¿Por qué piden más Estado?

Mundo · Bolívar Aguayo Ceroni (Santiago de Chile)
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22 junio 2009
"A estatizar la educación" es el grito de moda en los jóvenes de los colegios emblemáticos de Santiago de Chile que han ocupado sus liceos de dependencia municipal, buscando a través de esta protesta forzar a las autoridades a legislar en aras de que el Estado resuelva los problemas de calidad y de equidad, y corregir de paso todas las irregularidades administrativas. Pero, especialmente en la experiencia chilena, con una nueva ley ad portas en que al Estado se le transfieren crecientes funciones de control y supervisión en las escuelas, no se entiende cómo pueda ser al mismo tiempo parte ejecutante del mismo servicio que controla.

Vienen a la mente las palabras del pensador francés Luc Ferry: "En el 1968, los jóvenes encarnaban la esperanza, el futuro, la liberación, la utopía. Los jóvenes de hoy encarnan la vanguardia del miedo, la angustia ante el futuro. Son víctimas de una especie de ‘síndrome de Peter Pan'… el miedo y la angustia están ligados a una irresponsabilidad y a una suerte de victimismo… Todo lo esperan del Estado y de la política".

Sin embargo, ¿cómo es posible que un grito de justicia y de anhelo de conocimiento se auto-consigne al Estado? En una sociedad como la nuestra, con crecientes índices de bienestar socioeconómico, (en que en 20 años la pobreza se ha reducido en más de un 50 por ciento), en que el ingreso per cápita se ha cuadruplicado y en que un política de protección social domina el horizonte de las políticas públicas como mayor expresión de genialidad y de orgullo patrio, el grito de soledad y de violencia de tantos jóvenes no encuentra eco, no encuentra a menudo un adulto que lo acoja y que origine una auténtica aventura educativa. Así, colegios y universidades, definidos cada vez más por estándares de calidad y mediciones externas, se vuelven espacios planos sin relieves humanos que remitan a una esperanza que se documente en el presente.

En este escenario hace falta un verdadero protagonismo adulto premunido de una propuesta, que responda a la persona de los estudiantes antes que a corregir el sistema, que busque un auténtico diálogo que proteja incluso la rebeldía de estos jóvenes- reducida a consignas y sin otras herramientas que la "ocupación" de los colegios- y en que se desenmascare esta transacción de exigencias de verdad, justicia e igualdad a cambio de un protocolo de proyecto de ley, que promete seductoramente, como los dioses paganos, una plenitud en que la libertad y la razón se autoinmolan en la esperanza de la ley; hasta que estos jóvenes despiertan en esta verdadera trampa de las ideologías, y rabiosos e iracundos amenazan la sombra de Algo que pudiera ser más grande que el Estado: "Si Dios existe, lo vamos a matar". Para nosotros, en cambio, es más dramática y leal la pregunta de Giussani: "¿No es más grande aún amar el Infinito?".

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