Ante el nuevo reinado

España · Eugenio Nasarre
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5 junio 2014
La virtud esencial de la monarquía es representar la continuidad histórica de la nación. De ahí nació la expresión: “el Rey ha muerto o abdicado; ¡viva el Rey!”. Pero este elemento consubstancial a la monarquía no implica un absoluto continuismo cuando se producen los sucesivos relevos en la titularidad de la Corona. Por eso la historia habla también de los reinados, como períodos acotados, dotados de una cierta singularidad. Con su abdicación el reinado de Juan Carlos está empezando a entrar en la historia, que es en este mundo a la que le corresponde emitir lo que los clásicos llamaban el “juicio inapelable”.

La virtud esencial de la monarquía es representar la continuidad histórica de la nación. De ahí nació la expresión: “el Rey ha muerto o abdicado; ¡viva el Rey!”. Pero este elemento consubstancial a la monarquía no implica un absoluto continuismo cuando se producen los sucesivos relevos en la titularidad de la Corona. Por eso la historia habla también de los reinados, como períodos acotados, dotados de una cierta singularidad. Con su abdicación el reinado de Juan Carlos está empezando a entrar en la historia, que es en este mundo a la que le corresponde emitir lo que los clásicos llamaban el “juicio inapelable”.

Sería una desmesurada pretensión, por mi parte, esbozar ni siquiera un veredicto provisional. Pero, desde lo más hondo como español, me importa decir que el largo reinado de Juan Carlos nos ha dado frutos extraordinarios, difícilmente comparables con otros períodos de nuestra época contemporánea. En buena parte la España a la que muchos aspirábamos se hizo realidad durante su reinado: una España en la que el régimen político no fuera el de los vencedores de uno u otro signo; en la que la paz estuviese basada en el espíritu de la concordia; en la que pudiéramos ejercer razonablemente nuestras libertades; en la que funcionara una democracia con estabilidad y alternancia; en la que pudiéramos incorporarnos a nuestro lugar natural en el mundo; el ilusionante proyecto europeo y la sociedad occidental, con un reencuentro fecundo con los países iberoamericanos; y en la que el bienestar se ampliara a las más amplias capas de la sociedad. Por todo ello, profeso una gran gratitud al Rey Juan Carlos como motor y después garante, en sus funciones de monarca constitucional, del recorrido que hemos realizado los españoles en esta etapa de modernización y convivencia en libertad.

Es cierto que los últimos tiempos del reinado han sido tristes, porque se han acumulado problemas (por sabidos, no necesito enumerarlos) que ponen en riesgo todos los activos de la España constitucional, que se forjaron con el impulso admirable del período inaugural del reinado. No reconocer que el edificio, cuyo basamento es el gran “pacto constitucional” de la Transición, presenta hoy profundas grietas sería tanto como instalarse en “la política del avestruz”. Con esta conciencia es con la que debemos abordar el nuevo reinado.

Precisamente porque iniciamos la fase inaugural del nuevo reinado los tremendos desafíos de la España constitucional se convierten también en grandes oportunidades. Se abre un tiempo nuevo, que exige una gran responsabilidad de quienes conducen la nave del Estado. Creo que la gran mayoría de la sociedad española está expectante y sus sentimientos encontrados esperan una respuesta que sólo puede poner en marcha la política. Es, en efecto, la hora de la gran política, que reclama generosidad, valentía, altura de miras y visión a largo plazo.

El presidente del gobierno tiene una especial responsabilidad. Porque a él le corresponde tomar la iniciativa y poner en marcha una nueva dinámica que dé confianza e ilusión a la desmoralizada sociedad española y le haga recuperar el aprecio a los valores con los que construimos lo mejor del reinado de Juan Carlos. En mi opinión, Rajoy debería formar un nuevo gobierno, “el primer gobierno del reinado de Felipe VI”, que tendría que responder a criterios no meramente de partido y que estuviera dotado con una alta autoridad moral y política, con presencia de todas las generaciones. Debería elaborar un programa ambicioso con las reformas y medidas que ahora necesita España para encauzar los problemas y actualizar el “pacto constitucional” del 78: un programa de regeneración y de modernización. El nuevo reinado reclama una dinámica política innovadora. Por fortuna Rajoy cuenta con una sólida mayoría parlamentaria que garantiza la estabilidad y el apoyo al nuevo curso político. Y un año y medio es un tiempo suficiente para hacer muchas cosas. Es también el momento para grandes acuerdos y pactos con las fuerzas más representativas de la sociedad española, porque de lo que se trata es que de nuevo los españoles se sientan protagonistas de su futuro.

Creo que lo que expongo es posible y es lo deseable. La España constitucional es el gran patrimonio que tienen los españoles. Y junto a la “difícil herencia” de la que hablan algunos, hay que hablar también de la gran herencia que construimos entre todos en el reinado de Juan Carlos y que ahora hay que preservar y proyectar al futuro.

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