Simón: ¿por qué frente a tanto mal surge tanto bien?
*Artículo libre de spoilers
“Pensé muchas veces en que, si yo hacía esta película, probablemente no podría volver al país” dijo Diego Vicentini, el director de la película, en una entrevista. Porque la película trata sobre las consecuencias que los venezolanos tuvieron que afrontar después de participar en las protestas antigubernamentales de los años 2014 y 2017.
Esta película, arrolladora y no apta para sensibles, es, sin embargo, más que necesaria. No solo porque logra poner en imágenes cosas que los venezolanos han vivido y que muchas veces no consiguen explicar con palabras, sino también porque plantea preguntas verdaderas y fundamentales para la experiencia humana de cualquiera.
¿Podemos encontrar un hogar en otra parte?
La película comienza con Simón, el protagonista, haciendo lo que puede para vivir en Miami, Florida, Estados Unidos. Ha tenido que huir del país después de haber sido encarcelado por su participación en las protestas en contra del gobierno venezolano. Viviendo en Miami como puede, a Simón lo carcome una pregunta: ¿Pedir o no pedir asilo político? ¿Quedarse en Estados Unidos o volver a Venezuela?
Para cualquiera que no ha estado en esta situación, parecería que es una pregunta con una respuesta fácil: Hay que aprovechar la oportunidad de empezar otra vez en un lugar donde nadie te persigue.
Pero no es tan sencillo escoger tu propio bienestar cuando has dejado atrás a todo un país que, como tú, también tiene el derecho a una mejor calidad de vida. ¿Soy un egoísta y un cobarde por haberme marchado, cuando tantos otros se quedaron?, es la pregunta que, al menos una vez, le ha pasado por la cabeza a los 8 millones de venezolanos que han migrado.
Cuando tú te has salvado pero otros siguen presos o han muerto, te preguntas: ¿Por qué yo sí y ellos no?
Todo esto mientras aprendes a vivir en un lugar al que, en principio, no perteneces. Acostumbrarte a una nueva ciudad, a sus calles, a sus ritmos de vida, a sus costumbres y a su gente. Acostumbrarte a que allí, probablemente, no tienes a nadie con quién contar. Acostumbrarte a que allí probablemente te vean como un intruso. Acostumbrarte a que allí tendrás que vivir con un pasado a cuestas que, probablemente, te será muy difícil de explicarle a otros.
Que la soledad no se cuele en un momento así es prácticamente imposible. Solo una presencia concreta y verdadera es capaz de realizar semejante milagro.
A todos los que no son venezolanos les digo que, si bien es una película difícil, dura, que te deja con mal cuerpo y con muchas preguntas, realmente me gustaría que la vieran por una razón, por el personaje de la actriz Jana Nawartschi: Melissa.
Asomarse a un conflicto tan crudo y difícil de entender por todas las aristas políticas, económicas, sociales que contiene, es complicado para quién no lo ha vivido, y sin embargo, Melissa lo hace. Esta estudiante de derecho en Miami quiere ayudar a Simón a poner sus papeles en orden para la solicitud de asilo. Lo más difícil es el papel que juega el testimonio de Simón en todo esto. Necesitan, explica Melissa, pruebas suficientes para demostrar que él es un perseguido político. Pero, ¿cómo le puede explicar Simón a Melissa que, lo que lo persigue, más que el régimen, es su pasado?
Entre más se abre Simón con Melissa, entre más le cuenta su experiencia, Melissa más se involucra en la lucha silenciosa que es, para Simón, sobrevivir al pasado que le acosa en un lugar donde parece que todo está en su contra. O peor, que está en un lugar donde hay una profunda indiferencia hacia su persona. Total, es un inmigrante más, una estadística más, un número más. Pero para Melissa no. Melissa ayuda a Simón a levantar cabeza, a salir del mar en el que se ahoga.
¿Por qué Melissa se interesaría en alguien como Simón? Es decir, si se mira de la manera más fría, es una persona con la que no tiene ningún tipo de relación, no vienen del mismo lugar ni de la misma cultura, ella maneja muy poca información sobre el drama que Simón ha atravesado… Y sin embargo, sucede. Sucede que hay algo en Simón que Melissa no puede –y no quiere– ignorar. A medida que avanza la película vemos los extremos a los que Melissa llega para ayudar a Simón y nos preguntamos: ¿Por qué lo hace? Y, ¿quién se movería así por mí?
A todos los venezolanos que están fuera del país, lo que más les deseo es que encuentren a sus Melissas donde sea que estén. Y a las personas de otras nacionalidades que han recibido a venezolanos como colegas, compañeros de trabajo, amigos, hasta casi adoptarlos en sus familias, quiero darles las gracias. No saben, no pueden saberlo y tampoco deseo que entiendan a plenitud –porque implicaría haber vivido en carne propia las experiencias que todo este pueblo ha padecido– la gracia, el regalo, que es tenerles. Si alguno quiere acercarse a entender por qué los venezolanos son tan agradecidos con sus amigos de otras nacionalidades, tan afectuosos, tan efusivos hasta parecer exagerados, vean la película y sepan que han sido las Melissas de más de un náufrago que, sin ustedes, se habría ahogado.
¿Tiene sentido sentirse culpable por ser feliz?
Este es el único spoiler que haré: la escena más feliz de la película es la más dramática de todas. No dramática en el sentido de tensión narrativa, sino como la que más sacude a quién entiende lo que realmente pasa en esa escena.
Es una escena muy sencilla: Melissa invita a Simón a irse de fiesta con ella y Simón accede. Estando en la discoteca, Melissa empieza a bailar, Simón al comienzo no parece tener ganas pero, finalmente, le sigue el juego y terminan bailando juntos.
Es, probablemente, la primera vez en la película –y esto es después de una hora de cinta corriendo– que vemos a Simón realmente feliz. Por primera vez, no hay pasado que lo atormente, no hay dolor que lo aqueje, no hay duda que lo carcoma. Simón está feliz. Y está feliz en Miami.
No contaré lo que sucede después, pero el nudo en la boca del estómago es para que nadie pueda respirar tranquilo. Simón se enfrenta a una pregunta peor que la anterior. Es feliz, sí, es cierto, es posible, ha visto que realmente puede ser feliz allí, y sin embargo… ¿Cómo?
“Los venezolanos también tienen derecho a ser felices” me dijo una amiga después de ver la película. Parece lógico que, después de tanto daño, lo que más merezcan es ser felices, que les dejen en paz. Y sin embargo, a todos se les podría colar en el corazón la sensación de que no merecen ser felices mientras haya otros, como dirían en Venezuela, “pasando trabajo”, es decir, pasándolo mal.
Por eso el drama de esta escena: ¿Cómo se puede ser feliz cuando otros sufren? ¿Cómo se puede ser feliz cuando todo lo que has hecho para salvarte y a los tuyos parece que ha sido en vano? ¿Cómo se puede ser feliz cuando tú has sufrido tanto, que parecería casi irresponsable olvidar el dolor de lo que has sufrido? Y sin embargo, ¿por qué reconocemos que estamos hechos justamente para esto? ¿Por qué no podemos hacer otra cosa que siempre buscar nuestra felicidad?
¿Por qué nos cuesta ceder ante el mal?
Toda la película se basa en el presente de Simón en Estados Unidos y los “flashbacks” de su pasado en Venezuela, mientras, con la ayuda de Melissa, reconstruye su historia para el expediente que debe entregarle a las autoridades de migración. En este juego temporal, Simón recuerda sus días preso en Caracas y la relación que estableció con sus carceleros y los otros reos.
Más allá de la dura experiencia que le tocó vivir, lo que resulta interesante es una escena en la que se plantean dos escenarios posibles para Simón: ceder ante una propuesta que él reconoce como cómoda pero mala y el no ceder, lo que implica complicarse la vida pero con la certeza de que hizo lo que sentía que tenía que hacer.
Frente a esta escena, la pregunta inmediata es: ¿Qué hubiese hecho cada uno de nosotros en su lugar? Y si profundizamos, ¿por qué reconocemos que, frente al mal, lo primero que sale en nosotros es una resistencia ante él? ¿Por qué nos sacuden los abusos del poder? ¿Por qué, si después de tanto daño y de ver lo que otros son capaces de hacer, no nos sale ser sumisos y obedientes? ¿Qué tenemos dentro que se rebela contra todo esto?
Es fácil decirlo desde la butaca del cine o el salón de casa mirando la pantalla, pero cuántos conocemos que han estado en situaciones más o menos parecidas y nos da tranquilidad saber que no todos ceden, a pesar de las consecuencias. ¿Qué hay en nosotros, como personas, sin importar edad, sexo, origen, ideología, que todos tenemos la misma exigencia de justicia? ¿Por qué todos, frente al mal, lo pensamos mucho y no nos quedaríamos tranquilos si obedeciéramos al final, por más que se esté coaccionado?
En algún lugar leí a alguien que decía que “entre más estaba frente al mal, menos lo entendía”. Después de tanto mal, después de tanto sufrir, cuando tienen todas las razones para dejarse corroer por el rencor, me pregunto cómo es que entre los venezolanos aún hay tanta gente buena.
¿Somos unos tontos por albergar esperanzas?
Dostoievski, en su libro Los demonios, escribía que:
“La sola idea constante de que exista algo infinitamente más justo y más feliz que yo me llena totalmente de desmedida ternura y de gloria, sea yo quien sea, haya hecho lo que haya hecho. Para el hombre, bastante más indispensable que su propia felicidad es saber y creer en todo momento que existe un lugar donde hay una felicidad perfecta y calma para todos y en todo… En esto se resume toda la ley de la existencia humana: en que el hombre pueda inclinarse ante lo infinitamente grande. Si los hombres se vieran privados de lo infinitamente grande, ya no podrían vivir y morirían presos de desesperación”.
En un momento de la película, Simón y sus amigos en Venezuela discuten sobre la poca o mucha probabilidad de éxito que ellos, como estudiantes, tienen de hacerle frente a los militares. Quién tiene más poder, quién tiene más apoyo, comentarios van, comentarios vienen… Y sin embargo, ninguno de los personajes abandona la idea de la posibilidad de un cambio. ¿De dónde nace esta esperanza? A pesar de todo lo que han padecido, aún pueden cantar cumpleaños, bromear entre ellos, reír. ¿De dónde sale toda esta alegría?
El final de la película es demoledor, y sin embargo, no podía terminar de otra forma. No lo contaré, pero lo que sí me sorprende es que, como en Los demonios de Dostoievski, dentro de algo que parece doloroso hay un atisbo de esperanza. Dentro de la noción de que se ha perdido la batalla, se vislumbra la posibilidad de que no sea la última contienda. Dentro de la última frase que dice Simón y expresión de su rostro cuando cae en la cuenta de lo que ha dicho, también existe otra lectura: a pesar de ese final, ¿por qué tantos venezolanos han ido a verla y por qué la recomiendan tanto? ¿Por qué la película fue la número 6 del top 10 global de Netflix en su primera semana de estreno en la plataforma (del 4 al 10 de marzo) con 1.4 millones de visualizaciones?
¿Por qué delante de la tragedia, en vez de surgir en Simón un sentimiento de derrota y de rencor, aparece un gesto tan sencillo y a su vez tan verdadero como un abrazo?
¿Por qué Melissa, a pesar del drama de su amigo, insiste en ayudarle, a pesar de que claramente ella no es capaz de resolver ni una milésima parte del problema?
¿Por qué los amigos de Simón en Venezuela le perdonan lo que parecía imperdonable?
¿Por qué la gente vería una película que abre heridas que creían cicatrizadas? ¿Y por qué les ha hecho tanto bien verla?
¿Es de tontos el buscar un hogar, el querer ser feliz, el no ceder ante el mal y el tener esperanzas? ¿O es producto de nuestra humanidad?
Donde ver la película:
Latinoamérica y España: Netflix
El resto del mundo (o los que no tengan Netflix): simonmovie.com
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