Ucrania y el vacío de pensamiento

Mundo · Emilia Guarnieri
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9 marzo 2022
Para vivir, necesitamos juzgar la realidad, lo que pasa, lo que somos y lo que hacemos. Necesitamos que las cosas respondan a un sentido.

No importa que sean fáciles o difíciles, agradables o dolorosas, pero deben estar unidas. Hace falta que, entre lo que nuestro corazón desea y el mal que nuestros ojos ven demasiado a menudo, haya algún nexo. La vida no puede ser un revoltijo de piezas de un mosaico que alguien se dedica a desordenar.

La experiencia, incluso en estos días tan dramáticos de guerra, confirma que cuando hay un sentido capaz de mantener unidas las piezas de la existencia, la vida puede afirmarse en cualquier situación. ¿Por qué hay mujeres que podían huir de Ucrania para ponerse a salvo de un país en llamas y han decidido quedarse para compartir la suerte de sus esposos e hijos? ¿Por qué hay gente en Moscú o San Petersburgo que ha salido a la calle para manifestarse contra la guerra, sabiendo que entonces iban a pasar la noche en el calabozo? Porque esos gestos tenían sentido, nacían, tal vez inconscientemente, de un juicio. Eran el grito de una esperanza que se afirma ante cualquier violencia o brutalidad. ¡Porque esperar es un juicio, no un sentimiento!

Esperar no es algo instintivo. “Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza. Que esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor. Sí que es sorprendente”. Si, como dice Péguy, hasta Dios se asombra de que los hombres tengan esperanza, eso significa que esperar es difícil, no es algo instintivo. Pero también Péguy añade casualmente un juicio: “Para esperar hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber recibido una gran gracia”.

Aquí es donde se juega la cuestión, en si hemos recibido esta gracia o no. Porque para esperar hay que introducir un factor más que los que nosotros, “pobres niños”, estamos acostumbrados a mirar. Un factor que no depende de nosotros. El Misterio de la vida y de la realidad. La evidencia de que el mundo y nosotros no nos generamos solos. Que hay algo que nos precede y que nos sigue acompañando.

Reconocer el Misterio como factor de la realidad, eso es un juicio. Pero tenemos a sustituirlo por una avalancha de informaciones de las que nos atiborramos, como si la esperanza de la paz pudiera venir por saber cuántos ataques hay, cuántas intrusiones, cuántas declaraciones y cuáles, o por llegar a entender el porcentaje de error o de acierto que hay en cada una de las partes en guerra. Como pasaba con el Covid. Cuanto más empeora la situación, más nos dejamos invadir por cifras, estadísticas, curvas en aumento o en descenso, con una cadena infinita de expertos desfilando por las pantallas. Las cosas no han cambiado. A los virólogos ahora los sustituyen generales para que podamos seguir las noticias y análisis, que nos llenan cada vez de más miedo y angustia.

Hace unos meses, al cumplir cien años, el filósofo Edgar Morin hablaba en una entrevista de la necesidad de enseñar a los jóvenes el sentido crítico. “Vivimos en una época de vacío del pensamiento”, afirmaba, añadiendo que es urgente una “educación en la problematización, que significa enseñar a interrogarse, a tener la capacidad de hacer preguntas”.

Tal vez ese es el vacío del pensamiento, la debilidad del juicio que no solo nos hace vivir más escépticos y más asustados, sino que nos deja como meros espectadores impotentes frente a una generación de jóvenes a los que les falta “capacidad para mirar al futuro”.

Decir que hace falta juzgar, que faltan razones, que vivimos en un tiempo vacío de pensamiento, parece que suena a que hay que sumar ocupaciones intelectuales. Pero uno de los juicios más formidables que he escuchado es una frase pronunciada por una mujer que no era precisamente una intelectual, que una mañana a principios del siglo pasado, en un pueblecito del norte de Italia, bajo un espléndido amanecer, exclamó: “¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!”. Se llamaba Angelina Gelosa, era la madre de Luigi Giussani. Aquella frase era un juicio tan potente que su hijo siempre recordaría ese episodio como “uno de esos momentos que encierran la clave de toda la vida”. Es de personas así, que si nos fijamos bien todavía hoy existen, de las que podremos aprender a juzgar.

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