Criados para apostar: de los videojuegos al casino financiero

Sociedad · Mateo Pou
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17 diciembre 2025
Del entretenimiento a la ruina: cómo la cultura del juego y la especulación aportan a la precariedad de la Generación Z.

Los jóvenes de mi generación se han criado abriendo sobres de cromos de Adrenalyn, paquetes de jugadores en FIFA, cofres en Clash Royale o cajas en Counter-Strike. Mucho antes de enfrentarse al mercado laboral, ya estaban familiarizados con la lógica del azar y la recompensa. La primera generación dopaminómana no obtiene su dosis únicamente del doom scrolling, sino también del juego. No resulta sorprendente que la ludopatía esté creciendo entre jóvenes en España y en otros países desarrollados; lo verdaderamente difícil, a la vista del recorrido, es escapar de ella.

Para quienes no estén familiarizados con este mundillo, se trata de sistemas que funcionan como una rifa permanente: se paga una pequeña cantidad cada vez, sin saber qué se va a obtener, con la expectativa de que en algún momento toque el premio. Este puede adoptar la forma de una carta especial de Lamine Yamal para alinear en un once virtual o la de un codiciado Blue Gem Karambit, un cuchillo de Counter-Strike por el que se han llegado a ofrecer hasta 1,4 millones de dólares.

Queda claro, entonces, que en muchos casos no hablamos solo de píxeles en una pantalla. Los adolescentes de hoy están expuestos a una forma de asumir riesgos y de jugar con la que no deberían estar familiarizados antes de cumplir la mayoría de edad. Algunos de los videojuegos más populares del mundo generan, gracias a estos sistemas de azar internos, más ingresos que por la venta del propio juego, funcionando en la práctica como la casa de apuestas perfecta: nunca pierden dinero. Esto quiere decir que permanecen fuera del marco regulatorio diseñado para proteger a los menores frente a la ludopatía y el riesgo financiero. Un niño de 11 años puede gastar diez euros en un cofre con la ilusión de una recompensa excepcional, pero las leyes españolas no le ofrecen las barreras y salvaguardias que se exigen, por ejemplo, en las casas de apuestas tradicionales.

En múltiples títulos “free to play” y no free to play, las loot boxes y otras microtransacciones (packs, sobres) son esenciales para sostener financieramente el juego, con ingresos que muchas veces superan a la venta inicial o son la principal fuente de ingresos recurrentes. Según un estudio de Juniper Research, las llamadas loot boxes y microtransacciones podrían generar más de 20 000 millones de dólares en ingresos globales en 2025, una cifra que ya rivaliza con —y en muchos casos supera— lo que obtienen los propios videojuegos por ventas directas.

Un informe de Gamble Aware, en colaboración con la universidad de Plymouth y la de Wolverhampton, estudia la convergencia entre el mundo del videojuego y el de las apuestas. El estudio revela que el 5% de los compradores de ‘loot boxes’ genera el 50% de los ingresos de las compañías de videojuegos por este concepto y que la relación estadística entre la compra de estas cajas y el juego problemático es más del doble de fuerte en adolescentes que en adultos. La correlación entre estas compras y el juego problemático es incluso superior a la observada entre el juego problemático y problemas de salud documentados como la depresión o la drogodependencia.

Una regulación tardía 

La evidencia científica abunda respecto a este problema, y parece haber una movilización política para regular más adecuadamente estas transacciones. Las organizaciones de consumidores en al menos 18 países europeos (incluidos Austria, Bulgaria, Italia, Polonia, España, Suecia) han solicitado medidas legales en conjunto para frenar prácticas predatorias en loot boxes.

En países como Bélgica y los Países Bajos, los gobiernos han considerado que las loot boxes son una forma de juego de azar y han forzado su retirada o regulación estricta bajo sus leyes de juego. Francia, Alemania, España o Brasil han introducido medidas para proteger a los menores, exigir transparencia o incluso prohibir estas cajas de recompensa para menores. En Estados Unidos, la FTC ha multado a desarrolladores por prácticas engañosas relacionadas con loot boxes, obligando a revelar probabilidades y a verificar la edad de los jugadores.

La regulación en España ha tomado la ruta larga. En lugar de aprobar la ley específica de loot boxes del exministro Garzón (que fue retirada), el Gobierno ha integrado la prohibición de su compra por menores en un proyecto de ley más amplio sobre Protección Digital. Aunque el Congreso ya dio luz verde en septiembre a esta nueva tramitación, la medida avanza más despacio, pero con un objetivo claro: blindar a los jóvenes dentro de un marco de seguridad digital general.

Por supuesto, celebro los avances regulatorios que en tantos países se están dando en el esfuerzo de proteger a los menores, pero, por desgracia, estas medidas llegan muy tarde. Aquellos que crecieron gastando dinero en chutes de dopamina buscan, inconscientemente, jugar con el riesgo de otras maneras.

El riesgo cambia de escenario: cuando apostar se llama invertir

Una de esas otras maneras es la trampa del mundo financiero: trading de criptomonedas, acciones de alto riesgo o productos financieros especulativos ofrecen dinámicas similares de exposición al riesgo y gratificación aleatoria.

Es precisamente este el público al que apuntan los Gurús financieros. El famoso ‘Llados’ y otros de su calaña no venden solo cursos sobre cómo enriquecerse rápidamente: venden un estilo de vida en el que madrugar a horas imposibles, ir al gimnasio todos los días y no dedicar ni un minuto a nada que no sea monetizable se presenta como la norma. Se aprovechan de dos de las heridas más profundas de esta generación: la ausencia de referentes masculinos claros y la sensación de que, frente a nuestros padres, hemos perdido poder adquisitivo y oportunidades laborales.

El influencer Amadeo Lladós

La consecuencia es que los jóvenes comienzan a invertir muy temprano. A nivel global, cerca del 30 % de la Generación Z empieza a invertir antes de alcanzar la edad adulta plena, una proporción significativamente mayor que la observada entre millennials o boomers a la misma edad. Este fenómeno se ve impulsado por la facilidad de acceso a apps de trading de bajo coste y por la exposición constante a contenido financiero en redes sociales.

Además, los jóvenes inversores tienden a preferir activos de mayor riesgo. Según XTB, los productos más comunes entre ellos son las criptomonedas (55,7 %), acciones (50 %) y fondos de inversión (39,4 %). Más de la mitad de los encuestados ha invertido alguna vez en criptomonedas, lo que refleja una tendencia clara hacia inversiones volátiles con la promesa de altos retornos.

Estos mismos criptoactivos fueron las únicas inversiones que generaron pérdidas netas en la última declaración de la renta en España, con más de 31,6 millones de euros en pérdidas y la mayoría de operaciones individuales resultando en pérdidas para inversores minoristas. En casi 287 000 operaciones declaradas, más de la mitad terminó en pérdidas, y el 88,6 % de ellas fue de importes menores a 3 000 €, con pérdidas medias significativas para pequeños inversores.

La mayoría se adentra en este mundo sin una formación sólida y es minúsculo el porcentaje de inversores que tienen los conocimientos requeridos para invertir con estrategia. El resto invierten movidos por sus emociones o por intuición, y no por análisis. Nada que ver con la información, medios y estructura de los fondos de inversión, aquellos que sí sacan tajada de los mercados de valores.

Aunque parezca absurdo tener que recalcarlo, el juego y la especulación son improductivos por definición. No generan bienes, no aumentan la productividad ni mejoran el bienestar general; más bien lo deterioran, y no poco. Se limitan a trasladar dinero de unos bolsillos a otros, un mecanismo que, en un contexto de precariedad juvenil, tiende a amplificar las desigualdades y a castigar especialmente a quienes parten en desventaja. No es casualidad que se considere uno de los grandes retos de la salud pública: lejos de ser una distracción inofensiva, empobrece hogares, erosiona la salud mental, rompe familias y multiplica situaciones de violencia y exclusión económica.

De este modo, una generación gasta el dinero que no tiene en promesas de riqueza, mientras se aleja de la seguridad que antaño ofrecía un trabajo estable de oficina. Sea en los videojuegos, en la inversión o en el acceso a la vivienda, partimos en clarísima desventaja, y no es culpa nuestra. El mundo al que llegamos fue diseñado para nosotros como una enorme casa de apuestas que nunca pierde. La salida está en educarnos en el riesgo, en valorar la constancia y en rescatar las lecciones que la generación anterior dejó sobre cómo moverse en la vida adulta. No son tan sexys, pero encierran más valor de lo que parece a primera vista.

 


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