Son personas

Censurar el aspecto religioso que la propia vida del hombre trae consigo ha tenido y tiene consecuencias. En el deporte se experimenta la presencia de falsos ídolos. Y, en el fútbol, esto se hace patente. Allí encontramos nuevos profetas, santos y templos; hacemos del juego un hecho sagrado. Pero no, el mejor jugador del mundo puede estar cuatro jornadas sin marcar y otro de los grandes puede estar triste. Y ¿por qué no? Un equipo que ha practicado un fútbol muy bello, hoy se encuentra con que le cuesta más elaborarlo de esa forma. Pues claro, no son robots que repiten de forma mecanizada movimientos. Parecen hechos obvios pero parte de la sociedad camina desconcertada.
El pasado domingo al acabar el partido en el que estaba trabajando me acerqué a un par de futbolistas para entrevistarles y sucedió algo sencillamente natural. El árbitro acababa de pitar el final y allí estaba yo para palpar las sensaciones y encontrar respuesta a lo sucedido durante el partido. Sin querer ser hiriente ni faltar el respeto, mi pregunta fue malinterpretada: “Hay que animar un poquito más al equipo y no estar rajando” – me respondió el segundo. Se hizo el silencio en mí y, hasta pasadas unas horas, no entendí del todo que había sucedido.
Una respuesta que puede estar cargada de un contexto que ahora no viene a cuento, mostró de forma sencilla que el deporte está hecho por personas. Detrás del chico que luce indumentaria futbolística y rostro abatido, hay una persona. Hay que entender ese gran factor determinante de la acción: personas y no pequeños dioses. Personas que aman, sufren y se equivocan como todo hijo de vecindario, adosado o chalet.
Asistimos a una mala interpretación del deporte que genera confusión. El juego es un hecho cultural que nació para unir, para mejorar la vida. Hoy, hemos perdido de vista ese punto y le pedimos al deporte cosas que no puede darnos. Pero no olviden el factor más decisivo: son personas.