PP y Ciudadanos: la derecha bicéfala

España · José Ignacio Wert Moreno
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8 abril 2018
El pasado 15 de enero, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, dijo que su partido tenía que “aglutinar todo ese voto de izquierdas en torno a la única fuerza que puede ganar a la derecha bicéfala”. Como toda expresión surgida del argumentario de una formación política, tiende a la simplificación. Pero da una idea muy gráfica –esa era, nos tememos, la intención- del nuevo escenario que la irrupción de Ciudadanos ha traído consigo. La frenética sucesión de elecciones del período 2014-2016 ha hecho difícil encontrar el reposo necesario para hacer la digestión de tanta novedad. Ya con cierta perspectiva, unos y otros van asimilando la realidad: el centro-derecha ha dejado de ser propiedad exclusiva del Partido Popular (PP).

El pasado 15 de enero, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, dijo que su partido tenía que “aglutinar todo ese voto de izquierdas en torno a la única fuerza que puede ganar a la derecha bicéfala”. Como toda expresión surgida del argumentario de una formación política, tiende a la simplificación. Pero da una idea muy gráfica –esa era, nos tememos, la intención- del nuevo escenario que la irrupción de Ciudadanos ha traído consigo. La frenética sucesión de elecciones del período 2014-2016 ha hecho difícil encontrar el reposo necesario para hacer la digestión de tanta novedad. Ya con cierta perspectiva, unos y otros van asimilando la realidad: el centro-derecha ha dejado de ser propiedad exclusiva del Partido Popular (PP).

En 2015, Ciudadanos obtuvo, con 40 diputados, el mejor resultado de una cuarta fuerza política en el presente período democrático. Los ocho escaños perdidos en junio de 2016 han podido desenfocar un poco la importancia de su entrada en escena. Como veremos ahora mismo, no es ni mucho menos la primera vez que el centro-derecha estatal se divide, pero nunca antes la porción del “pez chico” había sido tan importante.

El centro-derecha español entre 1977 y 2015

En los primeros compases de la Transición, la derecha sociológica obtiene representación parlamentaria a través de dos partidos. Uno es el ganador de las elecciones de 1977, la Unión de Centro Democrático (UCD). Surgida de la suma de familias políticas bastante heterogéneas –de aperturistas del tardofranquismo a socialdemócratas, pasando por la democracia cristiana- obtiene 165 diputados gracias al carisma de su líder, Adolfo Suárez, auténtico icono de aquel proceso desde que asumiera la presidencia del Gobierno, todavía por el mecanismo previsto en la ley franquista, tras el cese de Carlos Arias Navarro en julio de 1976.

El otro es Alianza Popular (AP), el vehículo elegido por Manuel Fraga para encontrar un papel en el nuevo escenario. Plagada de rostros ligados al franquismo –con el propio Arias Navarro encabezando la candidatura al Senado por Madrid después de que Juan Carlos I le definiera como un “desastre sin paliativos”– la formación conservadora apenas consiguió convencer a millón y medio de votantes, que se tradujeron en 16 diputados. En 1979 el escenario quedó todavía más fracturado, al irrumpir con un escaño por Madrid el ultraderechista Blas Piñar. (UCD revalidó mayoría con 168 diputados y AP, que se presentó como Coalición Democrática, se derrumbó hasta los 10 representantes).

Todo da un vuelco en 1982. La gobernante UCD se desploma después de dos años de luchas internas a múltiples bandas y se queda con 11 diputados. No lo resiste y opta por disolverse en enero de 1983. Su legado es paradójicamente recogido por AP, que en coalición con los democristianos huidos de UCD llega a obtener 106 actas. Al mismo tiempo, el nuevo partido de Suárez, el Centro Democrático y Social (CDS), consigue un diputado para su líder en Madrid y otro por su provincia natal, Ávila, para su fiel lugarteniente Agustín Rodríguez-Sahagún. Es cierto que el PSOE obtuvo un resultado tan histórico como meritorio (202 diputados), pero conviene tener en cuenta que lo hizo con el centro-derecha dividido en tres partidos de considerable peso específico.

AP no digiere el éxito y choca con un frustrante resultado en 1986, en el que no sólo no rentabiliza el pequeño desgaste experimentado por el PSOE, sino que además pierde ella misma un escaño. Uno de los motivos está en el auge de un resucitado Adolfo Suárez, traducido en un gran éxito en aquellas elecciones (19 diputados) y en las municipales, autonómicas y europeas de 1987. Su efervescencia coincide con un periodo especialmente agitado en AP –congreso desgarrador en el que Antonio Hernández Mancha le gana la presidencia a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, y posterior liderazgo convulso del primero-, lo que hace pensar durante algún tiempo en que el CDS protagonice su propio “sorpasso”.

También en 1986 tiene lugar la conocida como Operación Roca, un experimento en el que ex miembros de UCD, la patronal, la banca y los nacionalistas catalanes de Convergencia i Unió (CiU) intentaron una formación estatal de tinte liberal. Aquello se llamó Partido Reformista Democrático (PRD) y hoy es recordado como uno de los mayores fiascos de la democracia.

Fraga vuelve efímeramente al liderazgo de AP y la refunda en el PP. Va delegando progresivamente en el joven presidente de Castilla y León, José María Aznar, que primero concurre como candidato a La Moncloa en 1989 (107 escaños) y luego asume la presidencia del recompuesto partido a partir del X Congreso de abril de 1990. Nunca disimuló su objetivo de acabar con el CDS. Su posición intermedia entre su partido y el PSOE le resultaba un estorbo.

Los centristas habían experimentado un cierto declive en 1989 (14 diputados) que se certifica con un resultado catastrófico en las municipales y autonómicas de 1991. Suárez dimite esa misma noche y el partido no sobrevive a su marcha. En 1993, con Rafael Calvo Ortega como candidato, pierde toda representación parlamentaria.

De este modo, el PP de Aznar consigue aglutinar en torno a sí a todo lo que queda a la derecha del PSOE. De hecho, ningún cuarto partido estatal logra entrar en el Congreso en los siguientes quince años. La irrupción de Unión Progreso y Democracia (UPyD) no parece restar apoyos al PP ni en 2008 ni en 2011. Su disputa a partir de 2014 por el espacio del centro puro con Ciudadanos –una formación de gran éxito en Cataluña pero que había salido escaldada de sus sucesivos escarceos con candidaturas estatales- se salda con una rotunda victoria del segundo. Curiosamente, su líder, Albert Rivera, declara a su formación heredera del CDS suarista en una entrevista con Ana Pastor en La Sexta.

Ciudadanos acaba con el monopolio del PP

Las municipales y autonómicas de 2015 sitúan al PP ante una realidad que hacía alrededor de un cuarto de siglo que le era ajena. Tiene que pactar con otro partido estatal, que se ha hecho con una parte considerable de su electorado, para mantener el gobierno en varias comunidades y alcaldías. El citado retroceso experimentado por Ciudadanos en junio de 2016 respecto a los resultados generales de diciembre de 2015 hace creer a los populares que el éxito de Rivera puede ser flor de un día.

El devenir de la presente legislatura –que sólo arrancó cuando Mariano Rajoy logró ser investido con los votos de Ciudadanos y la abstención de la mayor parte de los diputados del PSOE- parece desmentir esta idea. Queda todavía más de un año para la siguiente cita electoral, que será triple, en la primavera de 2019. Y, por tanto, cualquier análisis demoscópico debe observarse bajo la precaución de que no hay, aún, “tensión electoral”. Pero rara es la semana en la que no vemos una encuesta de intención de voto. Éstas dibujan escenarios dispares –el PP puede seguir siendo el más votado o incluso descender a la tercera posición- pero coinciden en apuntar un papel muy relevante para Ciudadanos. Podría, incluso, ganar las generales en número de votos. Así lo dicen, por ejemplo, la más reciente encuesta elaborada por GAD3 para La Vanguardia y los últimos sondeos que Metroscopia realiza para El País.

No es la primera vez que el partido centrista es impulsado por unas encuestas que luego no tienen reflejo en la urna. Pero ahora, dice Narciso Michavila, presidente de GAD3, le ven “mucho más fuerte” y como el partido con “más opciones de crecer”, si bien presenta el electorado “menos consolidado”. Desde Metroscopia aprecian el apoyo actual más “cristalizado”. Su investigador principal, José Pablo Ferrándiz, apunta un factor clave en el temor disipado a que Podemos alcance el poder. Los trabajos de su instituto arrojan un cambio respecto a los resultados de 2015/2016. Si entonces el PP (33’03%) se destacó sobre unos PSOE y Podemos prácticamente empatados (22’66 y 21’1%, respectivamente) con Ciudadanos detrás (13’05%), ahora se dibuja un escenario en el que este último partido descollaría por encima del 30% mientras que ninguno de los otros tres llegaría al 20%.

Más allá de quién quede por encima, los sondeos coinciden en asignar una representación muy equitativa entre el PP y Ciudadanos. Como hemos visto anteriormente, no es esa la tónica del presente período democrático. ¿Podría mantenerse ese escenario durante mucho tiempo? ¿O uno de los dos terminaría por adoptar un papel preponderante sobre el otro? Ferrándiz habla sin tapujos de una “sustitución” en el centro-derecha español. Y a las últimas elecciones catalanas –aún teniendo en cuenta la fortaleza de Ciudadanos en su territorio de origen- se remite. Michavila cree que no necesariamente será así. “Si la sociedad es cada vez más compleja y fragmentada es lógico que el panorama político también lo sea, como sucede, por ejemplo en el mediático. En los años 80 sólo había una televisión, ¿y ahora?”

Ciudadanos contaría con una ventaja en su posicionamiento en el eje izquierda/derecha. En la famosa escala –manejada especialmente por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)- en la que el “0” es la extrema izquierda y el “10” la extrema derecha, la ubicación de su votante es idéntica a la del conjunto de la población. Así lo percibe José Pablo Ferrándiz, que señala que hemos pasado de un “bipartidismo imperfecto” a un “cuatripartidismo competitivo”. En ese estado de cosas, Ciudadanos sería el único capaz de atraerse votantes centristas de todos sus competidores. “Lo más fiel es que hubiera 32 millones de partidos porque no hay dos votantes iguales”, bromea a este respecto Narciso Michavila.

Rompiendo brechas, derribando muros

En 2015/2016, los dos nuevos partidos estatales, Podemos y Ciudadanos, chocaron con la realidad demográfica española. La sociedad rural y de mayor edad siguió apostando por las formaciones tradicionales. Ciudadanos estaría rompiendo esa brecha. GAD3 observa que ahora consigue llegar al electorado mayor que se informa por la televisión.  Metroscopia considera que el partido de Rivera está derribando esos muros, atrayéndose voto en todos los grupos de edad y hábitats, y quitándoselo fundamentalmente al PP, pero también al PSOE.

Tras estas décadas englobando todo el voto a la derecha del PSOE, el PP ha tenido su única fuga relevante por el centro. Vox, surgido a su derecha en 2014, no ha obtenido nunca representación, quedándose cerca únicamente en su primera comparecencia, en las europeas de ese año. Ahora, alguna que otra encuesta le otorga presencia parlamentaria. ¿Derecha tricéfala? “Mientras España siga teniendo de las tasas de delincuencia violenta más bajas de Europa, los partidos de extrema derecha tendrán complicado lograr apoyo”, cree Narciso Michavila. Además, la masa de votantes situados más a la derecha del espectro “es muy poca”, recuerda José Pablo Ferrándiz. Michavila subraya que “mantener el equilibrio” será la clave para que Ciudadanos acabe transformando en votos reales el apoyo que a día de hoy le dan los sondeos. Ferrándiz cree que, incluso por una cuestión meramente práctica, el partido de Rivera no gana nada yendo a por el votante situado entre el 8 y el 10 de la escala, mientras que puede resultar enormemente competitivo si seduce a los que están entre el 4 y el 6.

Si algo hemos aprendido estos últimos años es que todo puede ocurrir. Lo inamovible ya no se lleva en política. Por eso, la evolución de la “derecha bicéfala” se presume un asunto del mayor interés. No parece que la cirugía separadora sirva aquí de algo. Si esto fuera alguna comedia de serie B, PP y Ciudadanos son esos inquilinos obligados a habitar el mismo piso por el engaño de algún malvado casero o por el capricho de una herencia. Cada uno intentará echar al otro. O al menos confinarle al rincón más lóbrego. Pero puede que tengan que dividirse las estancias de un modo que no sea el deseado. Porque eso lo decidirá el votante español. Eso es el mercado (electoral), amigo.

Democresía

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