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Pasión por el tiempo, pasión por la carne

Editorial · PaginasDigital
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17 diciembre 2011
Navidad. Tiempo de la carne. No del mito, de los buenos sentimientos o de los valores. De algo que ha sucedido realmente. De un niño en una cuna y de 2.000 años de pasión del Misterio por la historia. De una sucesión de acontecimientos. Para entender lo que sucede en Belén y a partir de Belén, "es preciso creer -explica Peguy- que el escalonamiento en el tiempo tenía cierta importancia. Es preciso creer que el hombre y la creación del hombre y el destino del hombre y la vocación del hombre y el pecado del hombre y la libertad del hombre y la salvación del hombre tenían cierta importancia". Si no hubiera sido así hubiera bastado un discurso. Pero no, tenía que suceder, tenía que seguir sucediendo para dejar claro que se trata de la incrustación de lo eterno en lo temporal y de lo temporal en lo eterno. "Hay dos mitades, por así decir, en este mecanismo. Una de las dos mitades es infinita y eterna, la otra es ínfima y temporal". Pero "la parte que es ínfima no es menos necesaria que la parte infinita".

Así es como funciona el cristianismo, con dos mitades inseparables. "Un Dios hombre. Un hombre Dios". Hay dos amenazas, explicaba el poeta francés. Y "es que navegamos constantemente entre dos curas: los curas laicos y los curas eclesiásticos: los curas laicos que niegan lo eterno de lo temporal; y los curas eclesiásticos que niegan lo temporal de lo eterno". Pero la parte que se suele negar en estos tiempos no es la del cielo, es la de la tierra. Se niega la carne del niño, el gesto del adulto que pasea junto al lago, que cuelga de la cruz y que deja obstinadamente vacío el sepulcro. Se niega la carne de los testigos. Y es como si Benazhir Bhutto, ministro de las minorías en Pakistán asesinado por su fe, o la de los monjes del Atlas protagonistas de la película De dioses y hombres fueran sólo referentes de excelencia ética.

"Negar el cielo no es ciertamente peligroso. Por el contrario, negar la tierra es tentador. En primer lugar es distinguido. Que es lo peor". Los curas de los que hablaba Péguy no son los que llevan alzacuellos sino los que han destruido el vínculo con la realidad. O lo que es lo mismo, los que alimentan la ideología en el mundo de la post-ideología, "el resentimiento -en palabras de Finkielkraut- contra el mundo tal y como es donado". Ese resentimiento provoca, según el filósofo discípulo de Pèguy, que ya sólo impere el "principio de razón suficiente": todo sucede porque hay antecedentes suficientes para explicarlo. La Navidad, la encarnación es precisamente la forma que tiene el Misterio de Dios para descubrirnos y educarnos en el principio contrario, en el de "razón insuficiente": nuestra razón cuanto más es fiel a sí misma más reconoce que no puede explicar exhaustivamente el origen último ni de las cosas ni de las personas y, menos aún, de los acontecimientos. Sin el realismo de esa insuficiencia todos los vínculos con la realidad saltan por los aires. Adoremos al Niño que nos ha nacido, al que nos hace estar, de verdad, en la historia y en la carne.

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