¿Quién es el intelectual que citó el Papa en México?

Cultura · Paolo Valvo
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17 febrero 2016
Fue noticia, en México y en todas partes, el hecho de que el Papa haya mencionado en dos oportunidades, durante el importante discurso a los obispos reunidos en la catedral de Ciudad de México, a Octavio Paz (1914-1998), premio Nobel de Literatura de 1990 y considerado el principal poeta en lengua española de la segunda mitad del siglo XX.

Fue noticia, en México y en todas partes, el hecho de que el Papa haya mencionado en dos oportunidades, durante el importante discurso a los obispos reunidos en la catedral de Ciudad de México, a Octavio Paz (1914-1998), premio Nobel de Literatura de 1990 y considerado el principal poeta en lengua española de la segunda mitad del siglo XX. Hijo de un militante zapatista y protagonista de una brillante carrera diplomática que lo llevó hasta el Extremo Oriente, Paz supo captar probablemente mejor que nadie las contradicciones y los nudos sin resolver de la cultura mexicana, afirmando la necesidad de reunir en una síntesis unitaria las diversas “historias” que a través de los siglos fueron plasmando la nación, desde la cristianización de los indios –que Paz definió como “la revolución más profunda y radical que se haya producido en México”–, pasando por las reformas liberales del XIX hasta la revolución de la primera mitad del siglo XX.

Se podría decir que durante toda su vida Octavio Paz trató de construir (o de redescubrir) una “casa común” para todos los mexicanos. Precisamente por eso, a pesar de su extracción liberal, supo valorar en sus obras la devoción a la Virgen de Guadalupe, presente en el corazón de todos los mexicanos. Y el Papa Francisco, haciendo una reflexión amplia y detallada sobre los desafíos que hoy plantea a la Iglesia la situación de México (reflexión destinada con toda probabilidad a convertirse en una de las piedras fundamentales de su pontificado) retomó una de las intuiciones de Paz, explicando que “un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, van en busca de un resguardo, de un hogar”.

El filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré –uno de sus más grandes admiradores– en los años 80 le reprochaba a Paz no haberse liberado de los estereotipos liberales más groseros con respecto a la Iglesia católica, pero habría que preguntarse si hoy el escritor no compartiría el entusiasmo de muchos compatriotas por la visita del Papa Francisco. Lo cierto es que este último parece haber tomado muy en serio las preocupaciones del poeta mexicano, como resulta evidente en otro momento emblemático del discurso al episcopado: “Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta nación, del «laberinto de la soledad» (título de una de las principales obras de Paz) en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida”.

Para el Papa la respuesta a estos desafíos –que coincide con la misión propia de la Iglesia en tierra mexicana– consiste en “una mirada que abarque la totalidad”, llena de realismo. No se trata de perseguir (por enésima vez en la historia de México) una utopía palingenética, sino más bien de reconciliar al país consigo mismo, con su propia realidad y con su propia historia. Por eso el Papa invita a los obispos a “recordarle a su pueblo cuán potentes son las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí” y al mismo tiempo acoger con mayor atención a los pueblos indígenas, que “aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una nación única y no solamente una entre otras”. En efecto, termina diciendo el Pontífice, solo “si México aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros” será capaz de afrontar –y resolver– los graves problemas que lo acosan. Para lograrlo, hay que volver a Guadalupe, a esa Virgen mestiza que encarna y da un sentido histórico –mejor que cualquier revolución– a ese crisol de culturas y de historias del que hoy surge el segundo país más católico del mundo.

No sabemos si Octavio Paz hoy se alegraría por la llegada del Papa Francisco a México o si por el contrario se uniría al coro (bastante elitista) de los que consideran que la sola presencia del Papa es un atentado contra la laicidad del país. Sin embargo, es probable que suscribiría lo que dijo el Papa al terminar su intervención: “Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo”.

Tierras de América

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