A propósito del triunfo de Humala en Perú

América Latina: la eterna tentación del populismo

Mundo · Horacio Morel
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10 junio 2011
Finalmente el nacionalista Ollanta Humala se impuso sobre Keiko Fujimori en la segunda vuelta peruana. Desde estas Páginas ya se han hecho excelentes análisis pre y post-electorales a los que necesariamente nos remitimos, recogiendo aquí las primeras repercusiones del triunfo de "Gana Perú", entre las que deben destacarse la celebración del Premio Nobel Vargas Llosa, para quien el resultado salvó a la democracia peruana, la estrepitosa caída de la Bolsa de Valores de Lima (doce por ciento en la jornada del lunes) y la sospecha generalizada de que el nuevo presidente imprimirá a su gestión una decisiva orientación "chavista".

Todas señales contradictorias cuyo error o acierto se irá develando con el transcurrir de las jornadas. Algunas de las medidas anunciadas aún no oficialmente para los primeros cien días de gobierno contemplan la implementación de varios programas de ayuda social y una mayor cuota tributaria sobre las ganancias de las empresas, en especial las definidas como "sobreganancias" del negocio minero, al decir de un cercano asesor de Humala.

En materia de alineamientos regionales, las conjeturas anticipan una vinculación estrecha con los líderes populistas que han consolidado su poder en Sudamérica. De ser así, ¿mantendrá su parecer Vargas Llosa, o su sentencia del domingo a la noche se convertirá en la anecdótica y festiva revancha contra su archienemigo en prisión?

Como sea, el resultado de la presidencial peruana es ocasión para reflexionar sobre el reciclado populismo que, contagioso, se extiende hoy en amplias regiones del continente latinoamericano.

Algunas condiciones parecen alimentar el fenómeno más allá de la típica vocación ilimitada de poder de nuestros políticos. Lo explicó recientemente en un reportaje el viceministro de economía de Argentina, país que en pocos meses enfrentará también la instancia de las urnas. Afirmó en tono de confesión Ricardo Feletti que "el populismo debe radicalizarse" ya que "uno de sus principales problemas era que no era sustentable, ya que no podía apropiarse de factores de renta importante" pero que precisamente "eso es lo que cambió" y que "ganada la batalla cultural contra los medios, y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites."

Como definía el sociólogo brasileño Darcy Ribeiro en "El dilema de América Latina": "Lo que diferencia al líder populista es su postura intrínsecamente demagógica y su oportunismo político que lo hace luchar franca y directamente por el poder personal. La demagogia se manifiesta en el lenguaje fácil del ‘salvador de la patria' armado de soluciones milagrosas para todos los problemas como de distribuidor igualmente prodigioso y pródigo de la riqueza social; el oportunismo se expresa en su disposición de usar cualquier procedimiento para ganar elecciones como la compra de votos, la falsificación de los resultados electorales y las alianzas más inesperadas. En el ejercicio del poder, tanto los populistas carismáticos como los paternalistas no logran escapar a un deterioro creciente de su prestigio". Y de la democracia, agregamos nosotros.

Según la mentalidad estatista-populista enraizada en los pueblos latinoamericanos, como sostiene lúcidamente el profesor argentino Luis Ferrero, el Estado es casi el único colectivo social reconocido y deseado por los ciudadanos y, fruto de ello, casi todas las relaciones que entablan son exclusivamente "políticas" en las que casi siempre predomina una "mediocridad cordial". Como puede advertirse, esta mentalidad no se refiere entonces únicamente a un determinado modo de concebir el Estado, o la organización político-social. Es una ideología que conspira contra el desarrollo de una humanidad verdadera, de una personalidad creativa, comprometida con la virtud y la justicia.

La persona es sustituida por el Estado dejándose sustituir, en una suerte de pecado capital colectivo que, por vía de connivencia, reparte su culpa entre poderosos y serviles.

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