¿Qué pasa con Merkel?

Mundo · Ricardo Benjumea
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24 marzo 2011
La canciller alemana tiene una cualidad altamente apreciada en estos tiempos en Europa: que no es Zapatero. Por eso, propios y extraños no dan crédito, al ver a Merkel tras la pancarta del "No a la guerra", mientras su homólogo español se presenta ante el mundo como un estadista responsable. ¿Pánico demoscópico? Algo de eso hay. Pero no sólo. Merkel tiene un verdadero proyecto de refundación de la CDU, y éstas son horas decisivas para ella.

Pareciera que Angela Merkel y José Luis Rodríguez Zapatero hubieran intercambiado roles. El presidente español, que siempre ha presumido de eco-pacifismo, ejerce en sus horas más bajas el rol de la responsabilidad y la sensatez en una Europa que pierde los nervios al contemplar el peligro de catástrofe nuclear en Japón. Tampoco le ha temblado el pulso al jefe de Gobierno socialista a la hora de apoyar la intervención militar internacional en Libia, aún a costa de ahuyentar todavía más a sus desencantadas bases, y del peligro cierto de que los telediarios le den algún disgusto a cuenta de la guerra en plena campaña para las elecciones locales y autonómicas.

Es Merkel quien ha actuado como podría haberse esperado de Zapatero. Su abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU ha ido acompañada de innecesarios gestos contra la intervención en Libia y desaires a sus socios internacionales, impropios en un partido con la tradición europeísta y atlantista de la CDU. No menos sorprendente ha sido la reacción de la canciller a la tragedia en Japón: el anuncio inmediato de moratoria en la recientemente anunciada prórroga de la vida de algunas centrales nucleares, justamente uno de los elementos en los que su coalición de gobierno (conservadores y liberales) había dejado más clara impronta.

«Apenas nunca había supeditado tanto un gobierno federal al oportunismo electoralista sus decisiones en temas de alcance histórico -energía nuclear y guerra-», sentencia el diario económico Handelsblatt. Tan convincente debe parecer la transformación de la canciller, que el diario de izquierda alternativa Die Tageszeitung se ha visto obligado a aclarar, como con miedo a que sus propios lectores piquen el anzuelo: «Por respeto a las motivaciones de aquellos que rechazan la guerra por razones pacifistas (afirmamos): Merkel no es una pacifista. Tampoco se opone a la energía nuclear. La canciller federal se muestra dispuesta a arrojar por la borda sus convicciones más firmes si le resulta políticamente útil». 

Temible adversaria

Tras salvar hace unos días los muebles (por los pelos, según refleja la evolución de las encuestas) en Sajonia-Anhalt, al este del país, la CDU se expone al peligro de perder este domingo el decisivo Land de Baden-Württemberg, que gobierna desde 1953. No es concebible que los Verdes superen a los democristianos como primera fuerza política, pero sí podrían ocurrir que, propulsados en la intención de voto por el miedo de la opinión pública a la energía nuclear, sumaran mayoría con los socialdemócratas. También hay elecciones el 27 de marzo en Renania Palatinado, donde la reelección de Kurt Beck está prácticamente asegurada, aunque la CDU tiene buenas expectativas de crecer, y presenta a una joven y prometedora candidata, apuesta personal de la canciller, con serias opciones en 2016.

Claro que no sería justa ni completa una descripción de Angela Merkel que la caricaturizara como una líder de medio pelo, esclava de las encuestas. La canciller tiene un proyecto. Y ese proyecto se resume en una sola palabra: poder.

Poder, en primer lugar, interno en el partido. Desde que se hizo con el control de la CDU, con oscuras maniobras en los turbulentos tiempos del escándalo de la financiación ilegal del partido, Merkel ha ido deshaciéndose, uno a uno, de todos sus rivales, que siempre cometían el mismo error: subestimarla. Mujer, protestante y de la antigua RDA, cada uno de sus adversarios sólo supo ver en ella a una figura gris de transición, hasta que ya era para él demasiado tarde.

Uno de sus últimos adversarios de peso ha sido precisamente el primer ministro de Baden-Württemberg, Stefan Mappus, autor de un documento programático sobre "Moderno conservadurismo burgués", en el que se defiende la fidelidad a las esencias ideológicas del partido. De entrada, Mappus se ha visto obligado a rectificar en su postura acerca de las centrales nucleares, pese a ser un reconocido partidario de esta fuente de energía. Si revalida el domingo el cargo, lo hará ya como candidato de esa nueva CDU que abandera la canciller. Mappus confiaba en levantar su campaña gracias al apoyo del popular dirigente bávaro Karl Theodor von Guttenberg, pero la dimisión del ya ex ministro de Defensa, por plagio en su tesis doctoral, le ha obligado a rendirse a Merkel.

La refundación de la CDU

Esa nueva CDU es idealmente un partido con opción de gobierno en todos los Länder, del oeste y del este, y con posibilidades de pactar con cualquiera de las restantes tres formaciones importantes: liberales, socialdemócratas e incluso Verdes, pese al reciente fracaso del experimento en Hamburgo. Si Konrad Adenauer renunció a refundar el Zentrumpartei católico, para que la CDU fuera algo más grande, un auténtico partido popular, cercano a esa inmensa mayoría social de tradición católica o protestante, necesitada de referentes sólidos y seguros tras la catástrofe del nacional-socialismo y de la guerra, la canciller Merkel está decidida ahora a convertirlo en el gran partido de masas de la nueva Alemania reunificada y secularizada, que siente que ya ha pagado sus deudas con el mundo. Movimientos similares de "aggiornamento" existen en otros grandes partidos conservadores europeos, pero quizá el caso alemán es en el que la personalidad de la líder se refleja con más claridad.

Ampliar el abanico de posibles socios es además una necesidad inmediata para la CDU. Gracias a los formidables resultados económicos (un crecimiento del 3,6% en 2010) y a la imagen de seguridad que proyecta así como de firmeza en la defensa de los intereses de Alemania en esta hora difícil para Europa, la canciller goza de gran popularidad, pero las encuestas dicen también que, si hubiera hoy elecciones, podría volver al Gobierno una coalición roji-verde, a pesar de la profunda crisis de liderazgo que atraviesa el SPD. Los liberales están en caída libre, y la CDU necesita poder tener a mano más combinaciones de pactos si quiere mantenerse en el poder.

Incluso la CSU, el partido hermano en Baviera, está sumido en una fuerte crisis. Foco tradicional de las posiciones más "puristas" en la coalición, bastante tiene hoy con detener la hemorragia en su propia casa. Y en medio de este panorama, sin nadie capaz de hacerle sombra, ni dentro ni fuera del partido, la figura de Angela Merkel se acrecienta. Eso le deja vía libre para su proyecto de refundación del partido democristiano. No hay alternativa a su liderazgo, y por eso -se dice con resignación entre las bases- se le debe dejar hacer su programa.

Merkel y los católicos

Buen termómetro del avance de su proyecto es la relación de la CDU con los católicos, el auténtico núcleo duro tradicional del partido, a pesar del "ecumenismo" oficial. La CDU sigue siendo el partido mayoritario para los miembros de esta confesión, la mayoritaria hoy en Alemania, mientras que luteranos y agnósticos se decantan más por opciones de izquierda. Merkel, sin embargo, ha conformado un Gobierno cuanto menos pintoresco, a la luz de la historia de los democristianos, con una presencia mínima de católicos: 5 ministros, frente a 9 evangélicos (ella, incluida) y otros 2 que no declaran adscripción religiosa.

El dato es más que anecdótico. Desde el catolicismo, le han llegado a la nueva CDU las críticas más duras e incómodas sobre la pérdida de sus raíces cristianas. Tal vez a eso respondieran los infundados e injustos reproches de Merkel al Papa a cuenta del caso Williamson y de los lefebvrianos. Más recientemente, algunos de los principales dirigentes democristianos católicos han sembrado confusión entre muchos fieles, con su petición a Benedicto XVI de una dispensa al celibato sacerdotal en Alemania, con la excusa de que se necesitan más vocaciones sacerdotales. Merkel se ha mantenido en un segundo plano, pero resulta difícil creer que haya podido ser ajena a estas maniobras, como tampoco ha podido serlo al manejo interesado de los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia.

Detrás de todo ello, no es difícil adivinar la pretensión de configurar un catolicismo en Alemania más "protestantizante", más abierto a pactos y sensible al espíritu de los tiempos, a las coyunturas culturales y a las mayorías sociales… O al menos, un catolicismo que no deslegitime el proyecto actual de la CDU.

La ecuación funciona, porque los católicos no tienen hoy a nadie mejor a quien votar: Los alevitas musulmanes están «mejor integrados» en Alemania que los católicos, bramaba hace unos días el Presidente del SPD. Mientras tanto, los Verdes hacen gala de sesentayochismo, y el líder de los liberales, de homosexualidad practicante.

Merkel en estado puro

Estos días, la canciller ha obtenido una victoria más que simbólica en su relación con los católicos, en el asunto de la energía nuclear. Los virajes doctrinales en materia de familia y las dudas con respecto al origen de la vida que se han visto entre los democristianos en el debate sobre el diagnóstico preimplantacional, ofrecen la impresión de que la CDU no se considera ya obligada a seguir la guía de la doctrina social de la Iglesia, como peaje obligado a la C de su nombre, y como fidelidad a la que, hasta ahora, ha sido su seña de identidad más clara, la esencia, entre otras cosas, de la economía social de mercado instaurada por Adenauer y Erhard.

Ahora la CDU quiere, de algún modo, marcar ella la agenda, y que la Iglesia bendiga sus pasos. Pero ocurre que Merkel tiene la habilidad de pedir las cosas, de una manera en la que cuesta decir que no. Así ha ocurrido con el debate de la energía nuclear, que la canciller necesitaba lanzar con toda urgencia, para llegar a tiempo a las elecciones de este domingo. Para ello, ha creado un heterogéneo Comité de Ética improvisado a toda prisa, con no se sabe muy bien qué funciones, para valorar los riesgos de la energía atómica. El cardenal Marx, arzobispo de Munich, que, a raíz de la tragedia humana de Japón, publicó la pasada semana una carta pastoral sobre la necesidad de que Alemania busque el modo de desengancharse de la energía nuclear, participa en ese Comité, junto con un sindicalista, un representante de la Unesco y un obispo protestante.

Todo eso es Merkel en estado puro. Compite con verdes y socialdemócratas por el votante eco-pacifista, lleva el partido exactamente hacia donde quería llevarlo, pero lo sujeta con tal destreza, que no permite que se produzca ninguna fisura en el trayecto… Gana terreno a sus rivales, y sabe mantener prietas las filas. Lo más probable, pues, es que haya Merkel para rato.

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