Editorial

Recomenzar Europa

Editorial · Fernando de Haro
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7 febrero 2016
Los signos se multiplican. Hasta el penúltimo ilustrado ha claudicado. Mejor sería decir que ha evolucionado. Una de las mentes más lúcidas de Europa, cuando en Europa escasean las cabezas de las que salga luz, ha dado un importante giro. Hablo de Todorov. El cambio del escritor búlgaro afincado en París no es una curiosidad para consumo de culturetas. Todo hemos sido Todorov. Europa entera, sin leerlo, piensa como él.

Los signos se multiplican. Hasta el penúltimo ilustrado ha claudicado. Mejor sería decir que ha evolucionado. Una de las mentes más lúcidas de Europa, cuando en Europa escasean las cabezas de las que salga luz, ha dado un importante giro. Hablo de Todorov. El cambio del escritor búlgaro afincado en París no es una curiosidad para consumo de culturetas. Todo hemos sido Todorov. Europa entera, sin leerlo, piensa como él.

El pensador presenta Insumisos, su último libro, en estos días en que Europa sufre una derrota tras otra. El aplazamiento de las negociaciones de paz sobre Siria supone una nueva baza para el Daesh. La oposición siria, empujada por Arabia Saudí, se levanta de la mesa de diálogo. Sin acuerdo entre gobierno y rebeldes, los yihadistas y el régimen siguen generando refugiados. La solidaridad inicial hacia los que huyen de la guerra se transforma en sospecha. Se suspende por la vía de los hechos Schengen. La amenaza es seria. La Unión se basa en unas fronteras abiertas. El Consejo Europeo del próximo 18 y 19 de febrero difícilmente resolverá el problema. De lo que se va a debatir es de la propuesta para impedir el brexit con menos Europa.

Hace diez años era difícil pensar que nos encontraríamos en esta situación, ante una encrucijada difícil de resolver, flojos en los que nos ha mantenido unidos. Fue precisamente en 2006 cuando Todorov publicó “El espíritu de la ilustración”. Es una obra breve, en la que se propone responder a la pregunta que está en la primera línea: “Tras la muerte de Dios, tras el desmoronamiento de las utopías, ¿sobre qué base intelectual y moral queremos construir nuestra vida común?”. Por muerte de Dios entendían el fin de los regímenes totalitarios, todavía cercanos. La respuesta era sencilla y estaba bien articulada. La ilustración laica (hay una ilustración religiosa) podía resolver el problema. Autonomía, laicismo y universalidad componían los ingredientes fundamentales de la receta. Había que recuperar un espíritu para el que “lo sagrado ya no se encuentra entre los dogmas y en las reliquias sino en los derechos de los seres humanos. Para nosotros es sagrada determinada libertad del individuo, la vida humana, la integridad física”. La sacralidad de los derechos y de los valores, autónoma de cualquier dependencia religiosa, podía fundamentar la universalidad. Todorov hace diez años era un buen ilustrado. Por eso invocaba a Lessing: “basta con que los hombres se atengan al amor cristiano. Poco importa lo que suceda a la religión cristiana”.

¿Diez años después dónde encontramos al búlgaro? Insumisos parece haber cambiado la universalidad de los derechos sagrados, autosuficientes, por la universalidad del testimonio de ocho personajes (entre los que están Nelson Mandela, Boris Pasternak o Etty Hillesum). Son personalidades que han sido capaces de hacer frente al poder de un modo ejemplar. Al adentrarse en sus vidas, inevitablemente, se adentra en las experiencias de sentido de cada uno. El autor, por ejemplo, al referirse en una entrevista de El Cultural a David Shulman, impulsor del diálogo entre israelíes y palestinos, asegura que “adopta una posición que le viene quizá del budismo”. Y añade que “Cristo está presente en el libro en el ejemplo de Etty Hillesum, y en el de Pasternak o Solzhenitsyn, que estaban impregnados de la tradición cristiana”. Solzhenitsyn, citado por Todorov en “El espíritu de la Ilustración” como ejemplo de persona con pensamiento anti-ilustrado, aquí reaparece como héroe.

La inteligencia de Todorov le lleva a comparar a estos grandes personajes con la pobreza de la que hace gala Europa al responder al reto del Daesh: “me ha chocado que la respuesta a los atentados haya sido exclusivamente represiva. Hay que intentar que estos individuos, capaces de morir por una idea funesta de la religión musulmana, encuentren otro camino y dejen de estar a la deriva”.

¿Por qué somos todos Todorov lo que fue Todorov? Todos queremos rehacer Europa, rehacernos a nosotros mismos. Pero nos resistimos a reconocer una evidencia que fue indicada ya por Ratzinger precisamente en el momento en el que el búlgaro exaltaba las luces. “En la época de la Ilustración […], se intentaron mantener los valores esenciales de la moral por encima de las contradicciones y buscar una evidencia que los hiciese independientes”, decía el entonces cardenal. El intento entonces pareció posible porque las grandes convicciones de fondo surgidas del cristianismo se mantenían en pie. Ya en 2005 Ratzinger explicaba que esas convicciones se habían derrumbado y con ellas los “sagrados derechos” que debían ser evidentes en sí mismos. El desarrollo de nuevos populismos o el miedo ante los refugiados son buenos ejemplos de este proceso que se acelera. Las viejas estructuras, los viejos valores están vacíos.

Es de agradecer que alguien caiga en la cuenta de que solo se puede rehacer Europa con “insumisos”, es decir con personas en las que el ideal se encarna. Un ideal que no nace de la abstracción. “Lo realmente importante no será nunca lo que se decida en un Parlamento o en las altas cumbres internacionales, sino lo que suceda más abajo, no sé, en ese hospital donde ahora mismo alguien está velando a un familiar enfermo”, dice José Mateos en su reciente libro “Un año en la otra vida”. El Parlamento es muy importante. Lo “realmente importante” es otra cosa.

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