Taylor Swift y el deseo infinito de amar y ser amado

Sociedad · Isabella García-Ramos Herrera
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28 mayo 2024
El huracán de The Era’s Tour llega esta semana a Madrid, trayendo consigo a miles de fans (swifties) a las puertas del Santiago Bernabéu para disfrutar del espectáculo de más de tres horas durante los días 29 y 30 de mayo. Frente a semejante fenómeno, vale la pena preguntarse ¿quién es Taylor Swift para causar tanto revuelo?

Voy a buscar a tres swifties (así se le dice a los fans de Taylor Swift) al aeropuerto. Dos vienen de Venezuela y una de Japón. Veo la fecha del grupo de WhatsApp que creamos para organizar este viaje: junio, 2023. Prácticamente, los preparativos empezaron hace doce meses. La que viene de Japón es la tercera vez que verá el concierto de Taylor Swift este año.

Camino cerca de la Plaza del Sol y veo a una chica con la camisa del The Era’s Tour. Me acerco a preguntarle dónde la compró, en Madrid aún no habían abierto la venta de merchandising. Me dice que la compró en Lisboa, se fue desde Singapur para ver el concierto.

Vamos a comprar la camiseta en las tiendas que han instalado en el Bernabéu y sus alrededores. La fila, solo en el Bernabéu, es desde el Paseo de La Castellana hasta la Plaza de los Sagrados Corazones. Son las 11:00 de la mañana y la venta ha empezado a las 10:00. Las tiendas estarán durante tres días abiertas desde las 10:00 hasta las 20:00, incluso un día abrirán hasta las 23:00. A pesar de lo rápido que avanza –solo en el Bernabéu hay 25 puntos de venta– la fila no parece rebajar su tamaño.

El ambiente en torno al Bernabéu es una mezcla entre aficionados del fútbol, turistas que vienen a visitar el estadio y swifties que le cantan a las cámaras de RTVE o Telecinco para demostrar lo fanáticas que son de Taylor Swift. Hay gente acampando desde el domingo, a pesar de que el primer concierto es el miércoles.

Con nuestra bolsa de merchandising en la mano, le pedimos a una chica que nos haga una foto delante del Bernabéu. La chica accede y nos cuenta que ella y su familia, que también van al concierto, vienen desde la India. Una madre y una hija, desesperadas por encontrar alguien que hable inglés, nos cantan el estribillo de Florida cuando les preguntamos de dónde son.

¿A quién seguiría uno hasta el fin del mundo como estas personas han hecho siguiendo a una cantante? ¿Qué tiene esta joven americana que la gente va detrás de ella de país en país? ¿Por qué la gente hace colas de horas, de días, para ser los primeros en acceder al estadio y poder verla de cerca? ¿Quién es Taylor Swift que hace que tanta gente se comporte así?

El País Semanal la llamó “La jefa” y El Mundo en su suplemento cultural (La Lectura) la calificaba como “la poeta de una generación”. Incluso, este periódico español llegó a compararla con Bob Dylan diciendo que Taylor Swift también podría ganar el Premio Nobel de Literatura por sus canciones. Alguien que esté alejado del fenómeno swiftie podría leer esto como una exageración, pero, debajo de toda hipérbole, siempre hay algo de verdad.

Lo que empezó para Taylor Swift como una batalla legal contra su discográfica, que la llevó a perder el derecho de autoría sobre sus canciones, la hizo tomar una decisión que podría considerarse uno de los mejores manejos de crisis de marca de los últimos tiempos: Taylor Swift volvió a grabar sus álbumes (sus “eras” de ahí viene el nombre del tour) y los relanzó con las dos palabras entre paréntesis que han marcado su trayectoria musical los últimos años: “(Taylor’s Version)”.

Más allá del claro elemento de nostalgia mercantilizada al relanzar canciones con las que los swifties han crecido, tiene que haber algún elemento aún más poderoso para entender esta movilización de tanta gente a estar de su lado en esta pelea (escuchando solo las versiones de Taylor Swift, dejando en el olvido a las originales, y apoyándola aún más desde el álbum Lover (2019) hasta hoy, puesto que ya, a partir de ese año, las canciones comenzaron a pertenecerle enteramente a la cantante).

En una entrevista para El Mundo una fan confiesa que: “su música me sacó de la depresión, fue como una mano tendida cuando nadie me la ofrecía”. ¿Quién es Taylor Swift que puede, sin una relación personal con esta chica, “sacarla de la depresión”? ¿Qué tiene su música para ayudar así a sus seguidores?

La respuesta podría pasar desapercibida porque resulta demasiado obvia, más aún en el caso de Taylor Swift. Desde sus inicios, una de las críticas que más ha recibido la americana es que sus canciones hablan solo de sus relaciones y sus ex novios. Esto, a pesar de que podría reducirla a una artista sin ningún tipo de creatividad y a sus fans a un grupo de chismosos, también deja en evidencia la esencia del fenómeno swiftie. Taylor Swift, en sus canciones, habla del desamor, la soledad, el abandono y el profundo deseo que tiene de ser amada, más aún, de ser amada bien. Algo que comparte con sus fans… Y probablemente con el mundo entero, porque, ¿quién no querría ser amado así?

En su álbum más reciente, The Tortured Poets Department, Swift tiene una canción llamada The Prophecy en cuyo estribillo canta este grito: “Por favor. / Estoy de rodillas. / Cambia la profecía. / No quiero dinero, / solo alguien que quiera mi compañía. / Deja por una vez que sea yo. / ¿Con quién tengo que hablar / para que cambie la profecía?”.

Todas las “eras” de la cantante están marcadas por esto: por el deseo de ser amada bien. Cuando esto no sucede, el desgarro no tarda en aparecer, así como en canciones tan populares como All Too Well (10 minutes version). También surge la posibilidad de creer que ella está mal hecha y por lo tanto no es digna de ese amor, como se puede entrever en la letra de Anti-Hero.

Lo que impresiona es que ni Swift, ni sus fans, renuncian al deseo de un amor verdadero, uno que les haga sentir que “he estado durmiendo en una noche durante veinte años / ahora estoy despierta / y ahora veo la luz del día / (…) alguna vez creí que el amor sería blanco y negro / ahora sé que es dorado (…) / como la luz del día”, como dice la canción Daylight de su álbum Lover.

Sin embargo, para desear este amor, tanto Taylor Swift como sus fans tienen que haberlo experimentado ya, puesto que no se puede desear cosas que no se conocen. Por eso, no es extraño escuchar a los swifties decir que las canciones de Taylor Swift hablan de ellos mismos, de lo que a ellos les pasa. Más de un meme o fotos chistosas en redes sociales describen esto. Por ejemplo, hay una que ilustra las etapas de cualquier persona que se acerca a Taylor Swift. Estas son:

1) Tiene buena música, me gusta.

2) Escribe bastante bien.

3) Esta mujer habla de lo que me pasa y conoce mi corazón como si fuera el suyo y no podré nunca dejar de escuchar su música.

Qué capacidad de atracción tan grande es sentir una correspondencia con algo que se tiene delante. Podría decirse que es una atracción magnética, quien la experimenta prácticamente empieza a perseguir eso que le hace sentirse así, no porque su libertad se vea cuarteada, al contrario, sino porque toda su libertad está volcada en ese sentido, está empleada en esa persecución.

Así, fans de Asia o Latinoamérica viajan a Europa para verla, dejándose una cantidad de dinero importante en el proceso. Se ven swifties comprando más de una entrada para asistir al concierto hasta dos o tres veces, incluso en diferentes ciudades. Otros acampan a las afueras de los estadios días antes de los conciertos y quienes no han conseguido entradas se van a las afueras de los recintos para, aún así, escuchar la música desde la acera de enfrente.

Este efecto de “atracción magnética” que causa Taylor Swift en sus seguidores es la correspondencia entre un corazón y muchos, cientos, miles de otros. Son corazones que, a pesar de todo el dolor, sueñan con este amor verdadero. Son ellos, los que han sufrido, los que más esperanza tienen de cambiar la profecía para conseguir un final feliz. Por eso cantan a todo pulmón canciones como Enchanted donde le piden a su ser amado que no esté enamorado de alguien más. O por eso se saben cada palabra de canciones como I Can Do It With a Broken Heart a pesar de lo recientes que son, porque antes de que Taylor Swift las pusiera en canción, ellos ya las habían pronunciado: estoy destrozado, pero tengo que tirar para adelante. Siento que me muero, pero al mundo solo le importa mi productividad. Habría que preguntarse qué duele más, si la cantidad de personas alrededor del mundo que cantan esto solo porque la canción es pegajosa, producto de una banalidad tremenda, o la cantidad de personas que cantan esto porque se sienten igual.

A alguna swiftie le escuché decir una vez que lo que más le interesaba de Taylor Swift era darse cuenta de que una mujer como ella, con toda la fama y fortuna que ha acumulado, aún así, se muestra humana como sus fans. Que no es ella la única que crece de álbum en álbum, los swifties también.

Fotos: Paolo Villanueva

Lo que ha hecho Taylor Swift es impresionante. Sí, sorprende toda la estrategia de marketing y la capacidad que tiene para seguir facturando millones de dólares. Tanto es así que algunas universidades americanas ya presentan cursos en sus escuelas de negocio o marketing donde Taylor Swift es el principal caso de estudio. Pero lo que realmente asombra es el efecto que ha causado en sus fans.

Sabiendo todos que Taylor Swift tiene un corazón que grita por este amor que le corresponda, y sabiendo todos los swifties que sus corazones están hechos para lo mismo, la manera en la que se comportan habla de un mundo  imposible y, sin embargo, se vuelve posible delante de nuestros ojos, llenando las portadas de los periódicos. Gente que se pasa horas haciendo pulseras (“brazaletes de amistad” o friendship bracelets, las llaman los swifties) para intercambiar con los desconocidos que, como ellos, irán al concierto. Gente que, por redes sociales, ponen de acuerdo a estadios enteros para organizar las “sorpresas” que le darán a Taylor Swift las noches de los conciertos (iluminar todo el público con un color en particular usando sus móviles, o cambiar un pedazo específico de la letra de una canción cuando la canten a todo pulmón). Gente que, al final, no solo quiere ser amada, sino que también quiere amar. Gente que no solo quiere que le den friendship bracelets, también quiere regalarlos. Gente que no solo quiere escuchar a Taylor Swift cantar, sentados hieráticamente en un asiento de un estadio, quieren también devolverle algo a Taylor, así sea un color o un grito al unísono.

Qué necesidad tan grande de amar y de ser amado tiene el corazón de Taylor Swift y los corazones de toda esta generación –y los del mundo entero, me atrevería a decir– que son capaces de hacer posible cosas que parecen imposibles: es imposible que alguien viaje desde la otra parte del mundo a verte sin conocerte, y sin embargo, vienen. Es imposible que alguien quiera verte más de una vez a pesar del dinero que le cuesta, y sin embargo, compran cada entrada. Es imposible que alguien espere días para verte de cerca por menos de cuatro horas, y aún así, hay gente acampando. Es imposible que la gente quiera gritar tu nombre a todo pulmón, y aún así, lo hacen. ¿Qué clase de amor es este? ¿Qué ha hecho Taylor Swift para que la quieran así?

No ha hecho nada más que hablar con la verdad en la mano. Lo que ha hecho fue mostrar su corazón roto que grita por cambiar la profecía de la soledad, el abandono, el dolor, deseando que llegue el amor que brilla como la luz del día. Y los swifties la han escuchado atentamente, porque han conseguido a alguien que canta, en sus canciones, las palabras que ellos no pueden o no saben pronunciar.

Todo este amor, exagerado para unos, descabellado para otros, o con todo el sentido del mundo para los fans, surge porque hay una presencia concreta que habla de la verdad que a todos les interesa: hay una voz que canta en inglés americano sobre corazones rotos que, como todos, sueña y grita por un amor verdadero.

Cuando todo esto se haya acabado, cuando los más de 50 trailers que ha traído la cantante se hayan ido, cuando ya no quede más confeti que recoger en el Bernabéu, pienso en los swifties reunidos en Madrid y, conociéndolos como les conozco, sé que más de uno, incluso aunque no haya pasado el primer concierto, ya está deseando que no se acabe. Y pienso que estos son los mismos swifties que, como tantos otros, se han dejado arrastrar, desde cualquier parte del mundo, por esa “fuerza magnética” de una presencia atractiva como lo es la voz de esta cantante americana de 34 años. Una que canta, que grita, que desea lo mismo que todos los swifties, lo mismo que todos nosotros: que su vida no sea un constante hacer las cosas con el corazón roto, que no sea un constante sentirnos como monstruos y anti-héroes, sino que exista una luz de día que cambie, para bien, la profecía. Que exista un amor que dure mucho más que el The Era’s Tour, vamos, un amor que dure para toda la vida.


Lee también: Hombres comprometidos con la propia humanidad

 


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