Algunos extraños tipos humanos

Sociedad · D. Simone Riva
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5 abril 2023
El rostro «duro» de Cristo es el rostro de esos extraños tipos humanos que viven en la tierra una vida de cielo. Es un rostro decidido, prendido, fascinado por otra cosa.

Nos habrá ocurrido a todos, al menos una vez en la vida, cruzarnos con tipos humanos, un poco extraños, casi de otro mundo. Estás con ellos, los frecuentas, los escuchas, los observas… y te percatas de algunas características únicas. Tendrían todos las razones para lamentarse, por cualquier sufrimiento o cansancio, sin embargo, están
alegres. Tendrían todos los motivos para defenderse de ataques o incomprensiones; pero, prefieren estar desarmados. Podrían intentar ser rescatados por cualquier amigo poderoso, porque en un momento determinado han sido desplazados a un lado y, sin embargo, tienen la certeza de que pueden gozar de la vida allí donde están. Si tienen cualquier tarea de responsabilidad y, como habitualmente suele ocurrir, no son seguidos, incluso teniendo todas las razones para hacerse oír, esperan con paciencia el paso de cada uno.
Son tipos extraños, estos, y a veces pueden incluso causar miedo si uno se pregunta de dónde vienen y quien nos los envió. En la víspera del comienzo de la Semana Santa, que para los cristianos es el corazón de todo el año, la Iglesia nos recuerda que también Jesús era un tipo así.
De hecho, leemos en el Evangelio: «Mientras se cumplen los días en que debía salir del mundo, se dirigió decididamente hacia Jerusalén y envió delante mensajeros. Estos se encaminaron y entramos en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos para él. Pero estos no quisieron recibirlo porque se dirigía hacia Jerusalén. Cuando vieron esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron: «¿Señor, quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero Jesús se volvió y los recriminó. Y se marcharon a otra aldea». (Lc 9, 51-56)
Los estudiosos señalan que la expresión «se dirigió decididamente» se podría traducir
también como «volvió duro el propio rostro». Es un rostro que toma definitivamente una forma distinta del mundo y su lógica, dramáticamente expresada por la actitud de los apóstoles Santiago y Juan.
El rostro «duro» de Cristo es el rostro de esos extraños tipos humanos que viven en la tierra una vida de cielo. Es un rostro decidido, prendido, fascinado por otra cosa. Como cuando en clase sucede que uno, habituado a estar presente de forma superficial, en algún momento, simplemente estando ahí, cambia de cara, cambia los ojos, cambia la
posición del cuerpo. Todo el mundo se da cuenta, a menudo bajando la cabeza y fingiendo que no ha pasado nada por miedo a que también les toque un cambio similar que, en secreto, ya desean.
Ante la Pasión de Jesús, los hombres deciden de qué lado estar. La mayoría no se sostiene ante el desafío del Cordero conducido al matadero. Algunos, sin embargo, sin hacer ruido, sin ocupar las calles ni las plazas, sin hacer propios los eslóganes de los demás, sin vender la razón a los que mandan, mantienen la mirada fija en Él. Y no solo
en Él, sino también en la Virgen. No sé qué daría por ver las miradas de Cristo y María buscarse y fijarse a lo largo de esos instantes infinitos de sus últimos días en la tierra.
En el silencio de los ojos de la Madre que buscan los ojos del Hijo está toda la pregunta humana, toda oración, toda súplica, toda necesidad. Los ojos del Hijo responden sin decir nada, solo dejándose encontrar y mirar, contemplar, conmover.

Quien, por gracia, pudo interceptar esas miradas, incluso haber sido tocado por ellas, quedó conquistado al instante, como encontrarse en un momento en el corazón del cosmos. Como María Magdalena y el propio evangelista Juan que, en mi opinión, se quedaron hasta el final solo por esto, porque no pudieron desprenderse de la intensidad de la mirada del Hijo con su Madre.
Uno no puede quedarse solo por fidelidad, se necesita un atractivo. Se habían dado cuenta de que no terminaría así. Y de hecho fueron los primeros protagonistas del verdadero final, del comienzo de una nueva creación que también nos involucró a nosotros.

¡Qué don no perder el tiempo en otra cosa, no quedarse en los asuntos penúltimos, sino poder ir directamente al corazón de todo lo que, esos extraños tipos humanos que hemos encontrado, ya han interceptado!

 

Artículo publicado en Il Giornale di Monza

 

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