Nuestros jóvenes y esa pregunta de Barbie

Sociedad · Emilia Guarnieri
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22 noviembre 2023
La guerra ha sacado a muchos jóvenes a la calle. Buscan un sentido. Sobre todo cuando el mundo adulto que les rodea no les ha dicho aún una palabra de salvación.

Nuestros jóvenes no están bien. Ante esta nueva, terrible y atroz guerra, muchos han salido para manifestarse. ¿Del lado equivocado? ¿Manipulados? Tal vez, pero lo que llama la atención es que son esos mismos jóvenes a los que siempre hemos considerado indiferentes a los problemas políticos o sociales, individualistas, encerrados en sí mismos, frágiles y perdidos, a veces incluso transgresores y violentos. Pero ahora se manifiestan, como ya hicieran con los Fridays for future en favor del medioambiente.

Estos jóvenes nos ponen en cuestión, no son como nos gustaría pero, aunque nos cueste admitirlo, en el fondo lo que gritan es nuestra propia incapacidad para ser una referencia a la que pudieran mirar. “Lo que les llega a las nuevas generaciones es sobre todo la petición de que se limiten a cumplir las reglas establecidas (cuyo sentido está cada vez menos claro) y a dar lo que se les pide (cuyo valor cada vez está menos claro), en una realidad cada vez más compleja, fragmentada y en continua transformación”, decía hace unos meses Alessandro Rosina en la revista Nuova Atlantide.

No podemos dejar de reconocer que los jóvenes miran defraudados a un mundo adulto que ha sido incapaz de proponerles el sentido y el valor de testimoniar un gusto positivo por vivir. Se han topado con un mundo igualmente inadecuado para ofrecerles seguridad de cara a su futuro laboral. Y esa incapacidad del mundo adulto es lo que les lleva a “posicionarse”, deseando ser protagonistas. “Quieren estar allí donde suceden las cosas, donde se dan las cuestiones centrales de su tiempo, donde su ímpetu hace falta para superar los límites y vicios del sistema”, añade Rosina.

Esta necesidad de protagonismo desvela también ciertos peligros porque, como decía el cardenal Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, en una entrevista pocos días después de que estallara la guerra, “tenemos que devolver a los jóvenes perspectivas para vivir. Si no tienen delante absolutamente nada, claramente las sirenas de los fundamentalismos y sus facilidades atraen mucho más”. Pues los jóvenes buscan perspectivas para vivir.

Riccardo Zanotti, que no es sociólogo ni educador, sino el cantante de uno de los grupos musicales con más éxito en Italia, los Pinguini Tattici Nucleari, decía hace poco en una entrevista que la llamada Generación Z “es una generación con muchas ganas de futuro pero muy decepcionada con una política tan alejada de los temas que les importan, como el medioambiente”. Comentando el gran éxito que está teniendo últimamente la música en vivo, añadía que “eso demuestra que los jóvenes tienen ganas de comunión, de compartir. En las grandes aglomeraciones buscan algo en lo que creer. Algo o alguien a quien seguir, con quien reconocerse moralmente. Los jóvenes buscan esperanza en los modelos que se les ofrecen”.

¿Cómo no vamos a ayudarles a buscar respuestas para sus expectativas? Misión imposible si pensamos que nosotros somos la respuesta, nosotros, tan asustados, tan escépticos, tan preocupados por las cosas de la vida. Pero hay algo que podemos hacer. Ayudarles a mirar hasta el fondo la grandeza que son. Que descubran para qué están hechos. En la película Barbie, el gran éxito del verano, la jovencísima cantante Billie Eilish nos muestra con su canción What Was I Made For? esta necesidad intensa y palpitante de conocerse a uno mismo y al propio destino: “¿para qué estoy hecha?, ¿cuál es mi destino? Creo que he olvidado cómo ser feliz, no lo soy pero puedo serlo. Lo estoy esperando es mi destino”.

Descubrir nuestro destino, nuestra naturaleza, adentrarse en la totalidad de nuestra estructura humana es una tarea que implica la vida entera, pero tal vez sea la mayor ayuda que podamos ofrecer a nuestros jóvenes. Acompañarles en el camino de conocerse a sí mismos y al mundo. En eso consistía la educación para don Giussani.

En su libro Educar es un riesgo, citando al filósofo J.A. Jungmann, Giussani define la educación como “introducción en la realidad total”, y añadía que “es interesante advertir el doble valor que tiene ese «total»: la educación significa el desarrollo de todas las estructuras de un individuo hasta su realización integral y, al mismo tiempo, la afirmación de todas las posibilidades de conexión activa de esas estructuras con toda la realidad”. En la introducción de ese libro, Giussani ya adelantaba que “la primera preocupación de una educación verdadera y adecuada es educar el corazón del hombre tal como Dios lo ha hecho”.

Nuestros jóvenes no son contenedores que rellenar, ni frágiles criaturas que proteger, ni mucho menos amenazas de las que defenderse. Son un don que el Misterio nos da y que podemos acompañar hacia su “realización integral” para que pueda entrar en relación con la realidad entera. Bien pensado, ¡el futuro solo se nos da para esta relación! Entre hombres deseosos de no dejar de comparar lo que su corazón desea con su empeño por responder a lo que toda la realidad reclama.

Solo podemos esperar entonces que siempre haya alguna joven Barbie que no deje de cantar What Was I Made for? y que el afán de nuestra vida y de su funcionamiento no ahogue la melodía sobrecogedora e irreductible que envuelve esa pregunta.

Artículo publicado en Ilsussidiario


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