Paz para nuestro tiempo

Mundo · GONZALO MATEOS
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2 marzo 2023
Es compatible mantener la ayuda militar a Ucrania a la vez que se busca la paz. Un acertado Josep Borrell lo ha defendido en Nueva York. "Mucha gente habla de paz, pero la verdadera pregunta es de qué tipo de paz estamos hablando y cómo conseguirla"

En su primera obra de teatro (Restauración, 1990) Eduardo Mendoza escribe una escena que con frecuencia recuerdo oyendo las noticias. La trama se sitúa en la Cataluña enfrentada por las guerras carlistas, en donde la protagonista, Mallenca, vive aislada en una casa de campo. Sentada en una chaise-longue medita sobre la vida en general en un tono poético y algo guasón. En una noche de tormenta se van presentando sucesivamente varios de sus antiguos amantes. Uno de ellos, el general Llorens, acude para anunciar que las filas carlistas han sido liquidadas y que los unos y los otros han puesto precio a su cabeza. Le propone huir al exilio a Francia, pero ella le rechaza. Llorens entonces decide salir a morir con gallardía en el campo de batalla. Mallenca le pregunta si es necesario y él le responde: “Sin duda, amada mía. Cuando un problema no tiene solución de ningún tipo, siempre se puede recurrir a la moral”. Si a la moral le añadimos la ideología, incluida la religiosa, se entiende bien lo que oímos estos días.

El homicida en serie Vladimir Putin podría ser un General Llorens con cientos de miles de víctimas a sus espaldas. En su reciente discurso anual a la nación denuncia lo que Occidente está realizando con sus pueblos: “la destrucción de la familia, la identidad cultural y nacional, la perversión, el abuso de niños, hasta la pedofilia, se declaran la norma, la norma de su vida, y el clero, los sacerdotes son obligados a bendecir los matrimonios entre personas del mismo sexo (…). Las sagradas escrituras, los libros principales de todas las demás religiones del mundo, estos textos sagrados ahora están siendo cuestionados”. Esa misma noche más de cinco mil misiles rusos impactaban sobre objetivos civiles en las poblaciones ucranianas.

Hay determinados tipos que cuantas más atrocidades comenten más se arropan sin ningún pudor en los valores religiosos tradicionales. Pero los valores, si son de verdad virtuosos, se deberían ejercitar mucho y enunciar poco. Y nunca son divisibles. En esta materia vuelve a ser cada vez más necesario menos análisis y más observación. No puede más que repugnar a la razón que el régimen ruso utilice la religión y la tradición al mismo tiempo que comete crímenes de lesa humanidad contra población civil inocente. Lo hemos visto en Chechenia, en Siria, o en la misma Rusia, y ahora golpeando en el corazón de Europa.

Esto no va de occidentalismo como tampoco de choque de imperialismos. Aquí sólo hay un imperialismo mortal y peligroso y una víctima amenazada, la democracia liberal basada en el humanismo dentro y fuera de Rusia. La ONU, que es quien tiene que juzgar y debería actuar, ha constatado una política sistemática rusa de violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra. Es decir, crímenes alentados y ordenados desde los despachos. Hace un mes en Estocolmo pude escuchar en directo al Viceministro de Educación de Ucrania enumerar los daños al sistema educativo realizados por las tropas rusas en el último año. 420 centros educativos destruidos con el resultado de 459 alumnos muertos y dos millones y medio de menores desplazados. Para bombardear escuelas no existe justificación posible.

Junto a Rusia seis países (Nicaragua, Bielorrusia, Corea del Norte, Malí, Eritrea y Siria) votaron en contra de la resolución presentada en Naciones Unidas por Ucrania. El resto de la comunidad internacional (141) lo hicieron a favor, y 37 se abstuvieron (entre ellos China, Irán, India o Congo). La ideología totalitaria y la política de bloques vuelve a presentarse alentada por las democracias fallidas y las autocracias. Shakespeare escribió aquello de “un cielo tan cargado no se despeja sin tormenta”.

Dentro de España la hasta hoy Ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, aplaudida por otras formaciones radicales, ha comparado esta guerra con el machismo, porque ambos están unidos por la misma lógica de dominación del hombre sobre la mujer al tiempo que ha defendido los postulados feministas para alcanzar la paz mediante la palabra. Otra Llorens.

El papa Francisco, incansable en la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos, también ha denunciado que «lo que vemos es la brutalidad y la ferocidad con la que se está librando esta guerra por parte de las tropas, generalmente mercenarias, utilizadas por los rusos”. El Nuncio y el patriarca de la Iglesia Greco Católica han informado del sufrimiento del pueblo ucraniano, también en las parroquias de las zonas ocupadas donde se producen torturas a fieles o sacerdotes acusados de colaborar con los partisanos ucranianos. El Consejo Panucraniano de Iglesias ha dirigido una carta abierta a la comunidad internacional en la que piden equipos antimisiles.

Lee también: «Putin tiene miedo de una Ucrania democrática«

Es compatible mantener la ayuda militar a Ucrania a la vez que se busca la paz. Un acertado Josep Borrell, representante de una UE más unida que nunca, lo ha defendido en Nueva York. «Mucha gente habla de paz, pero la verdadera pregunta es de qué tipo de paz estamos hablando y cómo conseguirla. Necesitamos paz y el pueblo ucraniano merece la paz, pero no una paz cualquiera. Hemos pedido una paz justa, integral y sostenible en línea con la carta de Naciones Unidas. Nos jugamos mucho”. El politólogo autor del libro Estación Ucrania, Borja Lasheras, afirmaba estos días que «abandonar a Ucrania y dejar de enviar armas pensando que 300.000 soldados rusos en territorio ucraniano van a traer la paz es de una ingenuidad pasmosa». Deberíamos aprender de lo que pasó en Crimea en 2014.

Nunca es estéril volver a las páginas de El mundo de ayer de Stefan Zweig, uno esos libros imprescindibles. En su último capítulo, quizá el último escrito de su vida, titulado “La agonía de la paz”, describe su vivencia en Londres de las negociaciones que sostuvieron el primer ministro Chamberlain con Hitler hasta tres veces durante 1938. La política del appeaseament (apaciguamiento) y del try and try again fracasaba ante el ansía desmedida de territorios del canciller alemán. Todos se preparaban para la guerra. Después del encuentro de septiembre en Múnich se experimentó una sincera euforia por la posibilidad de poder salvar la paz. El lema “Peace for our time” permitió cambiar el aire de pesimismo. Todos pensaron que Chamberlain estaba negociando, pero lo que hizo fue capitular. Y ni siquiera la capitulación le pareció suficiente al genocida. Y con amargura la población inglesa pasó de cándida e ingenua a decidida y exasperada. Lo demás es historia de lo inefable. Realismo y no ideología es lo que nos falta. Sólo se es moral cuando utilizando la razón y la compasión se convierte en acción común la necesidad de alcanzar una paz y una justicia efectiva. Y desgraciadamente ahora eso incluye apoyo táctico en la defensa del territorio ucraniano, un régimen sancionador severo a la oligarquía rusa y todos los esfuerzos diplomáticos posibles para parar la invasión rusa. Una paz para nuestro tiempo.

 

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