Un Amor que no discrimina

Mundo · Horacio Morel (Buenos Aires)
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3 abril 2014
Se llama Umma Azul y ha sido bautizada en estos días en la Catedral de Córdoba, Argentina. La noticia carecería de toda trascendencia pública si no se tratara de la hija de un ´matrimonio igualitario´, celebrado entre dos mujeres al amparo de la ley sancionada hace casi cuatro años que permitió las uniones entre personas del mismo sexo.

Se llama Umma Azul y ha sido bautizada en estos días en la Catedral de Córdoba, Argentina. La noticia carecería de toda trascendencia pública si no se tratara de la hija de un ´matrimonio igualitario´, celebrado entre dos mujeres al amparo de la ley sancionada hace casi cuatro años que permitió las uniones entre personas del mismo sexo.

Es sabido que cuando el Papa Francisco era Arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de la Argentina, sostenía ya la firme actitud pastoral de no excluir del Bautismo a ningún niño, prescindiendo de toda condición familiar.

Aunque la noticia afecte a la sensibilidad de los más conservadores y de aquellos que sostienen una moral preponderantemente ubicada a nivel subinguinal, la Iglesia nunca negó el agua del Bautismo a un niño por ser hijo de un padre que vive en pecado mortal por evadir sistemáticamente impuestos o tener empleados ´en negro´ (es decir, sin registración legal). ¿Por qué habría de hacerlo en este caso?

En agosto de 2011, el entonces Cardenal Bergoglio decía en la apertura del Primer Congreso Regional de Pastoral Urbana que ´sólo la fe nos libera de las generalizaciones y abstracciones de una mirada ilustrada que sólo da como frutos más ilustraciones. Para poder ver indivise et inconfuse al otro, al prójimo, la fe desea `ver a Jesús`. Si nos situamos en el ámbito de la caridad, podemos decir que esta mirada nos salva de tener que relativizar la verdad para poder incluir. La ciudad actual es relativista: todo es válido, y puede que caigamos en la tentación de que para no discriminar, para incluir a todos, a veces sintamos que es necesario `relativizar` la verdad. No es así. El Dios nuestro que vive en la ciudad y se involucra en su vida cotidiana no discrimina ni relativiza. Su verdad es la del encuentro que descubre rostros y cada rostro es único. Incluir personas con rostro y nombre propios no implica relativizar valores ni justificar antivalores, sino que no discriminar y no relativizar implica tener fortaleza para acompañar procesos y la paciencia del fermento que ayuda a crecer. La verdad del que acompaña es la de mostrar caminos hacia adelante más que juzgar encierros pasados. La mirada del amor no discrimina ni relativiza porque es misericordiosa. Y la misericordia crea la mayor cercanía, que es la de los rostros, y como quiere ayudar de verdad busca la verdad que más duele –la del pecado–, pero para encontrar el remedio verdadero. Esta mirada es personal y comunitaria y crea estructuras acogedoras y no expulsivas. La mirada de amor no discrimina ni relativiza porque es mirada de amistad. Y a los amigos se los acepta como son y se les dice la verdad. Es también una mirada comunitaria. Lleva a acompañar, a sumar, a ser uno más. Esta mirada es la base de la amistad social, del respeto de las diferencias, no sólo económicas sino también las ideológicas. Es también la base de todo el trabajo del voluntariado. No se puede ayudar al que está excluido si no se crean comunidades inclusivas. La mirada del amor no discrimina ni relativiza porque es creativa. El amor gratuito es fermento que dinamiza todo lo bueno y lo mejora, y transforma el mal en bien, los problemas en oportunidades. Estas tres propiedades de la mirada no son fruto de una descripción piadosa sino de un discernimiento que proviene del `objeto` (el Señor resucitado) que contemplamos y de la persona a quien servimos. Un Dios vivo en medio de la ciudad requiere profundizar en el camino de esta mirada´.

Según el Papa, la Iglesia no puede insistir sólo sobre el divorcio, el aborto o los anticonceptivos: no son temas de la misma importancia, ni están desarticulados del anuncio misionero esencial. Hay un modo de insistir en estas cosas que hace perder el perfume del Evangelio, mientras que es de esta propuesta de vida atractiva y fascinante, de la belleza imponente del cristianismo, de donde pueden nacer luego las consecuencias morales. El Papa dice que la Iglesia está en la búsqueda de un nuevo equilibrio, en el cual pueda trasmitir el mensaje cristiano de acuerdo a la situación actual.

Aunque ciertos medios vaticanistas publican la noticia del bautismo de Umma Azul justificándola en la decisión del entonces Cardenal de Buenos Aires de celebrar el Bautismo en carpas instaladas en la vía pública, se trata de supuestos bien distintos. Una cosa es la ya comentada decisión pastoral de no excluir del Bautismo a ningún niño, y otra muy diferente la del modo propiciado en Buenos Aires para facilitar el Bautismo de adultos. Ha sido y es habitual que algunas parroquias de la ciudad y hasta el propio seminario arquidiocesano instalen carpas en las plazas de Buenos Aires, o en el trayecto de la peregrinación mariana a Luján, y que en ellas se imparta una catequesis ´exprés´ y bautizar adultos que lo solicitan sin un recorrido catecumental tradicional. En tales casos, se administra el sacramento y se continúa luego una catequesis ´post-bautismal´, siguiendo el ejemplo del etíope bautizado por el apóstol Felipe en el camino entre Gaza y Jerusalén, cuando después de recibir de boca de Felipe el kerigma y sin ninguna otra preparación el extranjero preguntó: ´Aquí hay agua; ¿qué me impide ser bautizado?´ (Hechos de los Apóstoles cap. 8, 26-39). En una nota de Gianni Valente publicada en 30Días hace tres años, el obispo auxiliar de Buenos Aires Eduardo Horacio García justificaba no sólo en el relato bíblico citado la práctica sacramental comentada, sino también en la intención ´de pasar de una idea de Iglesia como reguladora de la fe a una Iglesia facilitadora de la fe´.

En el caso de los niños, la clave es una mirada de amor que no discrimina. En el caso de los adultos, una decisión pastoral que parte de la evidencia de que la gente ya no frecuenta los templos, aunque por cierto exige alguna profundización mayor para no minusvalorar la trascendental decisión de aceptar a Jesucristo como significado total de la propia vida, expresada en la adhesión a la Iglesia.

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