Pequeña gran coalición
Sorpresa. El resultado de las elecciones generales celebradas en este domingo ha sido una sorpresa. Casi todas las encuestas pronosticaban un cambio de ciclo político que le diera a la derecha una mayoría suficiente, una mayoría absoluta, para poder gobernar. El vuelco de las elecciones autonómicas y municipales iba en esa misma dirección. El PP ha mejorado sustancialmente el porcentaje de voto (hasta el 33 por ciento) pero se ha quedado lejos de la victoria que esperaba. Vox prácticamente se ha derrumbado.
Sánchez perdiendo ha ganado. Cuando parecía sentenciado ha conseguido movilizar el voto de la izquierda gracias al miedo a un gobierno con la ultraderecha. Muchos votantes de izquierda prefieren las concesiones al independentismo catalán y vasco, los indultos a los secesionistas, los acuerdos con el partido heredero de la banda terrorista ETA que un Gobierno del PP con Vox. Sánchez ha peleado hasta el final. Feijóo, el líder del PP, dio por descontando que los acuerdos con Vox estaban normalizados. Pero él mismo no ha sabido dar carta de naturaleza a esos acuerdos y sus mensajes han sido contradictorios: tan pronto decía que había que huir de ellos como los defendía. Feijóo ha dado por conseguida una victoria suficiente antes de tiempo. Ha supuesto que era casi unánime la condena a ciertas políticas de “pacificación” en Cataluña y el País Vasco. Esas políticas gozan de más apoyo del que pensaba y el PP debe tomar nota de esa circunstancia. Para muchos españoles los indultos a los responsables del intento de secesión o la normalización de las relaciones con Bildu, el partido heredero de ETA, no son un pecado mortal.
El resultado electoral de este domingo conduce de nuevo al bloqueo (escenario anticipado por www.paginasdigital.es la semana pasada), a la repetición electoral o a una investidura de Sánchez con el apoyo de Puigdemont, el independentista prófugo de la justicia y enemigo número uno de la España constitucional. Si se mira con perspectiva no es fácil entender cómo se ha llegado a esta situación. El 89 por ciento de los votantes ha elegido opciones que no son claramente independentistas, que no cuestionan en lo esencial la Constitución. El 65 por ciento de los electores han optado por el PP y el PSOE, que son dos partidos que coinciden en muchas cosas. Y, sin embargo, no hay opciones razonables de gobernabilidad. Puede que los españoles tengan que volver a las urnas en Navidad.
El problema es antiguo y tiene que ver con el modo en el que se ha hecho política desde 2015. Los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, ante la emergencia de formaciones más a la izquierda y a la derecha, no han facilitado el desbloqueo. Los bloques son herméticos, inflexibles. El PP ha propuesto como solución a esta situación que gobierne la fuerza más votada de forma automática. Pero no ha cumplido con su propuesta cuando ha tenido ocasión ni tiene sentido suprimir la lógica de las mayorías parlamentarias.
La política española, con sus bloques, se ha distanciado de la vida social. Hay muchos indicios de que en esa vida se construye y se comparte con personas que no piensan lo mismo. En el mundo de la vida hay una flexibilidad que no tienen las élites políticas. Los resultados del domingo certifican que el gran problema político que tiene España es la superación de la dialéctica de contrarios, todo lo demás es secundario.
No conviene que el bloqueo se supere con una gran coalición que dañaría a los dos grandes partidos. Lo lógico sería que Sánchez dejará gobernar al PP a cambio de aislar a Vox y de algunas políticas que contentaran a la izquierda. Pero eso no va a suceder. En última instancia se podría plantear que el perdedor, el PSOE, gobernarse con la abstención del ganador, del PP, a cambio de que los independentistas vascos y catalanes quedaran aislados. El PP ganaría fuerza moral. Pero eso tampoco va a suceder. La solución, una pequeña gran coalición, no entra en las quinielas.
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