Sin simpatía por el presente todo está perdido

Editorial · Fernando de Haro
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6 abril 2025
Una crisis se convierte en oportunidad a condición de que se parta de la realidad tal y como se nos presenta.

Una crisis, un problema o una nueva necesidad pueden ser una oportunidad. No lo son de modo automático, hacen falta algunas condiciones. El que afronta la crisis, el problema o la necesidad no puede quedarse anclado en las imágenes del pasado. No puede emplear ni un segundo de sus energías en lamentarse por la pérdida de un mundo donde las “cosas se hacían bien y todo estaba en su sitio”. No puede perder la simpatía que merece el presente, por mínima que sea, a base de quejarse porque la historia haya tomado “el camino equivocado”. Una crisis se convierte en oportunidad a condición de que se parta de la realidad tal y como se nos presenta.

Esto vale para el ámbito personal y es también un criterio útil cuando se trata de afrontar retos históricos, geoestratégicos o económicos. Retos con los que nos desafían en los últimos años, meses, días, horas.

La última crisis, el último problema, es el provocado por la guerra comercial que Trump anunció la semana pasada contra todos los productos que compra Estados Unidos a otros países. El presidente republicano, que llegó a la Casa Blanca en gran medida por el malestar generado por la inflación, parece empeñado en conseguir que los precios en su país se disparen y que la economía sufra un parón. Los productos que Estados Unidos compra fuera de sus fronteras no se pueden sustituir fácilmente (probablemente nunca podrán ser sustituidos) por productos de fabricación nacional. Trump lo sabe y, a pesar de todo, parece dispuesto a provocar un desastre si los ingresos de los aranceles le permiten bajar impuestos. Se trata de ganar apoyo popular a toda costa.

Europa y el mundo entero se enfrentan a la necesidad de vender en otros mercados. El proteccionismo comercial siempre es malo para el crecimiento económico, para el bienestar de la gente. En pocas semanas la UE ha tenido que afrontar el reto de reforzar su seguridad y el reto de perder a su mayor socio comercial (la UE vende a Estados Unidos el 20 por ciento de lo que produce).

Los padres fundadores de la UE supieron utilizar un método que sigue siendo muy útil para afrontar una crisis como la que tenemos encima. También en los años 50 del siglo pasado, cuando Europa acababa de salir de la II Guerra Mundial, había problemas de seguridad y problemas económicos.

Robert Schuman, uno de esos padres fundadores, explicaba en el 1957 que “el hombre político que ha de afrontar problemas de una novedad y complejidad extraordinarias se deja guiar más por su experiencia y las constataciones que hace en ese momento que por los recuerdos de un pasado ya lejano o por meditaciones sobre el futuro”. Y añadía: “desde el principio nos han guiado a la vez, una inspiración noble de la que no nos avergonzarnos y un realismo pragmático que nos mantiene apegados a la tierra”.

Lo que vale para el hombre político vale para cualquier hombre. Todo lo que no sea realismo y experiencia nos saca de las circunstancias en las que vivimos, único lugar donde puede florecer la esperanza. Lo que Schuman llama “recuerdos de un pasado lejano” (proyecciones de nuestra frustración) o “meditaciones sobre el futuro” son tijeras que cortan el vínculo con la realidad, sueños basados en proyectos de sociedades y vidas supuestamente perfectas. Pero ni la vida ni la historia funcionan así.

La vida y la historia avanzan cuando necesidad y problema se convierten en motor de cambio. La  necesidad es la chispa que nos pone en movimiento, nos hace buscar  soluciones, reconocernos en el mismo camino que los otros, voten al extrema derecha, a la extrema izquierda o al extremo centro.

Los problemas nos hacen formularnos preguntas y las preguntas nos sacan de nuestra soledad. A veces pensamos que las únicas respuestas válidas son las que se concretan en enunciados claros y distintos. Y esas son las menos interesantes. Preguntarse es ya empezar a responderse porque hacerlo nos pone en relación con las personas, con las cosas, con lo que ya teníamos y no habíamos visto, con lo que ya sabíamos pero habíamos abrazado sin afecto, con la realidad que no hacemos y de la que dependemos. La pregunta es una profecía de dependencia.

Un ejemplo. Pregunta: ¿Qué puede ayudarnos a convertir la guerra comercial en una oportunidad para Europa? Respuesta: integrar más el mercado de la UE, como dice el informe Draghi (que no nos hemos tomado en serio). Respuesta: invertir juntos en sectores competitivos como el tecnológico. Sabíamos que esa era parte de la solución, pero sin problema ni hubiéramos adquirido una claridad rotunda sobre la conveniencia de estar “más juntos” ni  la energía para ser más Europa.

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