¿Cuándo vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra?
Los “dubia” vuelven a ocupar el centro de las crónicas vaticanas. Esta vez a causa de cinco cardenales procedentes de los cinco continentes: Brandmüller, Burke, Sandoval Íñiguez, Sarah y Zen Ze-kiun. Tres de ellos superan los noventa años de edad, Sarah cumplirá ochenta en año y medio, mientras que Burke parece ser –dentro de este quinteto– el único posible participante en un futuro cónclave que no sea inesperado e imprevisible. Los “dubia” son cuestiones que se plantean a la sede apostólica para una comprensión plena de alguna indicación normativa particular. A estas cuestiones prácticas se responde con un sí o un no que luego se argumenta.
Brandmüller y Burke ya protagonizaron, junto a los cardenales Caffarra y Meisner, una primera serie de “dubia” expresados en 2016 tras la publicación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia. La diferencia entre aquellos y estos reside en el hecho de que esta vez, en vísperas de la asamblea general del sínodo de los obispos, el Papa ha respondido a esas cuestiones, aunque de un modo que varios comentaristas han considerado inusual.
Las preguntas planteadas al Papa giran en torno a cinco cuestiones: 1) si la Revelación Divina se debe reinterpretar a la luz de los cambios culturales y antropológicos en boga actualmente; 2) si es posible bendecir las uniones de personas del mismo sexo y si eso sería conforme al magisterio seguido hasta ahora; 3) si es cierto que la Iglesia sería sinodal por naturaleza; 4) si es posible conferir la ordenación sacerdotal a mujeres; 5) si la insistencia sobre la continua necesidad de perdón no afecta a la otra necesidad, la del arrepentimiento como vía de acceso a dicho perdón. El Papa ha reiterado la doctrina tradicional de la Iglesia, invitando a contextualizar mejor las observaciones que plantean los cinco cardenales.
Este caso se presta a varios niveles de interpretación que conviene intentar esbozar. En primer lugar, estamos ante un juego político que trata de influir en el sínodo. Una minoría de la asamblea intenta ganar peso para que la mayoría no acelere excesivamente en ciertos temas que consideran explosivos y pueden ser presagio de cismas inevitables.
En segundo lugar, da la impresión de que lo que plantean estos cinco cardenales no son “dubia” sino auténticas acusaciones dirigidas al Papa. Se están calentando los motores de la única partida que cuenta, la del cónclave.
En tercer lugar, podría afirmarse que los cardenales han tocado todos los puntos neurálgicos del pontificado de Francisco: relación con las antropologías contemporáneas, la cuestión LGBTQIA+, la sinodalidad, el papel de las mujeres y la misericordia entendida como una amnistía perpetua.
En cuarto lugar, es justo decir que estos temas están sobre la mesa, que no se puede pensar en afrontarlos ni con guiños mundanos ni con rigideces lexicales autoconservadoras. Como en todos los ámbitos de la vida, la única realidad a la que hay que responder es la presencia de Cristo que nos llama en la historia.
Hace sonreír cómo, mientras en el seno de la catolicidad sacan tiempo para divisiones y ataques mutuos, fuera de los círculos habituales la fe se debilita cada vez más, dejando una Europa atea y antirreligiosa en un mundo que se alimenta de un fuerte prejuicio anticristiano. Sería superficial decir que los cardenales no hacen bien al plantear sus dudas al Papa o que el Papa no deba responder, pero lo que no se puede permitir es este clima de sesión psicoanalítica permanente en el que se ha encerrado la Iglesia, renunciando a hablar al mundo y a los hombres de buena voluntad para dedicarse a la dialéctica dentro de la propia Iglesia y de sus respectivas comunidades.
Necesitamos personas apasionadas por Dios y por el hombre, personas capaces de interceptar las cuestiones más profundas de nuestro tiempo y dialogar con todos los corazones. Reunirse por enésima vez en torno a las dudas y con una actitud provocadora y no concluyente, sin duda no ayuda. Al contrario, a decir verdad, sostiene la obra de quien quiere dividir, de quien haría todo lo posible por ver que la Iglesia deja de seguir a su Señor. El drama sigue siendo el mismo: cuando el Hijo del hombre vuelva, ¿encontrará fe en la tierra?
Artículo publicado en Ilsussidiario
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