
Un abrazo
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