Para reconquistar la atención perdida

La vida de todos (95%) los niños y adolescentes australianos ha cambiado desde la semana pasada. Los que tienen menos de 16 años no pueden acceder a las redes sociales. O al menos eso es lo que dice una ley pionera, la primera en el mundo que lo prohíbe. Será difícil que se aplique. Los jóvenes tienen que acreditar su edad si quieren acceder a una cuenta. Pero el Gobierno deja libertad a las empresas para que decidan cómo exigen a sus usuarios que se identifiquen.
Es fácil adivinar que gigantes del “capitalismo de la atención” como Meta, propietaria de Facebook, no van a sentirse amenazados porque el Gobierno australiano les vaya a imponer una multa de 32 millones de dólares. Es la sanción prevista en caso de incumplimiento de la normativa de protección de la infancia. Uno de sus directivos ya ha dicho que la compañía tarda menos de dos horas en generar esa cifra. Regular o intentar limitar los efectos del “capitalismo de la atención” es una tarea titánica cuando Estados con una soberanía limitada se enfrentan a empresas con un poder con pocos precedentes.
Al mismo tiempo que entraba en vigor la prohibición en Australia, el Karolinska Institute hacía públicos los resultados de un estudio realizado con 8.000 adolescentes con edades comprendidas entre los 10 y 14 años. A los 9 años se usan las redes sociales durante 30 minutos, a los 13 durante 150 minutos. Los autores de la investigación son cautos sobre la relación que hay entre estas prácticas y los trastornos de hiperactividad. Pero apuntan que a más tiempo en redes sociales hay menos capacidad de concentración.
Se pierde así – como señala Justine Toh- el gran regalo que podemos hacernos los unos a los otros: “el presente de nuestra presencia”. La columnista de The Guardian añade, sin embargo, que por “mucho que queremos echarle la culpa de todo a las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley, solo podemos acusarlas de haber construido una maquina hambrienta de beneficios (…) que se aprovecha de una falta de atención anterior a internet”.
Perdimos nuestra capacidad de estar presentes delante de las cosas y de estar presentes ante nosotros mismos cuando todavía no había nacido el mundo digital. Las prohibiciones, en algunas circunstancias, son necesarias. Pero todos sabemos que son, en gran medida, inútiles. Por eso hablamos de la necesidad de mejorar la educación. El problema es que no sabemos bien qué significa una buena educación. A veces la identificamos con adquirir conocimientos, pero eso es solo instrucción. Otras veces con el desarrollo de ciertos hábitos morales, pero eso es solo adiestramiento. Un adiestramiento condenado al fracaso porque siempre falta la energía para alcanzar lo bueno. Acaso mencionamos el desarrollo de la capacidad crítica pero muy a menudo esa supuesta habilidad para el juicio es una forma de intelectualismo. Si afinamos más podemos hablar de la educación como la transmisión de un depósito de valores y de certezas, al que los adultos somos fieles, y reciben los jóvenes. Pero la falta de creatividad ante lo nuevo, la actitud defensiva, la búsqueda de protección del grupo de adultos y jóvenes acredita el fracaso de la comunicación de ese depósito de certezas y valores.
La máquina del nuevo capitalismo se aprovecha de una distracción que ya sufrían los padres de los chicos que usan redes sociales y los padres de sus padres. Perdimos buena parte de nuestra capacidad de atención cuando dejamos que “la razón pura se impusiera sobre la vida. Al pretender encerrar la realidad en formas universales que despojan a la vida de lo que hay en ella de nacimiento y de morir, de tiempo y padecer (María Zambrano)”.
Queremos estar atentos a lo interesante, a lo bueno y a lo verdadero, pero no lo conseguimos porque todo lo miramos bajo una luz abstracta, todo lo sometemos a moldes y a esquemas. Y los esquemas no son capaces de mantenernos alerta, con curiosidad, fijos en algo. Nosotros mismos cuando conversamos con el yo que llevamos dentro no hablamos de la existencia concreta, sino de sus representaciones. Separamos pensamiento de vida, dogma de experiencia. Y por eso nos encontramos siempre en el mismo punto, no crecemos: una idea no permite avanzar, no tiene futuro, se queda siempre dentro de nuestra medida, en el pasado.
Si queremos educar (nos) en la atención será necesario aprender la obediencia a lo concreto, aprender a comprender (nos) utilizando lo que sucede sin tener prisa por cerrar ningún sistema. El nuevo capitalismo, con sus nuevas formas de explotación, nos invita a recuperar el origen del tesoro de la atención.
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