Para que el mal no se apodere de Noruega

Ya es buen signo que un político reconozca que está ante el problema del mal y que es necesario frenar la espiral que genera. Es lo que todo el mundo se pregunta desde hace tres días, cuál es el origen del mal que ha provocado la masacre, qué ha sucedido, cómo es posible que una sociedad como la noruega, emblema del bienestar, con una renta per capita altísima y donde la violencia parece no tener sitio, haya sufrido una masacre de estas dimensiones. El presunto responsable, Anders Behring Breivik, ha asegurado ante el juez que había contado con ayuda de dos células. La investigación irá aclarándonos cómo se preparó y ejecutó el extraño ataque. Pero lo que ya está claro es que en algunas sociedades del norte de Europa, bajo la aparente tranquilidad, se gesta una violencia soterrada y oscura que puede generar monstruos.
Estaba reflejada en la trilogía Millenium de Stieg Larsson. Antes de escribir sobre un mundo herido, Larsson conoció bien los círculos de la ultraderecha nórdica. Es un entorno muy secularizado que sirve de alimento para un nihilismo que se hace xenófobo y violento. Ese parece el mundo de referencias de Breivik. Es la ultraderecha que surge en un mundo pagano, como en la Alemania de los años 30. Ha ganado terreno en Suecia, Finlandia, Bélgica, Bulgaria, Austria y Holanda. No se le puede culpar directamente del doble atentado del viernes pero también es expresión de un nihilismo secularizado que rechaza los fundamentos de nuestra tradición democrática, que rechaza al extranjero.
Por más que algunos se empeñen en asegurar que se trata de "cristianismo fundamentalista", estamos ante el producto más oscuro del proceso que ha dejado a la fe sin valor social. Para que el mal no se apoderara de una sociedad, como reclamaba Stoltenberg, es para lo que se evangelizaron esas tierras. Hay que volver a empezar.