Cambio climático: ni individualismo ni estatalismo

Entrevistas · P. D.
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23 noviembre 2022
Con la ayuda de Emilio Chuvieco, Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá y director de la cátedra de ética ambiental, repasamos lo que ha sucedido en la COP27, cumbre contra el cambio climático, que se ha celebrado en Egipto.

¿Ha habido avances suficientes  en esta cumbre para alcanzar el objetivo de que al final de siglo la temperatura del planeta no suba un grado y medio?

No, me temo que una vez más las expectativas no se han cumplido, y seguimos sin tomar compromisos vinculantes y ambiciosos en la reducción de emisiones. Este año con la situación creada por la guerra de Ucrania, las tensiones entre las grandes potencias y la inflación de las economías más prósperas se partía de una confianza modesta en que podrían salir conclusiones relevantes.

Es complejo lograr la descarbonización de la economía y la superación de la dependencia de los combustibles fósiles. ¿Qué sería necesario hacer que no se ha hecho? 

Las tecnologías asociadas a las energías de baja emisión han permitido abaratar considerablemente los precios, y ahora resultan no sólo competitivas sino incluso más baratas que las energías fósiles. Sin embargo, la estructura productiva y del transporte es muy difícil cambiarla. Tendríamos que hacer muchos más esfuerzos en el ahorro energético (aislamiento de edificios, por ejemplo) en la electrificación del parque móvil y de las industrias, sin olvidar la alimentación. Esto requiere también orientar y ayudar a los consumidores, para que vayan en la línea de tomar hábitos de consumo con menor huella de carbono. Por ejemplo, me parece que sería mucho más adecuado bajar el IVA de los coches eléctricos, que generar planes de ayudas que son complicados de ejecutar o tienen un alcance muy escaso.

En el último momento se han conseguido algunos acuerdos parciales sobre los ayudas que deben recibir los países en desarrollo pero no se han hecho todavía efectivos pagos que se habían comprometido. ¿Cómo va esta cuestión?

Por vez primera se reconoce una vieja reivindicación de los países en desarrollo sobre la necesidad de que los estados más emisores –que son los más prósperos económicamente- contribuyan a reparar los daños causados a los primeros. Es un principio básico de la justicia ambiental (quien contamina, paga), que no se había conseguido introducir hasta ahora en las cumbres de cambio climático. No se trata solo de los que más contaminan ahora (China y la India, incluidos), sino de quién lo ha hecho en el pasado, ya que el CO2 almacenado en la atmósfera procede también de emisiones de hace muchas décadas (su periodo de permanencia puede llegar a 200 años). Por tanto, la justicia climática debe considerar quién es responsable de las emisiones acumuladas, no solo de las actuales. Habrá que ver si este fondo para ayudar las economías más vulnerables se aplica realmente, ya que el acordado en Paris para ayudar a la transición energética (100.000 millones de dólares) apenas se está ejecutando.

Las energías renovables son ahora más baratas que las fósiles en dos tercios del mundo, incluyendo economías emergentes. ¿Puede pensarse en una sustitución completa?

Debería trabajarse más activamente en esa línea, sin duda, y las inversiones de la mayor parte de los países con capacidad tecnológica están fomentando este tipo de energías, pero no hay que olvidar que el suministro no es continuo (depende del viento, agua y sol disponibles) por lo que no será sencillo sustituir las convencionales por completo. Aunque es muy controvertida, la energía nuclear también tiene un papel en la transición energética. Tiene problemas éticos y técnicos con el almacenamiento de residuos y posibles accidentes, pero las emisiones son bajas, es muy estable y ocupa poco territorio. Habrá que seguir impulsando la investigación en fusión nuclear, que sería en principio un remedio mucho más deseable.

En los últimos años se ha desarrollo un “ecologismo radical” que apuesta por una restricción total de la natalidad. ¿Qué le parece esta fórmula?

Hay diversas ideologías dentro del movimiento ecologista y algunas de ellas consideran al ser humano poco menos que como el “cáncer del planeta”. No estoy de acuerdo con ese juicio. Por un lado, porque defiendo la dignidad inalienable y los derechos de todos los seres humanos, y por otro porque no solo somos consumidores de recursos, sino también productores. No hay que olvidar que los recursos que se requieren no solo dependen del total de personas que viven en un territorio, sino también del uso per-capita que hacen de los recursos. La fórmula sería recursos = población x consumo x tecnología. Hace décadas se usaban miles de toneladas de cobre para comunicar telefónicamente dos continentes. Ahora bastan unos kilos para construir un satélite que hace las mismas funciones. El ingenio humano es también una fuente clave de recursos. No estoy de acuerdo con las políticas antinatalistas, y menos aún cuando son forzadas. El respeto a la libertad es compatible con promover el bien común, a través de la educación en valores altruistas que nos hagan más conscientes de los impactos de nuestros hábitos de vida.

¿Qué nos enseña la lucha contra cambio climático sobre la libertad? 

Desde la publicación del artículo de Hardin sobre la tragedia de los comunes parece que no es posible preservar la libertad y garantizar el bien común, quizá porque él partía de una ética individualista, donde cada uno busca su interés al margen del conjunto, una ética basada en un concepto de la persona que no comparto. La alternativa sería la mayor regulación del Estado, que en cierta medida es razonable, pero que hemos de recordar ha dado lugar a excesos intolerables en el s. XX, todavía presentes en varios países. La ética ambiental no puede ser individualista, pero no tiene porqué ser estatalista. Sé que es complicado concretarlo, pero creo que los seres humanos tenemos capacidad de reflexionar y cambiar si entendemos bien el contenido y relevancia de los problemas. En este sentido, estoy convencido de que los acuerdos sobre cambio climático deberían realizarse por consenso, escuchando a todas las partes y convenciendo a todos, incluso los más reticentes, que estamos ante una disyuntiva que requiere decisiones más ambiciosas.

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