Una política a partir de la realidad
Un escenario posible pero para nada fácil y seguro porque, para poder vencer las próximas elecciones presidenciales, Chávez deberá dar respuesta a los dos grandes problemas que afligen al país: la crisis económica y la inseguridad, esto quiere decir la violencia organizada con sus 100.000 muertos a cuestas en los últimos diez años. Se escribe como crisis económica, pero se lee como precio del petróleo a 34 dólares, una inflación al 31% con una erosión del poder adquisitivo superior al 40%. Una situación que está poniendo en el punto de mira al gigantesco aparato de las misiones sociales; tanto es así que para continuar la subvención el Banco Central, a petición del Gobierno, ha debido transferir 12.000 millones de dólares de las reservas internacionales. A la derrota del 15 de febrero no deberá seguir el síndrome del 15 de agosto de 2004, donde aquella mezcla de pesimismo y frustración llevó a la oposición a asumir posiciones políticas-estratégicas ingenuas, por no decir equivocadas, como la abstención a las elecciones parlamentarias de 2005; porque existe un dato muy significativo que no puede ocultarse: los cinco millones de votos a favor del NO. Aunque son los números de una derrota, el resultado no debe dejarnos indiferentes. Por el contrario, confirman el ascenso imparable de una oposición que, a pesar de las divisiones internas, continúa creciendo en consenso, como lo demuestra la victoria en los principales estados del país el pasado 23 de noviembre.
Si se confrontan los datos de las elecciones presidenciales de 2006, es evidente que el chavismo, de siete millones y medio de votos, correspondiente al 63%, ha pasado, con el último referéndum, a seis millones de votos que corresponde al 54%. Mientras la oposición, del 34% de las pasadas presidenciales, ha escalado a un sólido 46%. Es este dato el que nos ayuda a considerar la derrota del 15 de febrero, no como el punto de no retorno para la democracia venezolana o como la antesala de un nuevo tipo de dictadura del siglo XXI, como quisieran hacer creer los más pesimistas. Por el contrario, es una posibilidad para volver a dar testimonio de la política como el lugar de la centralidad de la persona y su exigencia de felicidad. La política como educación al bien común.
Hoy más que nunca urge una reflexión que no debe limitarse a una crítica ciega, por lo tanto estéril, del chavismo en sí mismo, sino que nos debe estimular a analizar aquellos factores que nos permiten esperar un futuro político, económico y social para nuestro país. Nuestra esperanza se funda en algo más, porque no es cierto que la política en sí misma vaya a salvar a un pueblo y a un país. Diez años de emborrachamiento ideológico nos obligan a una mirada diferente. Una mirada que parte de nuestra experiencia cristiana y que nos transforma en testigos de Algo más grande, concreto y duradero que una revolución política cada vez más reducida a propaganda electoral. La realidad es siempre un ángulo abierto al infinito, una apertura constante a nuestro destino, que nos reclama a una mayor responsabilidad sobre las necesidades reales de nuestro país. Ahora más que nunca son válidas las obras, las empresas, un nuevo espíritu de responsabilidad y de iniciativa individual y comunitaria que sepan darle significado y dignidad a palabras como persona, sociedad y Estado. Y el resultado de las elecciones del 23 de noviembre pasado es la demostración de que no sólo se puede vencer con esta conciencia de participación, sino que el país está listo para volver a tener esperanza, para que, a partir del protagonismo de cada uno, se pueda construir un país en libertad.