Perplejidades

Cultura · Pablo Berenguer O`Shea
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28 noviembre 2012
Querido Director:Agradezco, en primer lugar, el noble esfuerzo que se hace en este periódico por tratar de ofrecer juicios que superen los habituales análisis de tipo partidista o basados en dialécticas amigo-enemigo que se dan en otros medios. Es tratar de seguir y comprender el contenido de ese esfuerzo y sus frutos (a veces espléndidos) lo que me hace lector habitual de sus páginas. En ocasiones, sin embargo, en el intento por alcanzar aquella originalidad y de abrirse cordialmente a las posturas y exigencias de todos parece pagarse el precio de pasar por encima de hechos notorios y lanzar opiniones que no se ajustan a los mismos, o lo hacen de una manera tan desproporcionadamente parcial que no resulta verdadera o justa.

He seguido con enorme interés el tratamiento del proyecto de independencia de Cataluña. Creo que este es uno de esos casos en que Vds., a medida que se acercaban al problema político concreto, han incurrido en notables errores de percepción de la realidad, que no hacen justicia a su voluntad de comprensión y construcción. Y así, si he entendido bien:

– Iniciaron Vds. proponiendo una visión "antropológica". Leí con especial interés el artículo de Manuel Oriol, en el que redescubrí importantes verdades sobre lo humano, predicables y valiosas respecto de toda situación o proyecto, hoy y ayer, en España, en Alemania o en cualquier otro sitio donde el drama de lo humano, de lo personal y lo comunitario, se produzca. Quedaba abierta a mi entender la pregunta: ¿y qué hacemos -desde el pueblo español y desde el poder político- con esta difícil situación concreta?

– Me gustó mucho el artículo de J.L. Restán reivindicando con su habitual delicadeza e inteligencia algunos hilos de la historia de nuestra patria común, hija privilegiada (con todos los errores históricos que se quiera) de la Iglesia. Idea que sería retomada por el mismo autor, aunque de manera ya más aislada en el contexto del periódico, en artículo reciente de 24 de octubre.

– Tras unas primeras entrevistas con algunos pensadores con opiniones dispares sobre la cuestión de Cataluña (podría resumirse: ¿Constitución vs. derecho de autodeterminación?), se entró de lleno en la arena de la política, también con ocasión de las elecciones vascas. Fue interesante el artículo de J.C. Hernández, denunciando los errores y debilidades de los grandes partidos, la anormalidad interesadamente ocultada por algunos de la convivencia y la vida política vasca, reivindicando lo mejor (perdido) de aquéllos partidos y el valor del testimonio de las víctimas y proponiendo, con la Iglesia, una superación del odio y la violencia que no pasa por la injusticia. Este último, era un oportunísimo juicio cristiano en un contexto donde algunos desde el poder pretenden dar gato por liebre y otros -comprensible pero trágicamente- no pueden distinguir la justicia de la revancha.

– Al inicial planteamiento antropológico se trató de dar (¡meritorio y necesario esfuerzo!) concreción política con editorial de 22 de octubre, rechazando razonadamente la ideología nacionalista y el proyecto de secesión como respuesta ideológica que prescinde de todos los factores en juego (históricos, políticos, económicos). Se incurría, sin embargo, en un error al final del artículo por confundir la pagana piedad hacia la patria con la ideología nacionalista moderna. El hecho de Dios hecho hombre no ha venido a eliminar ni presentar como alternativa dialéctica, aunque sí a superar, ninguna piedad o amor natural. Un viejo gran artículo del propio Fernando de Haro, sobre una idea genuinamente cristiana de "Hombres sin Patria", me puso a mí sobre la pista y bueno sería quizás rescatar o repensar ahora aquello. La confusión entre ideología y piedad hace imposible la verdadera comprensión del otro.

– No sé si este último error ha sido raíz de lo que ha venido después, en sorprendente evolución (¿contradicción?) con lo sostenido hasta ese momento. Se ha venido a proponer, primero una suerte de muerte del "constitucionalismo" con crítica incluso (quizás fundada, creo que novedosamente en estas páginas, de lo mejor de lo que años atrás hicieron los partidos no nacionalistas), apelando a personalidades como Juaristi o Buesa -aunque me temo que en sentido opuesto al que esas mismas personas proponen-, para concluir finalmente:

(1) Que Cataluña es una nación ("¿por qué no llamarla así?" se nos dice), al parecer con fundamento en que una indefinida mayoría o minoría social catalana diría quererlo, despreciando ahora la historia e incurriendo en el voluntarismo ideológico que antes se denunciaba. El paralelismo con la famosa relatividad del concepto de nación (española) propugnada por el tan criticado Zapatero es evidente e inmediatamente perceptible.

(2) Que Unió es la mejor opción política presente en Cataluña, afirmación muy sorprendente por tantas razones que uno casi no sabe por dónde empezar: ¿sería posible explicar en qué -además de mezquinos cálculos de algún líder- y en contra de todos los hechos se basa la pretendida bondad de un partido protagonista y autor de los más tristes abusos hacia las personas, las leyes, las instituciones y la patria común que han ocurrido en las últimas décadas, incluyendo estos días de independentismo feroz?, ¿se nos puede explicar qué política de libertad o subsidiariedad llevó a cabo Unió mientras su gobierno multaba a nuestros compatriotas por utilizar el castellano, ideologizaba la educación hasta extremos inconcebibles, hacía irrespirable en tantos centros educativos la vida para niños y padres catalanes cuya lengua materna es el castellano, corrompía la vida política y económica de Cataluña con hechos tan brutales como el pacto de impunidad criminal protagonizado por ellos mismos a la luz del día en el mismísimo Parlamento regional, cambiaba votos y "gobernabilidad" por dinero, se negaba -jactándose de ello- a cumplir leyes y sentencias, "vendía" como ladrones al resto de los españoles o recientemente hacía gala de su concepción de una policía de partido y proponía la independencia en términos tan genuina y espeluznantemente totalitarios como la contraposición entre una "legalidad democrática" y "una legalidad jurídica"? El etc. en este caso se extiende hasta el infinito.

(3) Que la hasta ahora defendidísima Constitución de 1978, fruto político esencial de una transición a la que se ha llegado a comparar en este periódico con la obra fundadora de los Reyes Católicos y a calificar como la mayor aportación de España a la historia de la humanidad (juicios a mi entender injustos y desproporcionados hasta extremos chocantes) de repente ya no sirve. Y no sirve precisamente por no dar solución al problema que ese mismo texto -junto con la ley electoral, como todo el mundo sabe- tan gravemente ha contribuido a generar. Que el Título VIII no sirva para arreglar su propio desaguisado es más que posible (otros instrumentos legales sí podrían ser parcialmente útiles, siquiera con su reconocimiento, a menos que zapaterilmente se renuncie por principio y de antemano al imperio de la ley y al ejercicio del propio deber y derecho). Que la reforma consista en confirmar y cristalizar el trabajo constante de destrucción y deslealtad realizado durante décadas no cabe en mi capacidad de comprensión, y, todos los sabemos, tampoco en la del -tan a menudo ignorado o despreciado pueblo- que habría de refrendar y en cuyo nombre se haría esa reforma.

Entiendo perfectamente y comparto por qué en un periódico como Páginas no se pone el acento en estas últimas cuestiones (sobran agudos y menos agudos informadores y comentaristas en otros medios) y soy consciente también de que hace falta en esta difícil circunstancia soluciones imaginativas y prudentes más allá (pero no como alternativa) a la imprescindible firmeza y coherencia necesarias para garantizar el bien de la unidad de España y la defensa de los derechos fundamentales de todos. Pero cuando se propone comulgar con tamañas ruedas de molino es necesario, por lealtad elemental a la realidad y a las personas (a todas), poner los hechos (todos) delante.

Comprendo que hay consideraciones que se me puedan escapar y, en todo caso, que el tamaño y contenido de este escrito pueda no ser apto para su publicación total o parcial como carta al director. Espero, sin embargo, haber contribuido modestamente a la formación de un criterio justo.

*Este artículo es el extracto de una carta dirigida al director de Páginas Digital

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