Cataluña: hora de empezar de nuevo
El resultado de las elecciones catalanas no le da una victoria clara al independentismo. Se abre un escenario para la formación de Gobierno muy complicada. El ya ex presidente de la Generalitat Artur Mas había convocado las elecciones como un referéndum. Las dos formaciones que defienden la secesión han obtenido un 47,5 por ciento. No habrían ganado un plebiscito. Hay ahora dos diputados independentistas menos que en la anterior legislatura. Mas ha fracasado y su lista si quiere gobernar tiene que llegar a un acuerdo con una formación radical (CUP) que va a exigir su cabeza.
La situación tras estas elecciones es complicada para la convivencia. Es evidente que la sociedad civil catalana está divida por la mitad. Son unas circunstancias difíciles. Uno de cada dos catalanes no se identifica con el proyecto común que representa España. Pero en estas circunstancias no es imposible una forma de relación entre los catalanes que supere la polarización. Y esa es la tarea más urgente. Las diferentes opciones ideológicas nacen de un terreno poco explorado: el deseo de justicia, el deseo de realización personal, el deseo de un país más humano, el deseo de recuperar la tradición o de crear algo nuevo. Esos deseos se convierten en posiciones rígidas, incluso violentas, cuando se cristalizan y se convierten en sistemas cerrados. Eso es lo que hace considerar al que piensa de un modo diferente como un enemigo, alguien que debe ser neutralizado. Mejor si desaparece.
En Cataluña hace mucho tiempo que la conversación nacional ha desaparecido. Casi todo son monólogos porque todo el mundo constata que la cantidad de ideología que comparte con el otro es muy pequeña. Solo se puede retomar la conversación si esta se sitúa en el mencionado nivel del deseo, no en la forma imaginada para que se cumpla. Serán necesarias respuestas. Pero no hay que correr para encontrarlas. Primero es necesario reconocerse en un deseo común. Eso es lo único que permite salir de una enemistad que se ha convertido en un laberinto. En la historia reciente de Europa y de España tenemos experiencia de un auténtico diálogo. La transición de la dictadura a la democracia se hizo así. “¿Qué permitió a los padres fundadores de Europa encontrar la disponibilidad necesaria para hablar entre ellos tras la Segunda Guerra Mundial?”, se pregunta Julián Carrón en su libro “La bellezza disarmata”. Y se responde: “la conciencia de que es imposible eliminar al otro los hizo menos presuntuosos, menos impermeables al diálogo. Y eso permitió que se percibiera al otro, en su diversidad, como un recurso, como un bien”.
Las circunstancias nos han puesto junto al que quiere una Cataluña diferente a como nosotros la pensamos y la queremos. Y es un excelente momento no para detenernos en el análisis de cómo hemos llegado hasta aquí (análisis que siempre será necesario y conveniente). Estamos ante una gran ocasión. Podemos descubrir que necesito al que quiere otra Cataluña (española o independiente): para entender mejor mi deseo, para comprender mis razones (habitualmente escondidas entre palabras manidas y gastadas), para amar realmente la libertad. Una sociedad plural es una sociedad plural con todas sus consecuencias y con toda su riqueza.
En “La bellezza disarmata” Carrón asegura que “sin una experiencia real de positividad, que permita abrazar a todos y a todo, no es posible recomenzar. Este es el testimonio que todos los cristianos, empezando por los que están comprometidos en política, están llamados a dar, junto a todos los hombres de buena voluntad. Esa es su contribución para desbloquear la situación: afirmar el valor del otro y el bien común por encima de cualquier interés de partido”. Parecen palabras escritas pensando en Cataluña.