Sorpresa y producto

Editorial · Fernando de Haro
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25 diciembre 2023
Ante lo complejo, ante lo misterioso, buscamos sistemas suficientes que nieguen o justifiquen el mal. Bassam y Rami, con sus dos historias particulares, ponen de manifiesto que el mundo no se mueve por leyes necesarias.

Bassam Aramin vive en Jericó. Pero me dice que va a ser muy difícil que pueda llegar desde Jerusalén hasta la ciudad de Zaqueo. Así que nos citamos en el check-point de Beit Yala. Entró en Cisjordania a pie, el control está cerrado. Bassam me recoge con su coche. Bassam es palestino. En su juventud recurrió a la violencia y pasó varios años en las cárceles israelíes. Después se convenció de que la lucha armada no podía solucionar nada. Conoció a Rami el Hanan, un israelí que vive en Haifa y que había perdido a su hija por el atentado de un terrorista yihadista. Nunca pensó que le podía ocurrir algo semejante a lo que le había pasado a Rami. Pero en 2007, cuando su hija de 10 años salía del colegio, un soldado israelí le disparó en la cabeza. Bassam, como Rami, quedó huérfano de hija. Me cuenta que fue un golpe duro, que “estaba muy enfadado y que sigue enfadado”. No hay que quitarse de encima ese enfado. Otra cosa es que el dolor necesariamente tenga que transformarse en ira y en venganza. “Aunque matara a todos los judíos o a todos los musulmanes -señala Bassam- no recuperaría a mi hija. Generaría más víctimas que buscarían venganza”.

Las palabras de este palestino tienen un valor especial cuando ya hay 20.000 muertos en la Guerra de Gaza. Bassam, con Rami, al que llama su hermano, impulsa una asociación denominada Círculo de Padres. Su objetivo es librarse de un pasado doloroso.

Termino de hablar con Bassam, vuelvo a Jerusalén, y me doy cuenta de la conversación excepcional en la que he participado. Los atentados del 7 de octubre y la reacción desmedida de Netanyahu no se pueden explicar fácilmente con un esquema ideológico. El terrorismo no se explica por el contexto en el que viven los palestinos, la respuesta de Israel no se explica por su historia y mucho menos por su necesidad de seguridad. Ante lo complejo, ante lo misterioso, buscamos sistemas suficientes que nieguen o justifiquen el mal. Bassam y Rami, con sus dos historias particulares, ponen de manifiesto que el mundo no se mueve por leyes necesarias.

Habitualmente vivimos rodeados por lo que hemos producido. Nos concebimos en función de lo que hemos hecho. Cuando utilizamos los medios adecuados alcanzamos los fines buscados. Si somos guapos es porque hemos pasado muchas horas en el gimnasio, si somos ricos es porque hemos estudiado mucho y elegido bien nuestra profesión. La relación entre Bassam y Rami, el hecho de que su deseo de justicia no se haya convertido en deseo de revancha, no es algo que hayan producido. Los factores antecedentes no explican lo que se les ha dado. Después de haber perdido a sus hijas, les ha nacido un nuevo hijo, un nuevo niño. El nacimiento de un niño es la muestra más clara de la desproporción entre los medios utilizados y el resultado obtenido.

Esto que se cumple en todo nacimiento, alcanza su culmen cuando un “Niño se nos ha dado”. Un Niño se nos sigue dando, el reto es aceptar la sorpresa que genera, renunciar a interpretar lo ocurrido como la expresión de una historia que se comporta siguiendo leyes inexorables. Bassam y Rami podrían haber sido dos padres que siguieran la ley de la naturaleza, la ley de la acción y de la reacción ante la injusticia. Los dos, sin embargo, han aceptado el dato de su mutua relación como algo imprevisto, no estaba de ningún modo escrito. El Niño se nos sigue dando, el problema es nuestra casi irremediable inclinación a convertir la sorpresa en producto.

 

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