Deseamos una normalidad diferente

Sociedad · Emilia Guarnieri
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17 marzo 2025
Necesitamos que esta normalidad fluya en el tejido de las relaciones sociales y construya relaciones donde vibre la verdad de lo humano, de sus necesidades y de sus deseos.

Todo debe funcionar. El pragmatismo y el utilitarismo, no necesariamente proclamados, pero cada vez más practicados, se están convirtiendo en la normalidad de nuestra vida, tanto política y social como personal. Brutalmente podríamos decir que la consigna es marchar, hacer avanzar el mundo, sacar adelante la familia y el trabajo, cortando o censurando lo que molesta (aunque sea el derecho a la libertad de los hombres y los pueblos o la ansiedad y la inseguridad de nuestros jóvenes), desplazando a otro lugar lo que no está en su sitio (aunque sean miles y miles de inmigrantes), incluso eliminando si es necesario (aunque sean vidas humanas enfermas, defectuosas, no deseadas).

Al otro lado del Atlántico, este «glorioso» avance hacia un futuro mejor sigue su curso. El mantra del presidente Trump, «Make America Great Again» (Hagamos grande a Estados Unidos de nuevo), puede asustar por el cinismo con el que configura una política exterior agresiva, una total indiferencia hacia los pobres y marginados, un proteccionismo económico que ya está haciendo llorar a muchos.

Y poco importa que Estados Unidos haya intervenido UsAid, la agencia estadounidense para la ayuda al desarrollo internacional, reduciendo a cero su presupuesto de casi 70 mil millones de dólares al año y obligando a suspender las actividades del 67% de las ONG que operan en el mundo. No son tan importantes los precios que se pagan, que pagan los más pobres y los que más sufren, lo importante es que se restablezca la normalidad de las cuentas que vuelven, de los poderosos que gobiernan sin ser molestados, de un buen nivel de vida para muchos, aunque esto limite la soberanía legítima de los Estados, la libertad de los pueblos, el ejercicio de la democracia, la justicia, el derecho a la vida.

Porque, al fin y al cabo, alguien que sabe cómo hacer funcionar el mundo también tiene su encanto. Sin duda lo tuvo para gran parte de los países europeos, al menos hasta que algo no funcionó en el Despacho Oval de la Casa Blanca. ¿O tal vez funcionó como estaba previsto?

Ignorando las verdaderas intenciones de los protagonistas, solo podemos desear que al menos un cierto estremecimiento de consternación ante comportamientos hasta ahora impredecibles pueda, por una vez, vislumbrar como normales las razones del paz. Que mueva a los gobernantes a buscar lo que es humanamente normal, que los hombres y los pueblos puedan vivir y vivir libres.

Si por una vez las razones de nuestro deseo humano tuvieran la mejor, tendríamos ante nosotros el horizonte de un bien posible realizado. Por una vez, la normalidad estaría del lado de nuestro corazón. ¡Porque somos capaces de desear una normalidad diferente! Aunque demasiadas veces el esfuerzo del día a día corre el riesgo de hacernos cínicos, también nosotros estamos tentados de recortar, reducir, ignorar.

Cuántas veces nos pasa de encogernos de hombros, impotentes ante dramas y contradicciones que rompen la tranquilidad de la vida, que interrumpen la normalidad plana, contradicciones que no sabemos cómo afrontar. Hasta el punto de que esta sociedad cada vez más asustada e incapaz de compartir nos parece la única normalidad posible. Y así, esta cultura que corre el riesgo de considerar inevitable la elección desesperada de los enfermos incurables nos parece a veces casi justificable. Al igual que una escuela que sanciona, castiga y expulsa antes de acoger y educar nos parece la respuesta correcta a estos jóvenes tan violentos y transgresores.

Y, en el fondo, también está bien una política que nos garantice un cierto bienestar, aunque la participación y la vida democrática no sean precisamente lo más importante. Sin embargo, no podemos negar que esta normalidad preocupada solo por funcionar y hacer funcionar nos entristece, nos hace cada vez más solos, enfadados y egoístas. La verdad es que no somos máquinas y no estamos hechos para funcionar.

El psicoanalista Miguel Benasayag lo dijo de manera extremadamente sugerente en el Meeting de Rímini de 2022. «El ser humano tiene una naturaleza que no es solo la de funcionar, sino la de existir. Existir significa esta angustia existencial de estar aquí, buscando el sentido, de estar sin saber por qué estamos aquí, siempre con estos dilemas. En este espacio de no funcionamiento. Para el ser humano, la falla no es un defecto, es nuestra relación con la existencia, nuestra relación con nosotros mismos, con la historia, es una falla estructural, mientras que para la máquina no hay fallas, defectos, funciona o no funciona.

¡Esto es lo humano! Y si no queremos perderlo, debemos aceptar, o mejor aún, amar, nuestra imperfección, nuestro límite, la necesidad inagotable de sentido que no podemos anestesiar. Porque en la experiencia de esta carencia, el ser humano resurge. Y entonces será por un dolor que nos hiere el corazón, o por un amor que lo hace vibrar de una manera nueva, será porque nos encontramos con una persona que nos mira como nunca antes nos había pasado, o porque nos topamos con alguien que vive con un gusto que a nosotros también nos gustaría probar, pero la vida siempre tiene algo nuevo reservado.

«Un imprevisto es la única esperanza», nos recordaba siempre Montale. Y precisamente estos imprevistos nos hacen ver otra normalidad, la normalidad de esos sentimientos que pertenecen a lo humano, la nostalgia, el sentido de la fragilidad, la conciencia del límite. La normalidad de esas necesidades que el corazón siente imperiosas, como la verdad y la justicia. Esta es la normalidad que necesitamos. Y necesitamos que esta normalidad fluya en el tejido de las relaciones sociales y construya relaciones donde vibre la verdad de lo humano, de sus necesidades y de sus deseos.

Esta es la normalidad en la que toda diversidad, toda limitación, toda pregunta, toda inquietud se vuelven normales y encuentran espacio, porque esta es la normalidad con la que el Misterio nos ha hecho.

 

Artículo publicado en Ilsussidiario.net


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