Sorrentino y el fantasma de Leopardi

Cultura · Cecilia Ricci
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4 marzo 2014
Tras semanas de anuncios, previsiones y premios – entre ellos el EFA y el Globo de Oro – llegó también puntual a su cita el Oscar como mejor película extranjera a La gran belleza. ¿Pero qué es lo que se premia en esta película?

Tras semanas de anuncios, previsiones y premios – entre ellos el EFA y el Globo de Oro – llegó también puntual a su cita el Oscar como mejor película extranjera a La gran belleza. ¿Pero qué es lo que se premia en esta película?

¿El retrato despiadado y muy realista de una alta burguesía romana perdida entre el lujo desenfrenado y el vacío de rituales festines a base de sexo y cocaína? ¿O el corazón herido de Jep Gambardella, su conmovedora búsqueda de la Belleza, de un sentido último que ponga fin a su miseria y lleve a cumplimiento su espera? ¿O más bien la falta de una respuesta que satisfaga plenamente su sed de verdad, la ausencia de un encuentro real capaz de abrazar la nostalgia feroz de significado de Jep y de invertir la marcha de su camino?

La sombra de un fantasma gira alrededor de toda la película. Y no me refiero a la de Federico Fellini sino a la de Giacomo Leopardi. Nadie mejor que él relató en A su dama el drama de la búsqueda en vano de la Belleza, el cruel deseo de algo que permanece siempre desconocido (Poder mirarte viva / mi corazón no espera / (…) Mas no hay cosa / que aquí se te asemeje, y aunque alguna / recordase tu rostro, nunca fuera / en actos y en palabras tan hermosa).

También la vida de Jep Gambardella, que durante años se arrastra entre una pista de discoteca al aire libre y la búsqueda continua de un aturdimiento que soterre la conciencia de su miseria, que arde por una espera inexorable. En un breve e intenso diálogo con una monja, Jep confesará la razón última que le animó, muchos años atrás, a interrumpir su actividad como escritor: “Buscaba la Gran Belleza pero no la encontré”. Ni siquiera el recuerdo nostálgico de un amor juvenil, su única experiencia de incontaminada pureza, ya cristalizada en el pasado, puede responder plenamente al grito de Jep.

Así, tras las incrustaciones y los falsos esteticismos de la sociedad postmoderna, Jep comparte la misma y dramática conciencia que Leopardi (No poder estar satisfecho con ninguna cosa terrena, ni siquiera con la tierra entera (…) todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo – Zibaldone). El corazón herido de Jep es lo que, tal vez, da valor a la película, salvándola del propio Sorrentino y de sus intentos narcisistas y autocomplacientes de representar la conciencia del vacío.

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