Todos los cálculos errados de Putin&co.

Mundo · Andrej Zubov
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6 marzo 2014
Amigos, la historia se repite. En Crimea viven efectivamente los rusos, ¿pero quién les ha oprimido nunca, acaso eran ciudadanos de serie B, sin derecho a su propia lengua, a su fe ortodoxa? ¿De quién deben defenderles los soldados del ejército ruso? ¿Quién les ha atacado?

Amigos, la historia se repite. En Crimea viven efectivamente los rusos, ¿pero quién les ha oprimido nunca, acaso eran ciudadanos de serie B, sin derecho a su propia lengua, a su fe ortodoxa? ¿De quién deben defenderles los soldados del ejército ruso? ¿Quién les ha atacado?

Enviar fuerzas armadas de un país extranjero a territorio de un Estado soberano sin su consentimiento es un acto de agresión. Ocupar el Parlamento por medio de personas vestidas de uniforme sin señales de reconocimiento es un arbitrio. Que el Parlamento de Crimea vote cualquier resolución en estas condiciones es una farsa. Primero ocupan el Parlamento, deponen al primer ministro sustituyéndolo por otro filorruso, y luego el nuevo premier pide ayuda a Rusia cuando las ayudas ya estaban allí y llevaban veinticuatro horas controlando la península.

Todo esto se parece como dos gotas de agua al Anschluss de 1938. Como el referéndum-plebiscito celebrado un mes después bajo los auspicios de batallones amigos. Entonces fue el 10 de abril, ahora será el 30 de marzo. ¿Nuestro gobierno ha considerado todos los riesgos de esta increíble aventura? Seguro que no. Como tampoco lo hizo Adolf Hitler en su momento. Si lo hubiera hecho, no se habría encerrado en su búnker, en abril de 1945, bajo las bombas soviéticas, ni se habría tomado un frasco de veneno.

¿Y si occidente no se comportara como hicieron Chamberlain y Daladier en 1938, e impusiera un embargo total a la venta de bienes energéticos y congelara las propiedades rusas en sus bancos? La economía rusa, que ya está agonizando, se vendría abajo en tres meses. Y empezarían los desórdenes también aquí, que en comparación con el Maidan parece el paraíso terrenal. ¿Y si después los tártaros de Crimea, que están categóricamente en contra de la anexión con Rusia y que recuerdan muy bien lo que hizo el régimen en 1944 [deportación en masa, ndt] y que no les dejaron volver hasta 1988, si los tártaros de Crimea llamaran a defender sus derechos a Turquía, que tiene su misma fe y su misma sangre? Porque Turquía no está quién sabe dónde sino a la otra orilla del Mar Negro. Y Crimea ha sido turca más tiempo que rusa, al menos durante cuatro siglos. Y los turcos no son los señores Chamberlain y Daladier: en 1974, para defender a sus compatriotas, ocuparon el 40% de Chipre e, ignorando todas las protestas, la mantienen aún con el nombre de República turca de Chipre del Norte, que nadie reconoce excepto ellos. ¿Acaso a alguien le gustaría tener una República turca de Crimea del Sur?

Si además alguna cabeza caliente entre los tártaros empuñara las armas, los radicales islámicos de todo el mundo se unirían a ellos con alegría, sobre todo los del Cáucaso septentrional y los de la Región del Volga. ¿No terminaremos llevando la tempestad de las playas destruidas de Crimiea dentro de nuestra casa? ¿No nos basta con los atentados terroristas que ya sufrimos?

Una vez conseguido que Crimea quede desgarrada por las luchas internas, perderemos para siempre al pueblo de Ucrania: los ucranianos no perdonarán nunca a los rusos esta traición. ¿Acaso pensáis que no sucederá, que el tiempo cura las heridas? No os hagáis ilusiones, queridos chovinistas rusos. A finales del siglo XIX, serbios y croatas se consideraban un solo pueblo, dividido sólo por una frontera, por la confesión religiosa y por el alfabeto. Querían la unidad: cuántos libros hermosos se escribieron entonces, libros hermosos e inteligentes. Y hoy quizá no existan dos pueblos que se odien tanto como serbios y croatas. Cuánta sangre se ha derramado entre ellos, y todo por algún pedazo de tierra, por alguna ciudad y valle donde habrían podido vivir juntos, cómodamente y contentos. Habrían podido, pero no han sido capaces. La codicia de aprovecharse de la tierra del otro transformó a los hermanos en enemigos. ¿Acaso no sucede igual en la vida de todos los días? ¿Vale la pena perder para siempre a un pueblo hermano en nombre de envidias irreales? Por no hablar de que se haría inevitable el cisma en la Iglesia rusa. Su mitad ucraniana se separaría para siempre de la moscovita.

Pero el suceso del Kremlin se transformaría en una derrota aún peor en caso de la anexión de Crimea. Si la cosa llegase fácilmente a buen puerto, llamarían en causa a Rusia también las regiones rusófonas de Kazajistán. Y luego, bien mirado, están también Osetia del Sur, Abjasia y el Kirguistán septentrional. Para Hitler, después de Austria fueron los Sudetes, después de los Sudetes el territorio de Memel, después Polonia, después Francia, después Rusia. Todo comenzó así, poco a poco…

Amigos, debemos volver a mirarnos a nosotros mismos y detenernos. Nuestros políticos están arrastrando a nuestro pueblo en una aventura aterradora. La experiencia histórica nos dice que nada se resuelve de este modo. No debemos comportarnos como hicieron en su tiempo los alemanes que siguieron las promesas de Gobbels y Hitler. En nombre de la paz en nuestro país, en nombre de un auténtico renacer, en nombre de la paz y de la amistad real en los territorios de la Rusia histórica, divididas hoy en muchos Estados, digamos “no” a esta agresión dantesca y, sobre todo, completamente inútil.

Hemos perdido tantas vidas humanas en el siglo XX que el único principio que nos debe inspirar de verdad debe ser la conservación del pueblo, como proclamó el gran Solzhenitsyn. Conservar el pueblo y no recuperar las tierras. Las tierras sólo se recuperan al precio de sangre y lágrimas. ¡Ya tenemos bastante sangre y lágrimas!

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