Trans: para no hablar en sumerio

Editorial · Fernando de Haro
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19 febrero 2023
Para algunos adolescentes resulta fácil identificar el dato objetivo de la identidad biológica como el responsable de su malestar. Ante este drama solo sirve un acompañamiento que desafié y respete la libertad. Solo sirve el vínculo de una humanidad común.

España tiene ya una ley trans que permite el cambio de sexo sin informe médico. La sola declaración ante el registro civil sirve para llevar a cabo lo que se denomina “autodeterminación de género”. Los menores pueden hacerla a partir de los 16 años sin consentimiento de los padres y, a partir de los 12 años, si el juez lo estima oportuno. Es una ley como la que ha hecho dimitir a la primera ministra de Escocia. El contenido de la norma ha sido rechazado por Reem Alsalem, la relatora de la ONU sobre violencia contra la mujer.

Ha fracasado la operación de contención, de katechontico, para evitar una regulación claramente contraria al bien de la diferencia sexual. La derrota se ha producido después de haber contado con el mejor de los aliados posibles: el feminismo, que se ha opuesto al “borrado de las mujeres”, y los mismos socialistas que están en el Gobierno. En este tipo de esfuerzos es posible contar todavía con el apoyo de la izquierda no identitaria. La derecha liberal no es una buena aliada. Los defensores de más y mejor mercado no están acostumbrados a las cuestiones antropológicas y culturales. El cliente siempre tiene razón. Pero también el feminismo preocupado por la cultura, el que ha hecho una crítica no reactiva e inteligente, ha sido derrotado.

Una vez más se cumple lo que decía Marx en El manifiesto comunista: “todo lo que era sólido se desvanece en el aire, todo lo que era sagrado es profanado”. ¿Y ahora? La mera repetición de la verdad sobre la diferencia sexual y la objetividad de la identidad es prácticamente inútil. Hacerlo es como recitar en sumerio la Declaración de Derechos del Hombre. Solo de la acción fracasada de contención y resistencia no puede salir una respuesta constructiva. Hay que intentar entender.

La disforia (el rechazo de la identidad sexual biológica) se ha disparado en los últimos años. En Cataluña, por ejemplo, ha aumentado un 6.000 por ciento. ¿Por qué ha sucedido esto? Una respuesta sencilla es atribuir el fenómeno a la fuerza de los lobbies trans. Sin duda tienen un papel determinante. Pero es una explicación demasiado sencilla.

Se han escrito ya los primeros estudios que intentan dar respuesta. Algunos investigadores proponen utilizar la expresión “disforia de inicio rápido”. Aportan algunos datos:
más de un 60 por ciento de los adolescentes que quieren cambiar de sexo ha sufrido un desorden mental o un problema neuronal. La mitad de los que deciden cambiar de sexo se aísla de su familia y solo utiliza la información que llega del movimiento transgénero (aquí entran los lobbies).

Estos adolescentes que apuestan por lo trans pertenecen a una generación que sufre mucho. Lo tienen aparentemente todo, pero los niveles de ansiedad y depresión nunca habían sido tan altos. En algunos países los suicidios en esta franja de edad han aumentado un 25 por ciento y las autolesiones se han incrementado un 62 por ciento entre las chicas. Sin esta situación dramática el incendio de los grupos de presión no tendría madera para arder.

Todo el que sufre, lo sabemos, busca un responsable, un culpable de su dolor. Y para algunos adolescentes resulta fácil identificar el dato objetivo de la identidad biológica como el responsable de su malestar. Se sienten como prometeos encadenados a un destino contra el que blasfeman. Es una forma de resentimiento contra sí mismos, contra el ”mundo binario”. Es un dolor torturante, intolerable y es necesario adormecerlo, liberarse de él con una emoción intensa, más violenta, con un afecto desbordado, un afecto que puede ser negativo, que puede ser destructivo.

Es inútil predicar en sumerio. Los padres y madres, los educadores, que viven en esta situación saben que solo sirve un acompañamiento que desafíe y respete la libertad. Solo sirve el vínculo de una humanidad común. Y no siempre eso podrá evitar una decisión irreversible que aumentará la insatisfacción y el dolor. En un caso y en el otro, antes y después, el drama inmenso, la urgencia de felicidad, está esperando una respuesta comprensible, experimentable.

 

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