Unas cartas de Alexis de Tocqueville

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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28 marzo 2025
Alexis de Tocqueville era un hombre que se adaptaba a las circunstancias, no por oportunismo sino por reconocimiento del principio de realidad.

Tarde o temprano, las personas de lecturas inquietas y del afán de saber, acabamos cayendo en el interés por Alexis de Tocqueville (1805-1859). Olvidado en su país natal prácticamente hasta mediados del siglo XX, entre cosas porque el liberalismo en Francia no ha tenido muchos representantes, en España es menos conocido todavía porque las reflexiones y análisis pausados tampoco son moneda corriente en esta tierra. Un gran historiador de las ideas políticas, Luis Díez del Corral lo difundió en las aulas universitarias hace varias décadas, pero enseguida llegaría el rechazo acrítico y emotivista de los que llenaban la universidad de consignas y performances en la estela del mayo francés. La razón y el sentido común fueron desechados.

Por mi parte, debo decir que no sabía de la existencia de Tocqueville hasta que lo descubrí en unos apuntes de Derecho Político, no muy bien tomados, por cierto, pero de los que al menos podía desprenderse que era un hombre que se adaptaba a las circunstancias, no por oportunismo sino por reconocimiento del principio de realidad.

Perteneciente a una familia aristocrática no soñó con la vuelta del absolutismo de los Borbones en Francia ni se dejó encandilar por el bonapartismo de Napoleón III, con sus soluciones “fáciles”, populistas y ajenas a las realidades de Francia y Europa. Su moderación le llevó a decepcionarse con la monarquía del “rey ciudadano” Luis Felipe de Orleáns y con la Segunda República de 1848. No soportaba la corrupción ni tampoco el adanismo de los que pensaban que ellos eran poco menos que los primeros hombres en la historia.

Mi simpatía por Tocqueville, por su vida y escritos, me llevan a aplaudir los esforzado y desinteresados trabajos del profesor Fernando Caro, que tradujo hace algún tiempo El Antiguo Régimen y la Revolución, preludio de lo que podía haber sido una gran historia de la época revolucionaria francesa. La modestia de Caro le hace anteponer que él no es historiador sino físico. No es un especialista al uso, pero su conocimiento y amor por la lengua francesa le han ayudado mucho en su conocimiento de Tocqueville, y conocer a este autor puede implicar crecer en la pasión por la libertad, sin reducirla a una sola de sus dos caras: la negativa y la positiva.

Fernando Caro acaba de traducir y publicar el primer volumen de la correspondencia entre Alexis de Tocqueville y Arthur de Gobineau. El nombre de este último siempre irá asociado a su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, que ejerció cierta influencia sobre algunas teorías totalitarias del siglo XX. La discrepancia con Tocqueville sería manifiesta con el paso del tiempo, tal y como puede verse en algunas cartas del pensador liberal en los últimos meses de su vida, y que serán objeto de un segundo volumen que Caro publicará en este mismo año.

Con todo, de la lectura del primer volumen se pueden extraer algunas reflexiones interesantes que, en mi opinión, realzan la categoría no solo literaria sino también humana de Alexis de Tocqueville. En efecto, Tocqueville, diputado y miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, se presenta como protector del joven Gobineau, llegado a París para hacer carrera en la vida pública. Sin importarle demasiado las diferencias de pensamiento, Tocqueville reconoce la preparación intelectual de Gobineau. Se fija más en su corazón que en su mente y se cree en la necesidad de brindarle su ayuda. El pensador liberal no ha cumplido aún los cuarenta años, pero se da cuenta de que no hay que encastillarse en las posiciones alcanzadas en la vida pública y abrir camino a otros.

Me ha gustado esta cita suya: “Cuanto más dejo de serlo, más prefiero a los jóvenes”. En este sentido, podría decirse que Tocqueville tiene un espíritu de auténtico docente, aunque nunca ejerciera como profesor. Sus palabras se justifican por algo que también sería aplicable en nuestro tiempo: “Apenas queda ardor de espíritu y de corazón en la generación a la que pertenezco. En la mayor parte de las personas de mi edad solo perdura el deseo de hacer cosas sin importancia de manera cómoda y tranquila”.  Esta requisitoria contra el individualismo, que suele acentuarse en edades tardías, sigue siendo de actualidad.

En el libro hay dos partes bien diferenciadas. La primera contiene una serie de reflexiones sobre la moral, la de tiempos antiguos y la moderna, que tenían como objeto preparar un informe para la Academia de Ciencias Morales y Políticas en el que participarían Tocqueville y Gobineau. La segunda parte tiene como contenido la correspondencia intercambiada en la época en la que Tocqueville llegó a ser, por un corto período, ministro de Asuntos Exteriores durante la Segunda República.

Tocqueville confesaba no ser creyente. Sus lecturas de los filósofos de la Ilustración le habían apartado de la fe, aunque no consideraba esto como un mérito. Tenía nostalgia del cristianismo, si bien le costaba aceptar sus dogmas. Confesaba que experimentaba una profunda emoción al leer el evangelio. Era, como dijo alguien, “un pascaliano sin fe”. Por eso en sus reflexiones sobre la moral, destaca la importancia de la moral cristiana y sale al paso de que la moral moderna la ha superado. Frente a las virtudes de la Antigüedad, Tocqueville considera que el gran valor del cristianismo es haber puesto en primer lugar virtudes afables como la humanidad, la compasión y la indulgencia. Sin embargo, la filosofía positivista como la de Saint Simon nunca comprendió lo que era el cristianismo. Tenía mucho interés por rehabilitar la carne y consideraba que el cristianismo era puro espiritualismo.

Pienso que, en el fondo, se buscaba rehabilitar la moral de la Antigüedad pagana sin desechar algunos valores cristianos. Se pretendía crear una nueva moral y al final se deslizarían, hasta hoy, por la senda del utilitarismo cuya expresión más directa es la filosofía de Jeremy Bentham que triunfó en la Inglaterra del siglo XIX. De ahí que Tocqueville asegurara a Gobineau que no estaba naciendo una nueva moral, sino que la situación era el resultado del debilitamiento de la fe religiosa.

De los textos sobre la moral, que contiene el apéndice de este libro, puede deducirse que la supuesta nueva moral terminaría siendo claramente materialista, aunque, como sucede en algunos filósofos de la Ilustración alemana, se revistiera de inquietudes estéticas. El triunfo del materialismo sería también el del individualismo, una actitud que Tocqueville siempre combatió. Creo que nuestro pensador trató de advertir a un Gobineau, siempre fascinado por las novedades, sobre lo que estaba sucediendo, pero no tuvo ningún éxito.

 


Fernando Caro Grau

Alexis de Tocqueville y Arthur de Gobineau, Correspondencia. 1843-1844. La Moral. 1849. El Ministerio

Edición de Fernando Caro librosefecaro@gmail.com


Lee también: Encuentro con Don Quijote en París


 

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