Todo es gratis, al menos lo importante
El Meeting de Rimini ha hecho un extraño experimento. Ha sentado a dialogar a Luciano Violante, un juez que se metió en política y que lo ha sido casi todo en la vida institucional italiana, y a Javier Padres, un teólogo español especialista en cuestiones dogmáticas. ¿Qué sentido puede tener ese extraño ayuntamiento?
El tema era la justicia y la gratuidad en la vida pública. Y del coloquio ha surgido toda una perspectiva nueva sobre los ya conocidos como fundamentos pre-políticos de la democracia. Según los dos ponentes, a diferencia de lo que sostiene el liberalismo clásico, la vida en común no se sostiene por un concierto de intereses que a través de la mano invisible del mercado convierten el egoísmo individual en bien común. ´Intentad imaginar cómo sería la vida social si no existiesen relaciones de gratuidad´, ha asegurado Prades, provocando a las 5.000 personas que le escuchaban. ´Nos resulta imposible imaginar una sociedad en la que no hubiese relaciones gratuitas´, ha añadido el rector de la Universidad de San Dámaso.
´El problema -ha añadido Violante- es que en Italia como en todos los países occidentales, la ley del capitalismo financiero, según la que todo se contrata y se negocia, se ha impuesto sobre la política, la moral y la religión. Una persona, una familia y una nación se salva afirmando lo que no se compra y lo que no se vende´.
Prades ha señalado que la dificultad del hombre moderno para comprender el valor de la gratuidad tiene raíces profundas. ´En Occidente ha triunfado la idea de que todo aquello que sea gratuito es contrario con la dignidad del hombre adulto´, sostiene el teólogo. Esta incapacidad para reconocer el valor de la gratuidad es consecuencia de una no aceptación de la realidad tal cual es, la realidad es un dato, se nos da. Y el primer don es la propia existencia.
La gratuidad no es, por tanto, un factor marginal de la vida social ni algo opuesto a la justicia. La justicia distributiva no puede mantener cohesionada una sociedad. Es necesaria la reparación, el perdón, la reconciliación. Violante insiste en ello recordando cómo trabajó para solucionar el problema del terrorismo de las Brigadas Rojas. La justicia y la gratuidad están ligadas ´porque son dos expresiones de la experiencia humana elemental, dos exigencias del corazón´, señala Prades.
El teólogo de Madrid indica que la gratuidad no es solo un desinterés sino la capacidad de estar agradecido, de percibir la vida como un bien. El hombre contemporáneo ha percibido con dramaticidad que el mal pone en cuestión la gratuidad. El mal propio y el de los otros. Eso no ha impedido que muchos hombres del siglo XX, laicos y religiosos, hayan percibido que el mal no es la última palabra. Incluso en los campos de concentración hubo personas que miraron la vida agradecidos. Prades ha recordado a Habermas para indicar que el filósofo alemán tiene una posición que hace posible superar ´el atasco´ que provoca el mal propio. Habermas ha confesado que ´la irrevocabilidad del mal causado a los inocentes me produce una nostalgia de resurrección´. Esta apertura hacia una gratuidad última e imposible parece muy conveniente para mantener la sociedad en pie. Lo importante es gratis.