«Vivimos en una sociedad donde las grandes evidencias se han acabado»

Entrevistas · Francisco Medina
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3 marzo 2022
Entrevista a Josué Fonseca, fundador del movimiento Fe y Vida.

Se vive en lo concreto, no en nuestras abstracciones. El mundo de hoy puede pillarnos, y de hecho así lo hace, con el pie cambiado. Entender el proceso de secularización –en definitiva, lo que nos pasa– de nuestra sociedad resulta más interesante cuando te topas con alguien que ha recorrido el camino de la búsqueda de Dios que, en el fondo, es el de todo hombre, y que reconoce que educar es un hilo muy fino. Un testigo, por tanto, amigo. Fundador del movimiento Fe y Vida, doctor en Historia y docente en Enseñanza Media y Superior, Josué Fonseca es uno de ellos.

En varias ocasiones has contado que conociste el cristianismo siendo joven, ¿cómo te encuentras con este Jesús de Nazaret y a través de quiénes?

Yo vengo de familia no muy creyente, aunque mi primera educación fue en un colegio concertado, de la fábrica Solvay, donde trabajaba mi padre, en Torrelavega, y en la que había muchos trabajadores. En línea con la dinámica de las empresas de aquel entonces, finales de los años 60, en la fábrica se realizaban muchos servicios; entre ellos, la educación escolar, en la que se daba una cierta educación religiosa, aunque luego yo me fui al instituto.

Mi fe era la de aquella época: ir a misa, más bien, por costumbre. A los 17 años encontré en la calle con un chico de un grupo de las Comunidades de Burgos, que fundó el cantante Luis Alfredo, y que me preguntó si yo era cristiano. Yo le contesté: ¿Eres cura o algo?, y me contestó que no, que había tenido una experiencia de encuentro con Cristo. Eso me llamó la atención.

Este chico me invitó a una oración, y acepté. Cuando fui me encontré con un grupo de gente de mi edad. Pero era algo totalmente distinto a lo que yo me imaginaba. Ellos hacían oración de una forma muy espontánea: se dirigían a Dios de una forma que yo no había visto nunca. Fue, para mí, un impacto muy fuerte porque yo no sabía que eso existía. A nosotros, los dominicos nos daban Ejercicios Espirituales en el instituto, en aquella época (aún vivía Franco); algo más formal. Después me marché a estudiar a Salamanca (para mucha gente, era un lugar de fiesta).

El encuentro con este grupo me vino muy bien; de hecho, fue un cambio radical en mi vida, porque me enseñaron a orar. Me decían, “tú te pones delante de Dios, le dices lo que quieras; aunque te parezca que estás hablando solo, verás los frutos poco a poco”. Así lo hice, hasta el día de hoy.

“Siendo una cosa sencilla, todos se convirtieron; tuvieron una experiencia espiritual que puedo calificar de extraordinaria y me preguntaba: pero esto, ¿qué es?”

¿Qué te lleva a fundar Fe y Vida?

Yo con este grupo de las Comunidades de Burgos estuve más de diez años. Cuando venía en vacaciones, volví a encontrarme con ellos. En un principio, estaba orientado a la docencia en la Universidad; había obtenido una beca de investigación y, mientras hacía el doctorado, me ofrecieron dar clases de Religión en un instituto, lo que me dejaba tiempo para hacer la tesis, y comencé a dar clase en el instituto.

Fe y Vida empezó en el año 1991, a raíz de una clase que impartía yo en el Bachillerato, donde les hablaba de la experiencia de fe, que suscitó preguntas (eso, ¿qué es?), y me pidieron que les enseñase cómo. Como en un instituto no había pastoral, les propuse un retiro de un fin de semana. Al retiro vinieron 25 chavales de primero de Bachillerato. Y ahí sucedió algo que, creo, fue algo del Espíritu Santo, porque, siendo una cosa sencilla (les hablé de mi conversión e hicimos una pequeña oración), todos se convirtieron; tuvieron una experiencia espiritual que puedo calificar de extraordinaria. Recuerdo que el sábado llamé a un amigo cura y le dije: “Oye, mañana vente a decirnos una misa, porque estos chavales están muy tocados”. Todos se confesaron con él. Yo estaba asombrado, la verdad, y me preguntaba: Pero esto, ¿qué es?

Un acontecimiento extraordinario…

Sí. Estuvo este cura confesando varias horas y terminamos con la Eucaristía. El dilema que me planteaba era qué hacer, ahora que veía a los chavales por el instituto y me decían: y ahora, ¿qué? Decidí juntarme con ellos un día a la semana. Hablé con mi amigo sacerdote y le pedí que nos dejase un lugar en la parroquia para juntarnos con los chavales un día a la semana. El sacerdote me dijo que encantado. Y, todos los lunes, me veía enseñando a los chavales, durante un año, los rudimentos de la fe, porque venían de familias no creyentes (muchos no habían vuelto a la iglesia desde que hicieron la Primera Comunión). Y empezamos un camino de discipulado con ellos.

Al año siguiente, los del curso nuevo se enteraron que habíamos hecho la convivencia, y pidieron ellos hacerla también. La repetí y volvió a suceder lo mismo. Yo iba a la expectativa. Lo hicimos durante tres años. Llegaron a venir 50 chavales, ya a punto de entrar en la Universidad, cuya referencia era yo (no iban a sus parroquias), se juntaban conmigo. Como no sabía muy bien qué hacer, fui a ver a D. José Vilaplana, mi obispo (actualmente, Obispo de Huelva ya retirado) y le expuse lo que había sucedido y le pregunté qué hacer con estos jóvenes. Él me animó a que siguiera con ellos. Yo era muy reticente a enviarles a las parroquias porque sabía que se me iban a perder. En Cantabria, estaba extendida, a nivel parroquial, una sensibilidad más de los cristianos de base. Me consideraban muy carca, muy raro.

El obispo estuvo muy cercano: vino, incluso, a nuestras reuniones. Con el paso del tiempo, veía que esto tenía que tener una estructura estable, porque algunos chavales ya empezaban a emparejarse, estaban en la Universidad y se planteaban cuestiones vitales. Vimos que si queríamos que esto siguiera, debía tener, de algún modo, una organización. Y así comenzó Fe y Vida.

“Después de 1978, ha surgido una tercera ola secularizadora cuyo motor es la cuestión cultural”

Esto de que hablas coincide en un momento en que el proceso secularizador estaba avanzando: pasamos de una Iglesia como realidad sociológica identificable, apoyada a nivel institucional en el franquismo, a una Iglesia que va perdiendo espacio en la vida pública. A tu juicio, ¿qué nos ha sucedido a la Iglesia en España?

Yo creo que la secularización es un fenómeno muy complejo. Llevo años intentando entenderlo. En primer lugar, es global: está impactando no sólo en España y no sólo en la Iglesia Católica. Por las amistades que he trabado, durante muchos años, con el mundo evangélico, sé que a ellos les está pasando lo mismo, en Europa y también en Estados Unidos. En este último caso, me comentan que están perdiendo muchos creyentes, claro signo de que la sociedad va discurriendo por cauces muy diferentes del Evangelio. Es algo que, en realidad, ya empezó con la Ilustración, pero que, en el último siglo, ha ido avanzando enormemente.

Yo diría que, después de 1978, ha surgido una tercera ola secularizadora, una secularización post-marxista, cuyo motor era no ya la lucha socio-económica o de clases (que propugnaba el marxismo), sino la cuestión cultural (lo que en Estados Unidos se denominan las cultural wars), que es el verdadero campo de batalla, hasta extremos difíciles de entender. En la comunidad puse la moción aprobada en el Ayuntamiento de Barcelona de poner calles con el nombre de brujas condenadas por la Inquisición en los siglos XVII y XVIII. Uno se pregunta qué ronda en la cabeza de los responsables municipales. Una cosa es hacer una nota pidiendo perdón por estos sucesos y otra es hacer este tipo de cosas, como si no hubiesen otros problemas más importantes. O el derribo de la estatua de Ponce de León en Puerto Rico con la llegada del rey Felipe VI. Son cosas que recuerdan la Revolución Cultural de Mao: un deseo de derribar el pasado para construir un futuro radicalmente distinto pero del que nadie a dónde va.

“Hace 20 años podías hacer un debate sobre la Iglesia, con gente a favor y en contra. Ahora, no existe tal debate”

En lo concreto, ¿cómo ha afectado esta secularización a nivel de comunidad y en la familia?

Yo lo veo por nuestros hijos y los de la gente de Fe y Vida. Aunque son respetuosos, no vemos que vayan a seguir este camino que estamos haciendo nosotros. Al menos, de momento; es cierto que suele haber un llamado efecto péndulo: los hijos tienen que marcharse un tiempo para encontrar su sitio y, luego, acaban regresando. A nivel social, yo (que llevo 35 años dando clase en un instituto), sin embargo, sí veo una clara evolución. Por ejemplo, hace 20 años podías hacer un debate sobre la Iglesia, con gente a favor y en contra, incluso con cierto enfrentamiento.

Ahora, no existe tal debate. A la gente joven, simplemente la Iglesia les resulta completamente indiferente. No les dice nada. Es como si me preguntan si creo en el Recreativo de Huelva; sé que es un club de fútbol, pero no me afecta en lo más mínimo su existencia.

Se ha interrumpido, pues, la cadena de transmisión de la fe…

Se ha interrumpido totalmente. Yo veo que los padres de la generación a la que doy clase en Enseñanza Media (Bachillerato) ya no son creyentes. Ni se lo plantean, pero tampoco critican. Ya no es una posición a favor ni en contra, como antes. Ahora es indiferencia absoluta. No es antagonismo (aunque hay gente en esa posición), pero en la gente joven predomina una posición más respetuosa pero indiferente: “si tú quieres creer eso, bien por ti, pero a mí no me dice nada”. Hace veinte años, era más fácil llegar a la gente.

“Lo que sucede dentro de la Iglesia es reflejo de la enorme polarización que se vive en la sociedad, con una corriente por la izquierda que empieza a abanderar el liberalismo teológico, y otra postura mayoritaria de volver a las trincheras”

En el ámbito eclesial, parece estar extendiéndose una cierta mentalidad de gueto, en un mundo postmoderno: ¿hasta qué punto se ha extendido y qué consecuencias crees que tiene?

Es una reacción normal. Cuando un grupo, con creencias determinadas, vive en una sociedad que va en sentido contrario, y no se siente aceptado, la reacción más rápida es la de radicalizarse y hacerse gueto. Esta tendencia la veo fuertemente implantada en la Iglesia desde que fue elegido el Papa Francisco. Hay un sector, acostumbrado a un tipo determinado de discurso, que no le ha entendido muy bien, que se ha radicalizado. Me llama profundamente la atención cómo ese papismo (que sostenía que todo lo que decían los Papas era palabra de Dios y no se podía discutir), reflejado en muchas publicaciones y páginas web, cambió radicalmente con la llegada de Francisco, comenzando a criticarle duramente. Algunos de estos medios decían que lo suyo no era simplemente obediencia eclesial, sino favorecer un discurso papal que ellos creían que era el correcto.

En el fondo, me parece claro que lo que sucede dentro de la Iglesia es reflejo de la enorme polarización que se vive en la sociedad. Veo que la Iglesia está dividida por dentro (en Estados Unidos, es terrible: hay una división tremenda, mucha falta de diálogo). Una corriente, por la izquierda, que empieza a abanderar el liberalismo teológico, la ordenación de mujeres, etc…este camino ya ha sido recorrido por la Iglesia Anglicana y los resultados no son nada buenos. El anglicanismo está partido por la mitad: el sector progresista emprendió la huida hacia delante y los más prudentes ven el resultado. No ha sido bueno, creo yo, ni ha contribuido a una nueva evangelización.

Luego está otra postura, mayoritaria, de volver a las trincheras, una especie de nacionalcatolicismo, el identificar el catolicismo con una determinada opción política. En España somos muy dados a esto, más que en otros países, por nuestra historia reciente.

En nuestra comunidad advertimos de estos dos peligros y hablamos de una opción de renovar la Iglesia pero conservando la esencia de la fe.

En este sentido, ¿puede contribuir el Decreto del Dicasterio para los Laicos a una revitalización de movimientos como el vuestro de Fe y Vida?

Si soy sincero, este Papa ha tenido una buena intuición, pero creo que la reforma planteada es muy compleja desde el punto de vista organizativo. Es buena idea, por ejemplo, la iniciativa del Sínodo, pero veo que las conclusiones son muy generales: “la Iglesia tiene que ser acogedora”, “la Iglesia tiene que ser más santa”, “tiene que ser más santa”. Nadie diría no a eso. Pero, en la práctica, puede quedarse en un documento programático elaborado por Roma sin concreción alguna.

La reforma de la Iglesia va a venir de abajo, de la conversión del corazón. El papel del Papa y de los obispos, muy importante, es estar atentos a los signos de los tiempos y discernir. La palabra obispo viene del griego episkopein, que significa vigilar. Se trata de discernir qué es y qué no es. Es una labor fundamental la de los obispos. En nuestra historia de la comunidad, fue así. D. José, que nos acogió, siendo muy jóvenes, nos aconsejó como un padre (“esto no lo haría así, yo iría por aquí”), pero dejándonos libertad. Ésa debería ser la labor del obispo. A nosotros nos hizo muchísimo bien, por eso lo tenemos integrado en el ADN de nuestra historia. Porque lo hemos vivido, y cuando se vive, se deja de ser teórico.

Yo creo que la Iglesia va a tener que hacer una reconversión profunda de sus planteamientos. La pastoral de Cristiandad, una pastoral administrativa de enviar un sacerdote-funcionario que se encargue de una parroquia de gente, ya ha pasado.

“El cristianismo como algo pertinente y personal: no un rollo teórico. Es un Acontecimiento que me cambia la vida y yo lo testimonio. Vivimos en una sociedad en la que las grandes evidencias se han acabado”

En su obra Fe y Futuro, Benedicto XVI hablaba de una iglesia pequeña, que sufrirá un proceso de purificación largo y doloroso, y que perderá muchos de los privilegios y de la presencia que ha tenido antaño ¿Cómo ves, en este sentido, el futuro de las parroquias?

Siempre ha existido la idea muy extendida de que la Iglesia siempre había estado organizada así, en parroquias. Y eso no es verdad. Lo que se llama la Iglesia de parroquia “de toda la vida” viene del Concilio de Trento, que había modificado la anterior organización medieval, y ésta, a su vez, la de la Iglesia primitiva.

En primer lugar, la Iglesia ha de ser intencional y no sociológica. Una Iglesia de cristianos convertidos que están ahí porque les interesa, porque han vivido Algo. En segundo lugar, estos cristianos han de estar integrados en una Iglesia local, integradora de pequeñas comunidades (movimientos, parroquias, órdenes religiosas), que es más ajustada al modelo del siglo IV, cuando los cristianos eran minoría en una sociedad pagana que no compartía sus valores; un cristianismo en el que el Bautismo ya no se fiaba a los niños, sino que era fruto de un catecumenado, al final del cual la comunidad discernía si los candidatos eran o no bautizados, en una época en el que las persecuciones eran constantes y había que estar muy seguro quiénes eran y quiénes no.

Después llegó una época en el que, como decía un amigo, empezábamos a “bautizar con manguera”, a todo el mundo (tanto el que tenía fe como si no). Y eso debería cambiar. Si eso sucede, las palabras de Ratzinger serían proféticas, sería una Iglesia más pequeña, con menos privilegios, pero mucho más martirial, más testimonial.

Una Iglesia del futuro capaz de proponer el cristianismo como algo pertinente para el hombre de hoy, entonces ¿Cómo puede hoy ser la fe una propuesta en un mundo en el que, como decía Julián Carrón, se han derrumbado las evidencias?

El cristianismo como algo pertinente y personal: no es un rollo teórico. Es un Acontecimiento que me cambia la vida y yo lo testimonio. Vivimos en una sociedad en la que las grandes evidencias han acabado. Ya no hay grandes discursos ni grandes pensadores. Con notables excepciones, el pensamiento postmoderno (y yo sigo mucho el pensamiento filosófico) es bastante mediocre, no tiene contenido. A partir de un determinado momento, el pensamiento filosófico como tal se acabó. Existe ahora un diletantismo, escritura ingeniosa, pero nada más. Es un mundo consensual, en el que no existe un discurso profundo.

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