Bruselas y Berlín no bastan para gobernar

Mundo · Gianluigi da Rold
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8 mayo 2017
Emmanuel Macron, que todavía no ha cumplido los cuarenta, es el nuevo presidente de Francia. En la segunda vuelta contra Marine Le Pen, Macron ha ganado con claridad y contundencia, con un 66%, que representa el segundo resultado más alto en unas presidenciales francesas, después del conseguido por Jacques Chirac en 2002 contra Jean-Marie Le Pen.

Emmanuel Macron, que todavía no ha cumplido los cuarenta, es el nuevo presidente de Francia. En la segunda vuelta contra Marine Le Pen, Macron ha ganado con claridad y contundencia, con un 66%, que representa el segundo resultado más alto en unas presidenciales francesas, después del conseguido por Jacques Chirac en 2002 contra Jean-Marie Le Pen.

La actual líder del Frente Nacional supera y dobla el resultado de su padre, llegando casi al 35%, pero demuestra que ni siquiera la Francia “profunda”, que no se alinea con la globalización, que contesta con dureza a la política europea, puede recrear el fantasma de Vichy o una reedición, aunque en clave distinta, del fascismo en la nueva versión definida impropia y esquemáticamente como “populista”, sobre todo en la víspera de la jornada (8 de mayo) que conmemora la derrota histórica del nazismo y la victoria de los aliados en la última guerra mundial.

Según muchos observadores, Emmanuel Macron es un ´enfant prodige´, discípulo predilecto del gran Jacques Attali, aunque temperamentalmente es todavía frágil para guiar una gran potencia política como Francia. Pero no cabe duda de que hasta ahora Macron ha jugado bien sus cartas, desmarcándose puntualmente de las aguas pantanosas del viejo sistema basado en la contraposición entre gaullistas y socialistas, y llegando a crear un nuevo movimiento, que ni siquiera es aún un partido, En Marche, definiéndose sin miedo alguna como “ni de derechas ni de izquierdas”, interceptando así los nuevos elementos de contestación de las sociedades contemporáneas y poniendo implícitamente en discusión las viejas representaciones políticas de la democracia representativa en Occidente.

En efecto, si constatamos que la base electoral de esta área contestataria frente al establishment desde la extrema derecha puede llegar, en un país grande como Francia, como mucho al 35%, resulta bastante fácil comprender que existe un núcleo duro con el que habrá que medirse durante mucho tiempo y que hará falta una gran habilidad política y reinventar un modelo de establishment que garantice la continuidad de la renovación.

En su primera intervención pública como presidente electo de los franceses, Macron habló, sorprendentemente para un liberal convencido, de lucha contra las desigualdades sociales, pero su movimiento ha representado sobre todo para el electorado francés, desconcertado, una esperanza y al mismo tiempo un refugio frente al miedo a la extrema derecha.

Ciertamente, con la derrota de Marine Le Pen, Europa, la Unión Europea y el europeísmo pueden tomarse un profundo respiro de alivio, pueden seguir su carrera haciendo proyectos y gobernando el continente. Pero aun con el europeísta Macron en el Elíseo, en Bruselas y Berlín harán bien en no descuidar las reformas y ajustes necesarios porque aunque hasta ahora la carta de europeísta ha sido sin duda importante, puede serlo aún más la impronta de derechas que ha caracterizado al antieuropeísmo en varios países, empezando por Francia.

Efectivamente, esta imposibilidad de “ruptura” la ha percibido también Marine Le Pen, que tras la derrota y después de felicitar a Macron, ha anunciado la necesidad de renovar la oposición a la política del gobierno francés y al europeo con un nuevo movimiento que reúna a “todos los patriotas”. En todo caso, hay que decir que se presentan varios problemas en el horizonte.

Se decía que Macron representaba al mismo tiempo la esperanza y el miedo, y por eso ha ganado con claridad. Pero esos dos factores se pueden identificar claramente si estudiamos la composición de su electorado. Además, hay una abstención significativa, el segundo mayor porcentaje después de las presidenciales de 1969, más una gran cantidad de votos en blanco, el 12%.

El polémico líder de la izquierda radical, Jean Luc Mélenchon, ha calificado inmediatamente como nuevo “monarca” a Emmanuel Macron, pero ha subrayado que el segundo partido en Francia ha sido la abstención. Exceptuando las sinceras felicitaciones de François Hollande, el presidente saliente, ningún otro líder de la vieja Francia republicana ha hecho declaraciones. Luego están las legislativas del 10 de junio, con una mayoría pendiente de constituir, con un primer ministro y un gobierno que formar. No será nada sencillo. Porque Macron ha llegado como un auténtico terremoto político en la batalla por el Elíseo, pero será difícil repetir este esquema en el Congreso de Diputados, con negociaciones para una eventual “cohabitación” con los gaullistas y el resto de los socialistas.

De cara al 10 de junio, Macron tendrá que convencer a los franceses para que voten nombres que forman parte de su movimiento, que no partido todavía, y acepten una cohabitación que no estropee los elementos de novedad que ha aportado hasta el momento. Una operación nada fácil que podría suponer contragolpes imprevistos.

Por otro lado, Macron debe guardarse de las maniobras europeas que Paul Krugman, que predijo su victoria, ha augurado en estos términos: no quisiera que una victoria del joven Macron sirviera para consolar a Europa hasta el punto de olvidarse de las reformas necesarias.

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