Tomarse a Dios en serio

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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19 marzo 2024
Ha llegado a mis manos un interesante libro "Tomarse a Dios en serio", escrito por Joan Mesquida Sampol, un funcionario de la Administración balear, con formación jurídica y en ciencias religiosas. El título va acompañado de este esclarecedor subtítulo "La dificultad de creer en un Dios que no alcanzamos a comprender".

Aquí sería oportuno hacerse la consabida pregunta: ¿Creer o no creer? Esta es la cuestión. Sin embargo, ni el sí ni el no sería una solución porque se puede no creer pensando, como hacen algunos, que el cristianismo es una etapa del pasado, superado por la inevitable marcha hacia un progreso en el que el horizonte, y no digamos la meta, hace tiempo que se han difuminado. También se puede creer, pero sin que esa creencia juegue un papel destacado en la vida del cristiano. Se puede ser un “cristiano de domingo”, en expresión de Kierkegaard, y apenas acordarse de Dios el resto de la semana, aunque el “cristiano de domingo” hoy sea una exigua minoría.

El creyente vive en una sociedad en la que la mayoría de los valores morales imperantes son contrarios a sus creencias. La diferencia es que, de momento, no se persigue ni encarcela, y se le trata sobre todo con indiferencia, cuando no con ironía o humor grueso. Si a esto añadimos las divisiones y las percepciones opuestas entre los católicos, el balance, medido siempre en estadísticas, es desolador. Lo fácil es echar la culpa al ambiente sociocultural, a las leyes, a la situación política… Y aquí surge el autoengaño: si esas variables cambian, el cristianismo volverá a ser el de antes, lo que supone idealizar épocas pasadas que no fueron como se acostumbra a pensar. En cambio, Mesquida nos recuerda que el verdadero problema es que los que se consideran creyentes no se toman a Dios en serio.

Tampoco ayudan a ello las imágenes de un Dios “humanoide”, concebido a nuestra medida, cuyos dos extremos, según el autor, estarían simbolizados por el osito de peluche o el Gran Hermano. El Dios domesticado y el Dios riguroso. Además, Mesquida va al fondo de la cuestión cuando reconoce que muchos que se dicen creyentes no leen, ni mucho menos meditan, la Biblia, y en particular el Nuevo Testamento. De ahí se deduce la imposibilidad de llegar al Dios cristiano, y menos aún a Cristo, sin leer la Escritura. Fuera de la Biblia, solo existe el Dios teísta, en expresión del autor, el Dios lejano, que tiene mucho que ver con el Dios de los filósofos del que se hablaba en la Ilustración. La objeción que algunos ponen a la Escritura es considerarla una colección de libros más o menos históricos o claramente de ficción, que pueden ser explicados desde un análisis filológico o literario. Bellos relatos, pero poco más. Sin embargo, la lectura del Nuevo Testamento nos descubre a un Dios de carne y hueso, un Dios bueno y misericordioso, capaz de obrar milagros de curación por amor a los hombres. El Dios indiferente del teísmo ha sido sustituido por un Dios cercano.

El Dios cercano no es precisamente el preferido por la modernidad que centró todo interés en el hombre y en sus ansias de autorrealización. Ese Dios es un obstáculo. En los dos últimos siglos hemos asistido a una exaltación de la autonomía individual que no ha encontrado todavía su meta. Contrariamente a lo que algunos afirman, en el cristianismo siempre se ha hablado de libertad, aunque nunca separada de los fines. En cambio, la libertad de los modernos se caracteriza por estar completamente separada de los fines. Es la libertad del impulso, de elegir entre una cosa y otra. Creo que esto me hace feliz y elijo a voluntad. A esto también se le llama consumismo. Sobre este particular, Mesquida pone un acertado ejemplo: el de un gran violinista que un día decide no seguir la partitura y se dedica, en nombre de su libertad artística, a destrozar las cuerdas. Esta referencia me ha recordado a una premonitoria película de Fellini, Ensayo de orquesta, en la que los músicos de una orquesta se rebelan contra el director y gritan esta consigna: “Sin ti lo hacemos mejor, no queremos director”.

Hay quien prescinde de Dios, pero otros que dicen creer en Él, caen en la trampa del pelagianismo, recordada por el papa Francisco y a la que también se refiere el autor del libro. Es reducir la vida cristiana a una colección de méritos, a un intercambio “comercial” en el que la salvación depende del propio esfuerzo. El resultado solo puede ser un moralismo de corto alcance, en el que el amor tiende a estar ausente. Pelagio no creía en el pecado original y de ahí que cayera en ese voluntarismo en el que asoma un desmedido orgullo.

Tomarse a Dios en serio es una llamada a la maduración religiosa del cristiano, una invitación a la espiritualidad, una llamada al corazón, al encuentro con un Dios cercano y que transmite amor. El libro nos habla mucho de las actitudes del mundo actual frente a Dios, pero también nos estimula a ir más allá. Algunas de las referencias bíblicas citadas puede ser la clave para ir más allá de nuestra comodidad como la parábola del hijo pródigo o el reconocimiento del Dios Juez a lo que hicimos por “nuestros pequeños hermanos”.


JOAN MESQUIDA SAMPOL

Tomarse a Dios en serio. La dificultad de creer en un Dios que no alcanzamos a comprender

149 páginas. 9,49 €

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