Un deseo tan mío que es de Otro

Carrón · Julián Carrón
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24 septiembre 2025
Reproducimos una intervención de Julián Carrón con motivo del encuentro titulado «El yo en acción. Es el momento de la persona".

Daniele Nembrini.[*] Gracias, Julián, por aceptar también este año la invitación a estar con nosotros para presentarnos la convención titulada: «El yo en acción. Es el momento de la persona». Son tiempos duros, dramáticos, malos, me atrevería a decir, en nosotros, entre nosotros y en el mundo entero; es inútil citar los acontecimientos de actualidad que todos conocemos. Pero no recuerdo quién decía que ya en la época de los romanos los tiempos también eran duros, difíciles y malos. ¿No es acaso este el problema más urgente al que nos enfrentamos? Creo que el problema más urgente al que nos enfrentamos es la confusión. En particular, creo que el problema más grave es que hay confusión sobre quién es el hombre, quién soy yo, quiénes somos nosotros, quiénes son las personas con las que nos encontramos cada día. Václav Havel decía: «La tragedia del mundo moderno no reside en que el hombre conozca cada vez menos el significado de su vida, sino en que le interese cada vez menos». Este es el verdadero problema, del que probablemente se derivan todos los demás. Por otra parte, como asegura el Calígula de Camus: «No es eso lo que impide a los hombres comer y bailar», divertirse siendo infelices. Kierkegaard añadía: «El barco está ahora en manos del cocinero de a bordo, y las palabras que transmite por el megáfono del capitán ya no se refieren al rumbo [o al objetivo, como nos gustaría decir], sino a lo que comerá mañana».

Por eso, Julián, te estamos infinitamente agradecidos por tu testimonio de hombre, de hombre-hombre y, por tanto, de padre, de maestro, porque eres precisamente testigo en este periodo de gran confusión. Necesitamos profetas de lo humano y creo que solo el tiempo dará razón del valor de tu testimonio. Gracias, en nombre de todos.

Julián Carrón. Gracias a vosotros por esta nueva invitación a compartir el momento que da inicio a un nuevo año, en el que, para ayudarnos a comprender, tendremos que volver a afrontar precisamente el drama de nuestro «yo». Cada uno, al escuchar las canciones iniciales[1], que hablan de este tema tan decisivo desde el punto de vista existencial, ha podido experimentar la discordancia o la correspondencia de lo que escuchaba. Desde el primer instante, estamos inmersos en lo que queremos abordar hoy y durante el año que comienza: comprender cada vez mejor qué somos. Es algo particularmente desafiante en el momento actual.

1.- El miedo al presente

Durante las semanas de verano, mientras pensaba en esta intervención, me llamó la atención un debate en la prensa italiana, paradigmático (para comprender) el tiempo que estamos viviendo. Lo desencadenó un artículo de Michele Serra en la Repubblica, que abordaba el tema del «apocalipsis» actual, de un mundo que «se cierne sobre las personas y escapa a su comprensión».

Serra escribe: «Hay una novedad muy relevante, creo. Y es la soledad sustancial de muchos (¿de casi todos?) ante el mal y la destrucción. (…) Los famosos «puntos de referencia» —el faro en la tormenta, el refugio en la ventisca— parecen haberse desvanecido o desaparecido. (…) ¿A quién preguntar, entonces, «¿y ahora qué hacemos?». ¿Bajo qué gran techo común reunirse para disipar el miedo y reaccionar ante el escándalo, poner en práctica alguna medida de consuelo y remedio?».[2]

Entre los diversos comentarios a su provocación, es significativo el de Marcello Veneziani: «El triste declive, el miedo al presente, el gran temor que recorre el mundo, la infelicidad de hoy» describen «el jugo gástrico del malestar de esta época, ampliamente compartido». Ante este malestar, Veneziani subraya la incapacidad de comprender el problema: «Nos limitamos», dice, «a fotografiar la realidad del momento, sin otra clave de explicación. También por eso la sociedad se hunde en el nihilismo y vosotros atribuís la culpa a Trump, a Musk, a esto o aquello. Sin daros cuenta de la evidente desproporción de los planes, de la diferencia entre el diagnóstico y el pronóstico»[3].

Estas alusiones son solo una de las muchas pruebas de la desorientación en la que nos encontramos, de la desproporción, entre el malestar generalizado —a todos los niveles— y los intentos de hacerle frente. Antes de cualquier respuesta, lo que se nos escapa es la comprensión es la naturaleza del problema.

También lo vemos, en primera persona, en las relaciones con los alumnos, cuando vemos bullir esta dramaticidad e intentamos comprendernos a nosotros mismos hasta el fondo. En este sentido, es esclarecedora la síntesis que nos ofrece una afirmación de Benedicto XVI en Caritas in veritate (75): «La cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica». Al describir la pretensión del «absolutismo de la técnica» —que «cree haber desvelado todos los misterios» y haber llegado «a la raíz de la vida»—, Benedicto hablaba de un mundo que, paradójicamente, ya no reconoce lo humano, ni siquiera roza el problema del hombre, porque falta lo que «revela el hombre al hombre».

También el papa León, en varias intervenciones desde el comienzo de su pontificado y, en particular, dirigiéndose al millón de jóvenes en Tor Vergata, ha vuelto a poner en el centro la cuestión antropológica, es decir, la cuestión de cada uno de nosotros. Como ha señalado en Il Mattino Paolo Pombeni, historiador boloñés, hablando de «un retorno a la primacía de la situación humana sobre la situación social, del misterio del individuo frente a la explicación de las contradicciones históricas». Sin forzar lecturas parciales, Pombeni subraya que el Papa no parte «de la referencia a una gran «doctrina», sino de una experiencia, que es esa necesidad de verdad que lleva al hombre a preguntarse». Es decir, en primer plano está «el problema [que vemos bien, todos los días] de la inquietud del corazón humano»[4].

También Luciano Violante, al comentar el Jubileo de los Jóvenes, subrayó como se impone la «búsqueda de sentido» y «la insuficiencia del mundo físico para responder». Para él, la cuestión era: «¿Cuál es el sentido de la vida? La búsqueda de sentido no solo es cosa de los jóvenes, sino también los adultos [como sabemos]. ¿Qué significa vivir un cambio de época? ¿Cómo nos preparamos?»[5].

Vemos, pues, cómo el problema se nos presenta con especial fuerza, sobre todo en jóvenes artistas o personajes famosos que documentan una experiencia que, por la lealtad consigo mismos, podemos sentir cercana.

Entre los ejemplos más recientes, la cantante Gaia Gozzi, de 27 años, con una carrera en ascenso, cuenta en Instagram sobre sí misma: «Hoy la trinidad diabólica ha venido a visitarme. La sensación de vacío, la ansiedad y la soledad han llegado para quedarse más de lo habitual. (…) En poco tiempo han impuesto su ley, amordazando mi alma y haciéndola rehén». Continúa: «He viajado mucho, tanto por mi país como por el mundo, en busca de una respuesta, una solución, un método que pudiera calmar esta incesante necesidad de llenar la vida. He llegado a los bosques del Amazonas del Estado de Acre (Brasil), a las infinitas extensiones de las playas volcánicas de Islandia, a los húmedos arrozales vietnamitas y, a pesar de haber sumado innumerables experiencias y lecciones a mi bagaje vital, aún no he llegado a una conclusión». Habla de «pequeños placeres momentáneos y subidas de dopamina que pueden convertirse fácilmente en parches inútiles sobre una herida profunda y aún abierta. Este esfuerzo debe respirar, oxigenarse. La ansiedad por resolver un problema es en sí misma el problema. (…) Una aparente resolución que, en forma de «cura», infecta más profundamente (…). La niña que hay en mí solo quiere ser vista, amada, aceptada, buscada. (…) Sin necesidad de hacer, sino simplemente de ser».

No es la única. El rapero italiano Shiva, entrevistado por Le Iene, contaba: «Desde que soy niño siento un vacío enorme dentro. Siempre me he sentido incomprendido… Lo tengo todo. Todo. Dinero, amigos, familia, éxito, pero, de todos modos, siento que me falta algo. Solo soy feliz cuando me distraigo. Por eso siempre me distraigo, como, bebo, grabo, apuesto».

«Te preguntan:

¿Y eres feliz?

En ese momento, sí.

¿Por qué no estás pensando?

Exacto.

¿Y no sabes por qué?

Naces así, simplemente».

 

Es el drama que describe Gaber: «La palabra yo es un grito extraño que esconde en vano el miedo a no ser nadie»[6].

A menudo, el hombre, cada uno de nosotros, encuentra como única salida la huida de sí mismo. Así lo cuenta Steven Basalari. Tiene 32 años, es un conocido empresario e influencer con más de un millón de seguidores. En Instagram escribe: «Después de dos meses viajando por el mundo, entre fiestas, caras nuevas y miles de euros tirados, me encontré ante una realidad que ya conocía, pero que ahora no puedo ignorar. Me repugna la superficialidad generalizada en las relaciones, un vacío enmascarado por la euforia, una carrera continua por llenar el tiempo con nada. He vivido la vida de ensueño que todos desearían, experiencias que deberían haberme hecho sentir vivo, pero que al final solo me han vaciado: he mirado a los ojos a mucha gente, pero en pocos he visto algo verdadero. Este estilo de vida, esta continua distracción, esta búsqueda del vacío me ha hecho perder a la persona que realmente amaba. (…) Debería haberme ido de vacaciones a Cerdeña con mis amigos, ya tenía todo organizado y pagado, pero esta mañana he decidido suspender el viaje. Ya no quiero huir y fingir que esta forma de vida me pertenece (…). No es un rechazo del mundo, sino un retorno a mí mismo. Sé que no soy el único que ha fingido estar bien, que ha puesto una sonrisa de circunstancias, que se ha adaptado a un ritmo que no me pertenecía. Sé lo que significa llenar cada momento para no escuchar el vacío, buscar compañía para no sentir la soledad, perseguir momentos rápidos para no afrontar el lento dolor que se lleva dentro».

Cada uno de nosotros, en las circunstancias en las que se encuentra, puede rastrear todos los intentos de distracción, todos los tratamientos paliativos a los que recurre, así como la asfixia que le provoca el continuo «huir» de sí mismos. Lo menos obvio del mundo es tomar la decisión de no ignorar durante más tiempo el malestar y tener el afecto a uno mismo necesario para hacerlo.

Por eso, cuánta razón tenía don Giussani cuando escribía hace años: «El mayor obstáculo en vuestro camino como hombres es el «descuido» del yo. El primer paso, de un camino humano es lo contrario de este descuido, es decir, el interés por el propio yo, por nuestra propia persona. Un interés que parecería obvio, pero que no lo es en absoluto: basta considerar los grandes vacíos que se abren en el tejido cotidiano de nuestra conciencia y la dispersión que sufre nuestra memoria»[7].

2.- ¿Y yo qué soy?

¿Qué nos dice, pues, la experiencia que vivimos y que estas personas cuentan? Es fácil. Para responder a esta pregunta, el método es sencillo, es lo que estamos haciendo: observar la experiencia, mirar la experiencia. Descubrirse a uno mismo en acción. Me sorprende que incluso uno se canse de huir. «Ya no quiero fingir. Necesito volver a mí mismo», decía Basalari.

Hay quienes, como él, al no censurar esta herida, al no querer huir más de sí mismos, llegan a sentir como algo decisivo el intentar comprenderse a sí mismos. Hay personas que sienten la urgencia de comprender quiénes son y qué quieren.

La experiencia contada por el gran rapero Marracash es un ejemplo brillante de esto: «No tengo ningún amigo que esté bien. Ni uno. Y yo tampoco estoy siempre en plena forma (…). El éxito y el dinero sirven al principio, sirven para sacarte de la nada: cuando marcan la diferencia entre no poder irte de vacaciones y poder hacerlo por fin. Pero, a partir de ahí, se necesita otra cosa. Te necesitas a ti mismo [necesitas tomar las riendas de tu vida]. Necesitas entender quién eres y qué quieres hacer de bueno». Y precisamente alguien que ha tenido esta experiencia puede desafiar a los jóvenes que desean alcanzar lo que él ha alcanzado. «Les daría un Rolex a los chicos y luego les preguntaría: ¿te ha cambiado la vida? Yo lo he vivido, pasé de no tener nada y de pensar que llevaría la misma vida que mis padres, en una vivienda social, a tener el dinero necesario para ser libre. Pero hay un nivel más allá del cual ya no es el dinero lo que marca la diferencia, son otras cosas las que cambian la vida y te hacen crecer. Solo te sientes libre cuando sabes quién eres y qué quieres»[8].

Esta necesidad de conocerse a uno mismo, que como vemos surge de la experiencia de vivir, esta necesidad de no quedarse en las impresiones y en la superficie, late dentro de la persona, como escribe uno de vosotros reflexionando sobre el trabajo realizado juntos el año pasado: «Durante este año, mi primer año de camino de «Sentido Religioso» me ha ayudado a descubrir partes de mí que a menudo quedan en segundo plano en el ajetreo de la vida cotidiana. En particular, he aprendido a detenerme, a escucharme más profundamente y a preguntarme sinceramente qué es lo que da sentido a mis decisiones y qué es lo que realmente importa para ser feliz».

«Nuestro primer interés es, por tanto, nuestro propio sujeto», afirma don Giussani: «Nuestro primer interés es que el sujeto humano [que somos cada uno de nosotros] esté constituido y, por tanto, que mi sujeto humano esté constituido, que yo comprenda qué es y sea consciente de ello. De hecho, eso es lo que está en la raíz de la totalidad de mis acciones»[9], de todo lo que hacemos.

¿Qué impulsa al hombre como hemos visto, a desear comprender, desde lo más profundo de su experiencia? ¿Qué hay en esta situación dramática en la que se encuentra, cuando huir no le sirve y vuelve a sí mismo? ¿Qué queda aún «sano» en el hombre, qué le permite esperar?

3.- La espera

Giussani describió de manera única este «factor» que, a pesar de todo, permanece intacto en el hombre. Como vemos, no fue solo valido en el momento histórico en el que lo dijo, también lo es ahora, cuando las cosas se han complicado aún más: «En el mundo actual, tan desierto de presencia, donde el hombre está tan solo (…) y tan vulnerable (…), en un mundo donde el hombre está prisionero de quien, de cualquier manera, se presenta más fuerte que él, en este mundo permanece, en el fondo, intacta la espera de la salvación [sea cual sea la palabra que usemos, es la espera de ser plenamente nosotros mismos]. Y esto se vive en la medida en la que en un hombre permanece cierta dignidad, permanece cierta originalidad, permanece cierta piedad humana». Porque «cualquiera que sea tu opinión sobre la verdad, esta es inseparable de la espera de que algún día surja —como decía Adorno— «la imagen real de la salvación». (…) La situación en la que vivimos (…) deja intacta en el hombre (…) la ambigüedad melancólica de la experiencia [hay una melancolía dentro de nosotros, como vemos en todos estos autores, compañeros de camino, que hemos citado]; el hombre espera de la verdad de las cosas, sea cual sea la forma en la que la conciba, que surja, a pesar de todo, dentro de la apariencia, la imagen de la salvación»[10], algo que nos haga vivir con nosotros mismos, sin tener que huir.

La espera que, a pesar de toda la confusión, permanece —inextirpable— es el núcleo irreductible del hombre. Es el grito de Miguel Mañara, en la insuperable obra de Milosz: «¡Ah! ¿Cómo colmar este abismo de la vida? (…) ¡Porque el deseo sigue ahí, más fuerte, más loco que nunca, como un incendio marino que lanza su llama en lo más profundo de la negra nada universal! ¡Es un deseo de abrazar las infinitas posibilidades!»[11].

Hoy, precisamente cuando parece que la falta de sentido está consolidada, que el nihilismo ha ganado por goleada, surge con más fuerza el deseo ilimitado de Miguel Mañara, la necesidad irreductible de una satisfacción total, de una plenitud. Esta irreductibilidad es la que no os da paz. Y es precisamente esta irreductibilidad la que desafía nuestra razón.

4.- Irreductibilidad (o misterio del yo): desafío a nuestra razón

Pero, ¿de dónde nace esta irreductibilidad? ¿Qué es esta irreductibilidad que intentamos dominar por todos los medios, cuyo significado no logramos encontrar? Precisamente porque existe la irreductibilidad exige una explicación, reclama un origen. Solemos dar por sentada esta naturaleza nuestra. Los demás seres no perciben esta irreductibilidad, no perciben, por tanto, el vacío, no perciben el aburrimiento. ¿Qué es esta irreductibilidad que llevamos dentro y que nos hace intentar muchas veces resolverla, reducirla, encontrar una respuesta adecuada?

Lo primero que debemos ayudarnos a comprender, para no huir, es que muchas veces «no partimos de nuestra experiencia verdadera [como vemos en los personajes citados], es decir, de la experiencia completa y auténtica»[12]. A menudo tenemos la percepción de que el hombre ya es algo hecho. En cambio, cuanto más vivimos, más emerge lo que somos. Siempre es algo que se revela ante nuestros ojos con una inmensidad que no podíamos imaginar. Pero, a pesar de ello, «identificamos la experiencia con impresiones parciales, reduciéndola así a un muñón», en lugar de «abrirnos en una actitud de espera»[13]. Por eso, cuanto más se toma conciencia de la desproporción estructural de la que habla El Sentido Religioso, de esta irreductibilidad, más se comprende que ningún intento es capaz de dar una respuesta adecuada, como cuando se intenta reducir al hombre simplemente a un objeto de investigación científica. Wittgenstein dice: «Sentimos que, aunque se respondieran todas nuestras posibles preguntas científicas, los problemas de la vida no se verían ni siquiera afectados»[14]. Hoy vemos que todo el progreso científico no puede responder adecuadamente a la cuestión en lo más mínimo. Por lo tanto, si no tenemos esta piedad, esta ternura hacia nosotros mismos para tratar de comprender lo que somos, no podremos comprenderos y mucho menos a los jóvenes con los que nos relacionamos cada día. ¿Por qué? Porque pensamos que conocemos al hombre, pero, como dice Péguy: «La vida de un hombre, una vida humana, como hombre, no es suficiente para conocer al hombre»[15].

Vemos cada vez más este misterio de nuestro yo, «el misterio eterno de nuestro ser», como decía Leopardi, y que Ratzinger describe así: «Lo más propio, lo que en última instancia nos pertenece, es decir, nuestro yo, es al mismo tiempo lo menos propio, porque lo hemos recibido [lo tenemos dentro, ¡pero nos ha sido dado!]. El yo es al mismo tiempo lo que tengo y lo que menos me pertenece»[16]. San Agustín lo expresó de forma aún más tajante, con su genial síntesis: «¿Qué es tan tuyo como tú mismo? ¿Y qué es menos tuyo que tú mismo si lo que tú eres es de otro?»[17].

«En mi vida no he encontrado un misterio más grande que yo mismo»[18], reconoce con rara lealtad el gigante de la literatura Cormac McCarthy en una de sus novelas. ¿Y por qué? ¿Qué es este misterio que somos? Don Giussani lo describe muy bien en El Sentido Religioso, citando a Dostoyevski: «La abeja conoce la fórmula de su colmena, la hormiga conoce la fórmula de su hormiguero, pero el hombre no conoce su propia fórmula». «Porque», continúa Giussani, «la fórmula del hombre es la relación libre con el infinito, y por eso no cabe en ninguna medida y derriba las paredes de cualquier morada en la que se la quiera detener. Las preguntas y las evidencias constitutivas del “corazón” (o de la “experiencia elemental”) son la huella existencial de la relación libre con el infinito»[19].

Si no nos damos cuenta de que cuanto más vivimos, más emerge lo que somos y de cuál es la diferencia con cualquier otro ser, no podemos entender el motivo de nuestro malestar, por qué nada nos basta, y buscamos a tientas algo que luego nos decepciona. Por eso, aquellos que han tenido la audacia de arriesgarse, como Marracash u otros, lo documentan: «Está bien, salí de la nada y ahora tengo todo lo que quería. Pero no encuentro la paz, porque siento la urgencia de comprender quién soy». Esta es la razón por la que estamos juntos y nos proponemos realizar este trabajo, porque sin comprender, como dice Marracash, «quién soy» y «qué quiero», la vida no encontrará paz, ni para nosotros ni para los chicos con los que nos encontramos con todas las dificultades que vemos.

Pero, ¿qué documenta esta desproporción, este hecho de que el hombre, según la expresión de Dostoievski, a diferencia de la abeja o la hormiga, «no conoce su propia fórmula» porque es relación con el infinito?

La relación con el infinito que constituye al hombre dice algo sobre el origen mismo de este hombre.

5.- Nada basta al hombre que sea menos que Dios

Giussani parte de la premisa de que la naturaleza hace fácil al hombre la percepción de las cosas necesarias para vivir. Y dice, en El Sentido Religioso, que entre todas las cosas necesarias «la más necesaria es la intuición de la existencia del porqué, del significado, es la existencia de Dios». En la Apologia pro vita sua, el gran Newman dice que a los 15 años, yendo por la calle, fue fulminado por la intuición de que había «solo dos seres autoevidentes: el yo y Dios». La facilidad suprema para captar la existencia de Dios [para no sentirnos solos con esta desproporción, para comprender su origen y por qué nos ha hecho así] se identifica con la inmediatez en percibir la existencia de uno mismo». Porque no somos una abeja, no somos una hormiga: las hormigas se contentan con ser hormigas, no se cansan. Nosotros, en cambio, no nos conformamos. ¿Por qué? Porque esto documenta Quién nos ha hecho y por qué nos ha hecho. Por eso, «la facilidad suprema para captar la existencia de Dios» coincide con algo que damos por sentado: ¡el hecho de sentir esta desproporción, de sentir este vacío! Porque «Dios [para quien es consciente de esta desproporción] es la implicación más inmediata de la conciencia de sí mismo»[20].

¿Cómo es posible sentir esta desproporción si somos tan limitados? Porque somos creados por Otro, somos creados para la relación con el infinito: Aquel que nos ha creado nos ha creado de una determinada manera para poder llenar nuestra vida de Él. Por eso, con su genialidad, san Agustín dice, dirigiéndose a Dios: «Tú muestras de manera bastante evidente la grandeza que has querido atribuir a la criatura racional», es decir, a ti, a mí. Tú muestras de manera evidente nuestra grandeza, la grandeza de la «criatura racional», porque «a su quietud bienaventurada [a su plenitud] no le basta nada que sea menos que Tú»[21].

6.- Es el tiempo de la persona

Cuando una persona se da cuenta de que toda esta necesidad de plenitud, de que toda esta irreductibilidad no es una condena, sino que se debe a que estamos hechos para el infinito, comienza a ser consciente de que puede salir de la pesadilla de buscar respuestas que no pueden llenar la vida. Y comienza a decidir, a plantearse el problema: «Pero yo, ¿estoy abierto a esta posibilidad? ¿O prefiero seguir a tientas, sabiendo que nada es suficiente «que sea menos que Tú?»».

Cuanto más emerge esto en nuestra conciencia, más comprendemos por qué este es el tiempo de la persona. Porque «cuanto más duros son los tiempos [más nos desafía la vida], tanto más el sujeto es lo que cuenta, la persona es lo que cuenta»[22], dice Giussani. La decisión que la persona toma ante esta cuestión «es lo que importa». Y ahí no hay escapatoria. Es el mayor recurso que tenemos para no sucumbir a la dictadura de quienes quieren burlarse de nosotros, tratando de responder con intentos que ya han resultado fallidos.

Entonces, ¿qué es la persona y qué le da consistencia para vivir el presente con más vigor, menos sacudida y confusa?

«Lo que urge para que la persona exista, para que el sujeto humano tenga vigor en esta situación en la que todo es arrancado del tronco para convertirlo en hojas secas, es la autoconciencia». ¿Qué es la autoconciencia? «Una percepción clara y amorosa de ti mismo [¡cómo nos gustaría tener esta percepción clara y amorosa de nosotros mismos, esta capacidad de abrazarnos a nosotros mismos!], cargada de la conciencia del propio destino [¿por qué estamos hechos? ¿Por qué somos así?] y, por lo tanto, capaz de un verdadero afecto por ti mismo [es difícil encontrar a alguien que tenga este afecto por sí mismo], liberado de la torpeza instintiva del amor propio. Si perdemos esta identidad, nada nos sirve»[23]. Lo confirma la experiencia cotidiana de quienes son capaces de sentir verdadero afecto por sí mismos.

«La autoconciencia representa la novedad de la vida, uno siente la vida nueva cuanto más se da cuenta de quién es»[24]. Y lo documenta alguno de vosotros que, partiendo precisamente de lo que constantemente nos ocupa cuando trabajamos El Sentido Religioso, acepta hacer este camino.

Una de vosotras decía: «Durante el camino de El Sentido Religioso de este año, he tenido la oportunidad de hacer un recorrido significativo sobre mí misma. Las provocaciones recibidas, los textos leídos y los testimonios escuchados han sido instrumentos preciosos que me han permitido encontrar el tiempo y el contexto adecuados para afrontar aquellas preguntas y cuestiones profundas que, a menudo, en el frenesí cotidiano, tiendo a dejar de lado. Me he dado cuenta de que, para un verdadero crecimiento profesional, especialmente en un contexto tan delicado y formativo como el de la educación, no se puede prescindir de un camino personal de crecimiento y descubrimiento. Este camino me ha ayudado a mirar dentro de mí [por fin, sin huir], a reflexionar sobre mí misma [sin miedo], sobre mis límites, sobre mi potencial y sobre el sentido de mi papel como educadora. Algunas intervenciones me han ayudado a retomar mi búsqueda personal de sentido, incluso más allá del ámbito profesional, y han supuesto para mí una especie de «entrenamiento» de la mirada hacia la realidad, hacia los chicos con los que me encuentro a diario y hacia mí misma».

Cuando uno vive esto y lo propone, se sorprende de la reacción de los demás: «Uno de los chicos que más tendía a aislarse durante las clases sobre El Sentido Religioso me confió, en el descanso, que leer los mensajes positivos que le habían llegado [sobre los temas que estaban tratando] le había hecho sentirse querido, mientras que antes siempre se había sentido invisible en clase. En cuanto a la propuesta del camino sobre El Sentido Religioso, siento el deseo de continuar. Este camino no solo me ayuda a vivir de forma más consciente y profunda mi papel de educadora, sino que también me «obliga» a detenerme y a encontrar el espacio y el valor para afrontar esas preguntas existenciales que, por falta de tiempo o por miedo, tiendo a ignorar a menudo».

Por eso, en un momento histórico de desorientación, en el que surge cada vez más la urgencia de conocernos a nosotros mismos, porque estamos cansados incluso de huir de nosotros mismos, ¿cómo podemos descubrir «quiénes somos» y «qué queremos»?

7.- Un acontecimiento

Como hemos visto en las personas cuyas contribuciones acabo de leer, y en muchas otras, «un acontecimiento es la respuesta positiva a la dramática dispersión en la que la sociedad nos hace vivir. Es solo un acontecimiento (…) lo que puede hacer consistente y aclarar el yo en sus factores constitutivos»[25]. Cuando uno comienza a darse cuenta de esto, ve lo que significa vivir la vida, sin huir, sin escapar, sin tratar de esconderse, sino pudiendo abrazarse a sí mismo. La paradoja «que ninguna filosofía y ninguna teoría» puede tolerar es que solo un acontecimiento nos dice quiénes somos: solo el encuentro con una presencia, con una realidad, como la nuestra, podemos comprender los factores de nuestro «yo» de una forma clara y sencilla. «Y esta claridad no puede provenir de nuestra reflexión, sino solo [del encuentro con una realidad] de un acontecimiento»[26] . ¿Por qué? Porque, dice Giussani, «la persona se reencuentra a sí misma en un encuentro vivo, (…) es decir, en una presencia con la que se encuentra y que desprende un atractivo»[27]. Un atractivo significa que provoca vuestro corazón, como documenta Mina en la canción inicial[28]: ¡el encuentro con una presencia que hace estallar el corazón! Es sencillo, es como intuir que, sí, existe, ¡existe aquello para lo que estoy hecho! «Has llegado, me has mirado y entonces todo ha cambiado para mí. Has estallado dentro de mi corazón. Será porque me has mirado como nadie me ha mirado nunca… De repente, me siento viva por ti».

Por eso, el descubrimiento de uno mismo es precisamente el comienzo de esta vida, en la que uno se siente vivo sin tener que huir. Como dice otro de vosotros: «Me quedó claro que lo que había vivido en clase no me bastaba, que las preguntas que se hacían los chicos eran, al fin y al cabo, las mismas que yo tenía y que yo necesitaba indagar más a fondo, antes de acompañarlos a adentrarse en las dinámicas de la vida y en lo que estas provocan. En esta situación, como en muchas otras de la vida, llega «alguien» que parece percibir esta necesidad, esta necesidad de no dejar nada al azar, sino de satisfacer ese deseo que se vuelve cada vez más intenso. Y entonces recibo la invitación para participar en las comidas de los viernes. Tuve que pensarlo; la cuestión era si satisfacer este deseo o dar más voz al temor al «juicio»: como novata, no siempre es fácil acercarse al grupo. Pero entonces [al aceptarlo] se produce un encuentro, se produce un «imprevisto esperado». Sucede que, al escuchar, al confrontarte, al hacer preguntas, al no conformarte con la primera respuesta, comienzas a vivir una experiencia de vida-vida, real y concreta».

O como dice otra contribución, con la que concluyo: «El trabajo sobre El Sentido Religioso es agotador, porque no me permite engañarme a mí mismo, sino que me «obliga» a darme razones. Creo que lo más útil para mí ha sido el reto de enfrentarme a las necesidades más profundas de mi vida cada vez que cruzo el umbral del aula. Tomarme en serio, de hecho, es la oportunidad de descubrir más quién soy y qué hago en el mundo. Ser serio con mis propias preguntas me ha hecho más curioso. Ya no necesito «huir de la vida». Como han contado los chicos: estando juntos podrían encontrar una respuesta, o al menos un camino que poco a poco les ofrezca pistas de esta respuesta. Me emociona ver a chicos que están muy heridos por la vida y que finalmente «empiezan a respirar» (cito sus palabras), o que por primera vez se sienten en «una verdadera familia». Creo que todo esto tiene su origen en empezar a tomarse en serio y no huir de las preguntas últimas que a menudo nos cuestan (y que el mundo nos dice que no consideremos). El resultado es una intensidad y un gusto por la vida sin igual. Como dijo un chico: «Hago las mismas cosas que antes (estudiar, jugar al fútbol con los amigos), pero tienen una belleza y una intensidad nuevas». Espero continuar con este trabajo también el año que viene». Es una oportunidad que se nos ofrece a todos.

 

[*] Intervención en la Fundación San Michele Arcangelo, en Bérgamo, con motivo del encuentro titulado «El yo en acción. Es el momento de la persona» el 28 de agosto de 2025. El encuentro se llevó a cabo con un grupo de personas dedicadas a la educación que hacen un trabajo habitual sobre el libro de L. Giussani, El Sentido Religioso, Ediciones Encuentro, Madrid 2023.

 

[1] G. Gaber, La parola io; E. Tagliaferri, Mandulinata a Napule; Mina, Mi sei scoppiato dentro il cuore.

[2] M. Serra, «Noi davanti allo spavento del presente», la Repubblica, 8/8/2025.

[3] M. Veneziani, «Gli stolti incolpano i governi del declino mentre esaltano la resa dell’umano», la Verità, 10/8/2025.

[4] P. Pombeni, «L’inquietudine per la verità: la nuova sfida della chiesa», Il Mattino, 3/8/2025.

[5] F. Ognibene, «Violante: los jóvenes se hacen preguntas sobre el sentido, la Iglesia sabe escucharlos», Avvenire, 5/8/2025.

[6] G. Gaber, La parola io, de su último álbum Io non mi sento italiano (2003).

[7] L. Giussani, In cammino (1992-1998), BUR Rizzoli, Milán 2014, p. 99.

[8] M. Serra, «La musica è finita, andate in pace», entrevista a Marracash, il Venerdì, 7/3/2025.

[9] L. Giussani, In cammino (1992-1998), op. cit., p. 99.

[10] Ibidem, pp. 43-44.

[11] O.V. Milosz, Miguel Mañara, Jaca Book, Milán 1977, p. 15.

[12] L. Giussani, Il cammino al vero è un’esperienza, Rizzoli, Milán 2006, p. 84.

[13] Ibidem.

[14] L. Wittgenstein, Tractatus Logico-philosophicus 6.52.

[15] C. Péguy, Los tres Misterios, Encuentro, Madrid 2008, pp. 186-187.

[16] J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme, 1982, 158.

[17] San Agustín, In Io. Ev. Tr. 29, 3.

[18] C. McCarthy, Il passeggero, Einaudi, Turín 2023, p. 165.

[19] L. Giussani, Il senso religioso, BUR Rizzoli, Milán 2023, p. 107.

[20] Ibid., p. 179.

[21] Agustín, Confessioni, Sei 1992, XIII, p. 453.

[22] L. Giussani, Un evento reale nella vita dell’uomo (1990-1991), BUR Rizzoli, Milán 2013, p. 39.

[23] L. Giussani, «È venuto il tempo della persona», en L. Cioni, Litterae Communionis CL, n.º 1/1977, 11-12.

[24] L. Giussani, Ejercicios espirituales del CLU, 1976.

[25] L. Giussani, In cammino (1992-1998), op. cit., p. 102.

[26] Ibidem, p. 103.

[27] L. Giussani, El yo renace en un encuentro (1986-1987), Ediciones Encuentro, Madrid

[28] Mina, Mi sei scoppiato dentro il cuore (1966).

 

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