Vamos a la cumbre
Finalmente España estará en la cumbre de Washington. Como muchos estarán pensando que eso de ir al "G-veintitantos" debe de ser algo así como pasar una eliminatoria de la Champions o llegar a la fase final del Mundial de Sudáfrica, el presidente Zapatero acompañó la buena nueva con una retórica propia de los grandes acontecimientos históricos y una vez más se erigió, con la figura que más le gusta, como el hombre que nos ayudó a todos los españoles a recuperar todo aquello que el franquismo nos quitó. De paso, ignoraba toda la ingente labor de los gobiernos de su correligionario Felipe González. ¿La entrada en la OTAN y en la Comunidad Económica Europea?, ¿la organización en Madrid de la Conferencia de Paz para Oriente Medio? ¡Quiá! ¡Eso son fruslerías en comparación con la última gesta de ZP!
Según el argumentario del Partido Socialista, la importancia de que España acuda a la cumbre estriba en que nuestro país podrá revelar a las grandes potencias las recetas de su saneado y robusto sistema financiero. Así que parece que vamos a Washington a dar lecciones a EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y el resto sobre cómo se podía haber evitado la crisis. Sin embargo, a juzgar por nuestras cifras de paro (muchísimo peores que las de los países de nuestro entorno), en lugar de dar lecciones, deberíamos llegar a la reunión ruborizados o incluso escondernos debajo de la mesa o de la silla que tan amablemente nos han cedido Sarkozy y Bush. En cualquier caso, nada podrá evitar que Zapatero se lleve unas cuantas palmaditas de conmiseración porque la mayoría de los analistas internacionales coinciden en que España será el país que más sufrirá la crisis.
Gracias al culebrón de la cumbre, el Gobierno ha salido muy airoso de la semana en la que se daba a conocer el tremendo dato de la subida del paro en octubre: 192.000. El feliz desenlace de esta novela de esforzados diplomáticos y el anuncio de nuevas medidas de apoyo a las empresas y las familias, emitido dos veces -el lunes y el sábado- por el mismo precio, han propiciado que el Ejecutivo salga mucho mejor parado que la oposición en esta negra semana. Y es que empatar en intención de voto en la encuesta del CIS no es ninguna buena noticia para el PP con la que está cayendo, máxime cuando su presidente, Mariano Rajoy, sigue obteniendo peor puntuación que Zapatero en la valoración de líderes. En la semana que nos ocupa, el partido de Rajoy ha vuelto a estar ausente en su labor de oposición y sólo ha generado malas noticias como el patinazo de González Pons a cuenta de la Reina, la astracanada de la refundación del PP en Navarra y la referencia de Cospedal a los conspiradores internos. Ya no se trata de discutir si tiene que hacer oposición frontal o constructiva, sólo bastaría con que, al menos, entrase en el terreno de juego y no se enredase tanto en sus propios problemas.
La muerte de dos soldados españoles en Afganistán ha sido el brutal recordatorio de lo que representa España en el concierto internacional. Ese papel no es el del impulso a un nuevo pacifismo mundial que nos quiere hacer creer el actual Gobierno. Ese pacifismo puede construir cúpulas carísimas en honor a la Alianza de Civilizaciones, pero se queda sin palabras, como la ministra Chacón, ante la pérdida de dos jóvenes soldados. No puede ni quiere reconocer que la de Afganistán no es una misión humanitaria, de paz y reconstrucción, sino que es la participación, en el contexto de los compromisos de la OTAN y bajo paraguas de la ONU, en una guerra (sí, una guerra) que se inició para combatir una amenaza real para los países occidentales, para nuestra democracia, libertad y modo de vida, como es el terrorismo yihadista internacional. Esto no se puede olvidar.