Sánchez agoniza y parece no darse cuenta

La mañana amaneció en Lisboa esplendida. “Toda la faz del cielo estaba perfectamente serena y clara; y no había la menor señal de advertencia de ese evento que se avecinaba, que ha convertido a esta ciudad, una vez floreciente, en un escenario del mayor horror y desolación». Así describía el reverendo Charles David, un inglés establecido en la capital de Portugal, la mañana que destruyó Lisboa.
De repente, escribió el reverendo Charles David, se oyó el traqueteo de muchos carruajes. En realidad, el ruido era el de un terremoto que acabó con la vida de miles de personas, convirtió templos, casas y calles en ruinas. El terremoto de Lisboa, 1755, uno de los más fuertes jamás registrado.
Después del temblor de tierra, llego un tsunami del Atlántico que se abrió camino río arriba. Aquello fue un no parar, terremoto, tsunami, y luego un gran incendio.
Los horrores se sucedían sin que hubiese tiempo para reaccionar. El terremoto destruyó Lisboa, pero también las certezas de algunos: algunos dijeron que no se podía seguir creyendo en Dios después de lo ocurrido.
El PSOE y el Gobierno de Sánchez están sufriendo su terremoto de Lisboa: todo se derrumba, todo se hunde, todo se incendia. Y la certeza de que Partido y Gobierno sigan en pie también parece reducida a cenizas a estas horas.
Ha llegado un momento en el que los casos de presunta corrupción protagonizados por altos cargos del PSOE, cuadros medios, exministros, personas de confianza de Sánchez y responsables de empresas públicas son tantos que es difícil no perderse en la maraña.
Teníamos, simplificando, hasta el momento, tres casos. Tres casos sin contar el de la mujer de Sánchez y el de su hermano: el caso de las mordidas de la compra mascarillas Ábalos y Koldo; teníamos el caso de las mordidas de obra pública con Cerdán como jefe y la empresa Acciona como afectada: hasta siete millones de mordidas. Teníamos el caso Hidrocarburos, el caso en el que Aldama y su socio Claudio Rivas llego a pagar un millón de euros a Ábalos y compañía por conseguir una licencia de mayorista. Esos eran los tres casos. Han estallado dos más: Leire Díez, la fontanera dedicada a ir contra los fiscales y conseguir basura para la causa, el expresidente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) Vicente Fernández Guerrero y el empresario vasco Joseba Antxon Alonso han sido detenidos. Son los que declaran ante el juez por cobro de mordidas vinculadas a adjudicaciones dependientes de la SEPI. La SEPI es la sociedad que reúne a las empresas públicas.
Y a esos casos hay que sumar el de Plus Ultra, la compañía área venezolana que recibió 53 millones de financiación pública y presuntamente uso ese dinero para blanquear capitales: un terremoto, un tsunami y también un incendio. El incendio de los casos de acoso sexual protagonizados por altos cargos del partido y del Gobierno. Cinco casos: Paco Salazar, el hombre de confianza de Sánchez, el de Antonio Navarro, el líder de los socialistas de Torremolinos, el de José Tome, presidente de la Diputación de Lugo, el de Javier Izquierdo, senador, secretario de estudios y programas. Y el de Francisco Fernández Rodríguez. alcalde socialista de Belalcázar, localidad de Los Pedroches.
Un incendio de mujeres acosadas y silenciadas.
Hace solo diez días Sánchez intentaba rehacer su relación con Junts al pedir perdón por sus incumplimientos con el independentismo. El presidente del Gobierno parecía convencido de que era posible recomponer la mayoría en el Congreso. Hace menos de un mes el Gobierno estaba convencido de que podía encajar el golpe de la condena del fiscal general del Estado y aprovechar la ocasión para presentarse como víctima de la derecha judicial. Hace poco más de un mes en una entrevista al diario El País Pedro Sánchez aseguraba que se volvería a presentar a las elecciones en 2027, presumía de iniciativas legislativas aprobadas y denunciaba, una vez más, las operaciones mediáticas para fabricar lo que él llama fango.
La situación se ha precipitado de forma muy rápida. El Gobierno, que tantas veces ha sabido crear una narrativa que le permitía digerir condenas, fracasos parlamentarios y darle la vuelta a crisis complicadas ahora parece atrapado en el lodo creado por el mismo sin posibilidad de recuperar la iniciativa.
Ya no se trata de casos de corrupción sino de la sensación de que con la llegada de Pedro Sánchez y con sus colaboradores más inmediatos al Gobierno la corrupción se convirtió en algo habitual. No hay quien de abasto.
Sánchez establece como único principio para su política evitar que gobierne la derecha. Acogiéndose a ese principio quiere relativizar los escándalos que más allá de las responsabilidades jurídicas suponen un escaso nivel de exigencia moral.
Los socios de Sánchez gesticulan mucho, pero tendrían en su mano acabar con una legislatura que agoniza.
Recomendación de lectura: Esta no es la Constitución de 1978
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