Salvar la semilla

Cultura · Giorgio Vittadini
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27 diciembre 2016
En esta Navidad de 2016 parece que vuelven a convivir la incertidumbre, el pesimismo, el miedo al futuro y al mismo tiempo el mensaje de misericordia que hemos escuchado este año durante el jubileo extraordinario. ¿Cómo pueden convivir dos cosas tan contradictorias como son el pesimismo y la misericordia?

En esta Navidad de 2016 parece que vuelven a convivir la incertidumbre, el pesimismo, el miedo al futuro y al mismo tiempo el mensaje de misericordia que hemos escuchado este año durante el jubileo extraordinario. ¿Cómo pueden convivir dos cosas tan contradictorias como son el pesimismo y la misericordia?

Nos lo puede mostrar un viejo amigo que siempre resulta novedoso, el escritor italiano Giovannino Guareschi. Él vivió un momento histórico, el de la posguerra, que sin duda no era mejor que el nuestro. En sus textos nunca ocultó la dureza de la realidad, nunca intentó endulzarla. Mostró toda la violencia de la naturaleza, con inundaciones que lo arrasaban todo, hambre, pobreza, desempleo, y toda la maldad del hombre, capaz de llegar al odio e incluso al asesinato. Pero hasta en la situación más trágica siempre sacaba a la luz un detalle que permitía percibir que la última palabra no es la destrucción sino una esperanza inesperada.

Un niño aterrorizado porque está seguro de haber matado a otro niño cae al río y se ahoga. Los dos se habían peleado tras una riña debida al odio político transmitido por sus respectivos padres. La tragedia es enorme y parece un sinsentido pero hay alguien que sabe mirarla abriendo un horizonte. “El hijo de Pepón se había salvado y lo olvidó todo, pero el de Scartini no. Don Camino miraba el agua del gran río: ‘Oh, tú que acoges las voces que llegan del monte y de la llanura’, susurraba: tú que has visto las angustias de los milenios pasados y ves las de nuestros días, cuéntale a los hombres esta historia, diles: vosotros que cultiváis en vuestro corazón la semilla del odio, liberáis una fiera que luego escapa y masacra la tierna carne de vuestros cuerpos. Una fiera que en la noche corre por los campos adormecidos y penetra en las casas y que luego, al amanecer, se une a la manada que invade el mundo entero. Di a los hombres: ‘Tened piedad de vuestros hijos. Dios tendrá piedad de vosotros’”.

¿Cómo participa el hombre en esta mirada buena del Misterio al mundo? En primer lugar, sufriendo por el propio mal. Este dolor por el propio mal es el primer signo del amor de Dios por el hombre, porque desde ahí puede comenzar un cambio. A partir de ahí la sangre puede convertirse en “agua que purifica”, como dice don Camilo a un hombre que le confiesa haber asesinado a una persona hace muchos años por motivos políticos. “¡Sangre!”, jadeó mirando con horror el cauce del agua. “Su sangre. Bien lo sabía yo que la toqué y aún estaba caliente. Cumplí una orden. Creíamos que era un espía. Yo estaba bien porque cumplí una orden. Oí lo que dijo su padre. Vi lo que hizo su madre. Sangre. Esto no es agua, es sangre”. “Es agua”, le insistió con dulzura don Camilo. “Prueba a tocarla”. El joven retiró la mano espantado, pero don Camilo siguió insistiendo con voz persuasiva y el joven, lentamente, vacilando, acercó la mano al agua. “Mete la mano”, susurró don Camilo. “El agua purifica, lava las manchas de sangre y elimina el odio”. El joven metió la mano en el agua helada. De pronto los ojos se le llenaron de lágrimas que cayeron al agua. Entonces el joven sacó la mano y la guardó goteando”.

El dolor permite reconocer el error y hace nacer ese fruto imposible que es el perdón.

Pepón lo descubrió ante Bonetti, un campesino arruinado por la injusticia y la violencia del poderoso de turno, Boccia, al darse cuenta de que el malvado no es capaz de realizar la peor de las maldades: hacer mala el alma de quien recibe la afrenta. “¿Así que Boccia no ha sido capaz de convencerte?”. “No, Pepón. Boccia no ha podido convencerme de que Dios no existe. Yo sigo creyendo en la justicia divina”. “¿Y no sientes nada cuando ves todo lo que pasa ahí?”. “Siento piedad por esa carne maldita”.

Este camino misterioso pero seguro es el que la Navidad nos pone delante: un Dios que se hace hombre y que sometiéndose sugiere, corrige, muestra qué es la misericordia, una semilla que resiste a cualquier destrucción o violencia. “Señor, a la gente le horrorizan estas terribles armas que desintegran a los hombres y a las cosas. Pero yo creo que solo ellas podrán devolver al hombre su riqueza. Porque lo destruirán todo y el hombre, liberado de la esclavitud de los bienes terrenales, buscará de nuevo a Dios. Y lo encontrará, y reconstruirá el patrimonio espiritual que hoy está terminando de destruir. Señor, si esto es lo que va a pasar, ¿qué podemos hacer nosotros?”. Cristo sonríe: “Lo que hace el campesino cuando el río rompe los diques e inunda los campos: salvar la semilla. Cuando el río vuelva a su cauce, la tierra volverá a emerger y el sol la secará. Si el campesino salva la semilla, podrá ponerla en tierra, aún más fértil, y la semilla dará fruto, y las espigas turgentes y doradas darán a los hombres pan, vida y esperanza”. Hay que salvar la semilla: la fe.

Esa es la tarea y el deseo de Guareschi para todos nosotros en esta Navidad, luminosa a pesar de todo.

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