“Rusia no quiere una Ucrania pro-occidental”
¿Se puede hablar de una “cuestión rusa” para explicar el difícil tránsito de imperio mundial a potencia nuclear regional de Rusia? Putin calificó la caída de la URSS como “uno de los desastres geopolíticos más colosales del siglo XX”.
Rusia no quiere ser una mera potencia regional. Quiere recuperar el papel de superpotencia, pero no es sencillo. En Europa se siente amenazada en sus fronteras por la expansión de la OTAN y la UE. En Eurasia es un socio importante de China, aunque no exista una alianza formal, pero los intereses no son los mismos, si bien las discrepancias no se proclaman explícitamente. Se diría que Rusia no quiere ser una potencia de segunda clase en medio de la rivalidad global entre China y Estados Unidos. Quiere hacerse notar y Ucrania es uno de los escenarios para ello.
Rusia, la Rus de Kiev, el Gran Principado de Moscú expuesto a las vastas llanuras, la consiguiente expansión territorial al este, el ataque como defensa, expansión en el siglo XVIII hacia el Báltico y conquista de Ucrania, las invasiones de mongoles, de polacos, suecos, franceses (Napoleón) y alemanes (Hitler)… ¿sigue siendo la Historia de Rusia ese “acertijo envuelto en un misterio que está dentro de un enigma”, como decía Churchill, o está claro que siempre busca evitar posibles invasiones (por el norte, Gran Llanura europea; por el sur, Moldavia y costa del Mar Negro)?
La geografía condiciona la política exterior rusa, y también la historia. Rusia necesita tener un cinturón de estados aliados, o neutralizados, a su alrededor como garantía de su seguridad. Evidentemente las invasiones tradicionales no se van a producir, pero para Rusia es una forma de invasión la existencia de estados próximos alineados con Occidente, con la democracia liberal y la economía de mercado, cuya posible prosperidad cuestiona un sistema autoritario y centralizado. Hace unos años Rusia se calificaba a sí misma de “democracia soberana”, un modelo que competiría con la democracia liberal. Sus gobernantes ponen el acento en la soberanía de la nación y en la historia. El orgullo nacional, la afirmación de la propia identidad son mensajes que llegan al pueblo ruso. Putin lo sabe muy bien.
La diplomacia rusa, que va camino de ser un oxímoron, siempre aduce en su descargo, por mover tropas dentro de su propio territorio, todo hay que decirlo, que se le prometió en época de Gorbachov, siendo secretario de Estado James Baker, presidente de EE.UU. George Bush (padre) y canciller de Alemania Kohl, que la OTAN no se expandiría ni un centímetro hacia el este, y que la antigua RDA tendría un estatuto diferenciado en una Alemania reunificada. ¿Ese acuerdo, con datos en la mano, existió formalmente o fue más bien un pacto entre caballeros no puesto negro sobre blanco y, en todo caso, sujeto a la famosa cláusula de “mientras todo siga igual” de tantos contratos y acuerdos internacionales?
Sobre este asunto se han escrito muchas cosas, pero si esas promesas han existido, difícil sería mantenerlas cuando los países de la Europa excomunista querían ingresar en la OTAN y en la UE como un medio de reincorporarse a la historia del Viejo Continente y pasar página a más de cuatro décadas de dominio soviético en que se vieron privados de su soberanía. Media Europa no quería ser reducida a una especie de “zona gris” o neutralizada entre Europa occidental y Rusia. No podían consentir que ninguna potencia extranjera tuviera derecho de veto sobre sus decisiones de formar parte de ninguna alianza o acuerdo internacionales. Ucrania se rebela también ante la idea de que Rusia pueda vetar su adhesión a la OTAN, aunque en realidad quienes la vetan son destacados miembros de la Alianza, tal y como pudo verse en la Cumbre de Bucarest de 2008.
En 2002, cuando se crea el Consejo OTAN-Rusia parecía que las relaciones con el antiguo enemigo de la Alianza fuesen excelentes. Después, todo fue de mal en peor hasta que se dejó de convocar tal Consejo, su tímida reactivación… hasta la invasión de Crimea en 2014. El Kremlin es experto en presentarse como víctima de situaciones de hecho, no de derecho, creadas por el propio Kremlin. Crear estados de realidad, jugar y atacar en el ciberespacio, tantear el espacio aéreo de las repúblicas bálticas, incluso el español en alguna ocasión, en definitiva, realidades paralelas y argumentos que parecen ir calando en la opinión pública rusa y, en menor medida, europea (la china, simplemente no existe). ¿Podría estar buscando Rusia dejar a una Ucrania en “stand by”, como país neutral, al estilo de la Austria posterior a la Segunda Guerra Mundial, o los actuales Uzbekistán y Azerbaiyán, o que tenga un gobierno débil, incluso títere, como “plan A” a la invasión de media Ucrania? ¿No cedió mucho Occidente al permitir la anexión de Crimea contra el derecho internacional y al no intervenir en defensa de Georgia en 2008?
Está claro que Rusia no quiere una Ucrania pro-occidental, ni en la OTAN ni en la UE. Difícilmente ingresará en ninguna de las dos porque no se va a producir la necesaria unanimidad de los estados miembros. La opción de país neutral molesta al nacionalismo ucraniano, que es enemigo del nacionalismo ruso. Para el nacionalismo ruso Ucrania es el origen histórico de Rusia con la Rus de Kiev en la Edad Media, y la Ucrania independiente es considerada como algo artificial. Si no puede ser neutral, Ucrania debe ser neutralizada, incluso con pérdidas territoriales como fue el caso de Crimea. Pero esta actitud rusa solo servirá para hacer crecer el nacionalismo ucraniano. Occidente no reconoció nunca la anexión de Crimea y tampoco la secesión de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, Tampoco reconocerá la posible anexión de territorios del Donbas, pero la postura de Moscú es inflexible: el destino del Donbas solo pueden decidirlo sus habitantes, es decir los rusófonos. No habría que descartar incluso un referéndum similar al que tuvo lugar en Crimea.
¿Cree usted que Putin está jugando sus últimas cartas como mandatario, buscando un legado a sus 20 años de mandato, como la anexión definitiva de Bielorrusia o la de, al menos, la mitad de Ucrania (la llamada “Novorrusia”, ganada por Catalina la Grande al Imperio otomano en el siglo XVIII)?
Hay dirigentes políticos que tienen un gran sentido de la historia. De hecho, todo nacionalista lo tiene y Putin es un nacionalista ruso. Anexionarse Bielorrusia formalmente no parece posible. Los años transcurridos desde la desaparición de la URSS han fomentado el nacionalismo bielorruso. Otra cosa es un régimen plenamente alineado con los intereses rusos. Respecto a Ucrania, existe esa reivindicación histórica de la Novorrusia, pero solo podría justificarse con un referéndum en similares condiciones al de Crimea, que no obtendría reconocimiento internacional. Al final prevalece una política de hechos consumados en la que el orgullo nacionalista lo justifica todo.
Putin es estudioso de la historia. ¿En quién se inspira? ¿Qué autores o ideólogos de cabecera puede tener?
Se podrían citar nombres buscando citas de sus discursos, aunque serían siempre referencias circunstanciales. Los ideólogos de cabecera sirven para adornar los discursos, pero en realidad es la historia y la geopolítica, la de los zares y la del período soviético, las que influyen en la visión del mundo de Putin y de muchos otros rusos.
La OTAN, o incluso la Unión Europea, que aparece ninguneada en el conflicto, tanto por Rusia como por EE.UU., y no solo, ¿pueden plegarse a las peticiones rusas (si se pueden llamar así), sin por ello debilitar el propio propósito y misión de la Alianza? Por último, su tesis doctoral versó sobre la OSCE, ¿no cree que debería tener un papel más relevante esta organización en este conflicto y que el enfoque de su resolución debería ser desde un marco de seguridad europea?
La última palabra en la OTAN siempre la tendrán los norteamericanos, garantes últimos de la seguridad europea durante décadas. La Alianza pasa por una crisis de credibilidad, acentuada durante la presidencia de Trump, pero la administración Biden tampoco ha conseguido recuperar esa credibilidad. El quid de la cuestión es si EEUU defendería a un aliado en virtud del art. 5 del tratado de Washington. Ucrania ciertamente no es un aliado de la OTAN y no tiene posibilidades de llegar a serlo. Respecto a la OSCE, hay una misión de observadores en el Donbas que encuentra muchas dificultades para verificar la situación sobre el terreno. En muchas ocasiones las fuerzas pro-rusas les han negado el paso. Además, está la cuestión de cómo Rusia entiende la OSCE. Según Moscú, en la OSCE debe prevalecer el consenso en cuestiones de seguridad. Para los rusos es fundamental la soberanía de los estados y la no intervención en sus asuntos internos. Este principio forma parte del Acta Final de Helsinki, aunque también forman parte otros principios como el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales; la libre determinación de los pueblos; el derecho a formar parte, o no, de organizaciones de seguridad… Tal y como se asegura en el Acta Final, estos principios no deben de interpretarse por separado sino en relación con todo el conjunto.
Y, pese a todo, la Unión Europea y Rusia debieran saber que están condenadas a entenderse. ¿Acaso como Francia y Alemania tras sus largas y funestas guerras? En un ejercicio de prospectiva, ¿permitiría EE.UU. este acercamiento alguna vez, aun con una Rusia como democracia plena, algo de lo que está muy lejos de ser?
En el entendimiento entre Europa y Rusia ha jugado un papel destacado la Francia de Macron, así como una Alemania que siempre ha dado preferencia a sus intereses económicos con los rusos, pero los miembros de la UE, situados más al este, desconfían por razones históricas, cercanas o lejanas en el tiempo, de Rusia. De ahí la dificultad de encontrar una posición común. Por lo demás, Rusia da preferencia a las relaciones bilaterales, mucho más que la relación con la UE en su conjunto. Prefiere dialogar con Francia o Alemania, y por supuesto, con Estados Unidos, y no tanto con la UE y la OTAN.
¿Qué papel puede jugar el diálogo ecuménico en la cuestión de Ucrania?
Esta situación es un ejemplo de la gran división de la ortodoxia. Las relaciones entre el patriarcado de Moscú y el de Constantinopla no pasan por su mejor momento. Ni que decir tiene que la división política alcanza también a las relaciones entre ortodoxos rusos y ucranianos. La cuestión religiosa está muy politizada, pero esto no es históricamente una novedad. Por su parte, el papa Francisco reitera con frecuencia que las armas no son la solución y preconiza un diálogo internacional serio.
¿Qué se puede esperar de las conversaciones entre Rusia y EE.UU, y con la OTAN, sobre seguridad, a partir del 10 de enero?
Cabe preguntarse si Rusia se conformará con unas garantías formales de que no se ampliará la OTAN y no se desplegarán misiles en países de la Alianza cercanos a Rusia. Pero eso no soluciona la cuestión del este de Ucrania. ¿Bastaría una amplia autonomía para el Donbas? ¿Esto satisfaría a Rusia? En cualquier caso, Moscú ha conseguido un diálogo directo con Washington sobre la seguridad en Europa, pero de aquí no puede salir un nuevo marco que reemplace al existente. Hay que seguir teniendo en cuenta los principios del Acta Final de Helsinki, de la Carta de París para una Nueva Europa, de la Carta sobre la Seguridad Europea, entre otros documentos de la OSCE. Ni Ucrania ni la UE parecen muy conformes a que se obtenga algún tipo de acuerdo sin contar con ellas.
¿Cómo desea terminar esta entrevista?
Con la esperanza de que salga un acuerdo que contribuya a estabilizar la seguridad en Europa, pero también siendo consciente de que Rusia seguirá apegada a su tradicional concepto de geopolítica. Unas fronteras consideradas seguras, y esto supone también un área de influencia, son más importantes para Moscú que cualquier acuerdo de libre comercio.