Ya no es la guerra de siempre

Editorial · Fernando de Haro
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8 octubre 2023
Hamas traiciona a los gazetíes y los victimiza . Israel, desde 2007, ha hecho imposible una vida digna para los palestinos de la zona. Los Acuerdos de Oslo, firmados hace treinta años, son papel mojado desde hace décadas.

La entrada a la franja de Gaza desde Israel, por el único paso abierto, el paso de Erez, era una operación muy complicada. Más que un check point parecía una terminal de aeropuerto sin aviones. Primero había que dejarse registrar y controlar digitalmente, mientras los soldados que te observaban desde unos miradores te apuntaban con rifles. Luego había que atravesar la tierra de nadie bien por una larga jaula, o bien, en autobús. Y solo entonces, al otro lado, era posible someterse al control de las autoridades de Hamas. Más difícil aún era salir. Muchos jóvenes de menos de 15 años nunca lo han hecho. El bloqueo ha sido férreo desde 2007. Todo eso ha acabado. Es muy probable que, después de lo ocurrido este sábado, la cárcel al aire libre que era la franja de Gaza, con más de dos millones de habitantes, muchos de ellos desnutridos, sin suministro eléctrico, sin trabajo, hacinados en pocos kilómetros cuadrados, desaparezca tal y como la conocemos.

Israel tiene que hacer olvidar, en la medida de lo posible, sus centenares de muertos, sus errores de inteligencia. Tiene que hacer olvidar que las milicias de Hamas consiguieron escapar de Gaza y asesinar a ciudadanos israelíes, secuestrarlos y tomar algunas localidades.

La espiral de violencia y de injusticia que sufre Tierra Santa desde 1948 no se puede desatar con una justicia al uso. Hamas traiciona a los gazetíes y los victimiza para mantenerse fuerte en el Gobierno de la franja. Israel, desde 2007, ha hecho imposible una vida digna para los palestinos de la zona. La Autoridad Nacional Palestina, en Cisjordania, lleva décadas traicionando a su pueblo e impidiendo un mínimo desarrollo. Los colonos israelíes se extienden cada vez más en suelo palestino. Los Acuerdos de Oslo, firmados hace treinta años, son papel mojado desde hace décadas. Una generación tras otra de árabes busca en el radicalismo un sedante para su desesperanza.

Hace algunas semanas The Economist anunciaba un nuevo tiempo para Oriente Próximo. Los Acuerdos de Abraham, firmados por Israel y Emiratos Unidos, hasta hace poco impensables, estaban dando sus frutos. Hasta Arabia Saudí podía llegar a acercarse a Tel Aviv. Y con la mediación de China, otros enemigos irreconciliables, Riad y Teherán también se acercaban. El conflicto palestino parecía congelado. Los líderes de Hamas parecían apostar por una vía pragmática. Todo eso, si alguna vez fue verdad, también se ha acabado.

La deriva casi autocrática del Gobierno de Netanyahu, con su pretensión de reducir la independencia del poder judicial, había generado una interesante movilización social en Israel. Muchos ciudadanos judíos han querido durante los últimos meses defender la calidad democrática de su país. Todo eso también se ha acabado.

¿A quién beneficia esta nueva guerra? Israel, durisimamente golpeado, no parará hasta que Hamas pague sus pecados. Y los líderes de Hamas lo sabían cuando programaron el golpe del sábado, que tiene mucho de suicida. ¿A quién beneficia?¿Ha sido Irán el instigador buscando distanciar a Arabia Saudí de Israel? ¿De qué parte está China? ¿Y Turquía y Qatar? Es demasiado pronto para responder a esas preguntas.

En el núcleo viejo de la ciudad de Gaza hay dos parroquias de cristianos, una católica y otra ortodoxa. Ya tienen menos de 800 fieles. Por cultura, por historia, son palestinos. Palestinos cristianos como la minoría cristiana de Cisjordania. Su presencia en la franja, posiblemente, después de esto, desaparezca. Se ha acabado, o eso parece, una presencia que ha durado 2.000 años. Los cristianos gazetíes más conscientes se preguntan si cuando vuelva el Hijo de Hombre habrá alguien para recibirlo en su tierra.

 

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