Todos somos vecinos de Belén

Editorial · Fernando de Haro
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21 diciembre 2025
Belén es testigo en esta Navidad de 2025 de la extraña y misteriosa condición que viven sus cristianos: cada vez son menos y cada vez son más necesarios.

El árbol de Navidad con sus luces doradas y blancas y con su estrella roja ha vuelto a la Plaza de Manger en Belén. Se ha encendido de nuevo hace unos días con un espectáculo de luz en una fiesta que se suprimió en 2023 y 2024 por la guerra en Gaza. Los taxistas que esperan a los clientes junto a la Basílica de la Natividad, los dueños de las panaderías y de los restaurantes baratos desde los que se ve el árbol pueden disfrutar de un poco de esa alegría que tanta falta hace en el pueblo donde nació Jesús.

Belén, como toda Cisjordania, es víctima de una guerra silenciada. Las barbaridades de Gaza nos han impedido estar atentos en lo que sucedía en los otros territorios palestinos. Cuando en Belén se apaga el árbol y amanece, las tiendas para peregrinos siguen cerradas como los más de 80 hoteles que en un tiempo acogían a visitantes de todo el mundo. No han vuelto. En Belén durante muchas semanas ha faltado el agua que se compra a Israel. Los controles que limitan la libertad de movimientos y el acceso a Jerusalén impiden a más de 100.000 vecinos salir a trabajar. Esos controles ahora también se hacen en sus calles, en el interior del pueblo.

En Cisjordania viven algo menos de 50.000 cristianos, casi todos ellos en Belén, en Beit Jala y en Beit Sahour, otros dos pueblos cercanos que se han unido y forman ya una sola localidad. En Beit Sahour está el Campo de los Pastores, donde la tradición sitúa el anuncio del nacimiento de Jesús a los que cuidaban sus rebaños. Esta Navidad, en Beit Sahour, el canto de los ángeles compite con el ruido de las excavadoras y el movimiento de tierras. Desde mediados de noviembre un grupo de colonos judíos está preparando el asentamiento de Shdema en tierras del municipio palestino. Shdema será uno más de los 18 asentamientos israelíes que forman Gush Etzion, una especie de anillo en torno a Jerusalén levantado en zona ocupada.

Beit Sahour sufrirá pronto, como buena parte de Cisjordania, la falta de libertad de movimientos, una intensificación de la migración y la herida de la desposesión. Una situación que ha empeorado mucho desde que comenzara la guerra. Según Naciones Unidas, 2025 ha sido el año más violento en el territorio desde que hay registros. Las fuerzas israelíes y los colonos han provocado numerosas víctimas mortales, desplazamientos y daños en infraestructuras de familias palestinas.

La presión del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y del ministro de Defensa Israel Katz ha aumentado la legalización de asentamientos. Se está construyendo una nueva barrera que atravesará tierras palestinas en el Valle del Jordán y eso restringirá más aún el acceso a los cultivos.

La agresividad de los colonos judíos contra la presencia de los cristianos palestinos se hizo evidente este verano cuando fueron incendiados el cementerio y la iglesia de San Jorge de Taybeh, el único pueblo completamente cristiano de Cisjordania. Antes del incendio habían aparecido pintadas que decían: “no hay futuro para vosotros aquí”. El Gobierno de Netanyahu no hace nada para impedir estos ataques contra los cristianos. Muchos colonos, como se puede constatar en Jerusalén, han convertido su pertenencia religiosa en una ideología que revindica el control de toda Tierra Santa bajo un régimen confesional que excluye a cristianos y musulmanes.

Belén, con las luces de su árbol y sus tiendas cerradas, es testigo en esta Navidad de 2025 de la extraña y misteriosa condición que viven sus cristianos: cada vez son menos y cada vez son más necesarios. En Cisjordania los cristianos mantienen colegios, universidades y hospitales abiertos. Su presencia no puede apoyarse en los números, cada vez más menguados, ni en una tradición que, por potente que sea, no es capaz de frenar la migración. Las piedras de la Basílica de la Natividad o las del Santo Sepulcro, por muy santas que sean, no son suficientes para sostener el edificio del presente. Ni siquiera la obligación de evitar que los Santos Lugares se conviertan en un museo es motivo adecuado para seguir en Tierra Santa. La situación de los cristianos en Belén es un paradigma de la situación de los cristianos en el mundo: tiempo y espacio son dimensiones radicalmente unidas. Si no nace Jesús ahora los Santos Lugares dejan de ser Santos Lugares en Tierra Santa y en cualquier rincón del mundo.

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